Trazos de una vida robada

Trazos de una vida robada

Alejandra desde pequeña, vivía en el lugar de los imposibles y los misterios. No entendía porque recibía un trato desigual al resto de las niñas. Criada en Melilla con la familia, protegida de la adversidad de la guerra desde 1936 y durante la pesada postguerra. Pan negro, achicoria, frío, boniatos, sabañones, anhelos, desapariciones y cárcel. Silencio y miedo.

El padre fusilado aún niña y vivo para el resto de su vida en un vago recuerdo de juego infantil y fuertes brazos que la sostenían.  La madre desaparecida de una pulmonía durante el posparto y ningún recuerdo, sólo su difuminada imagen en blanco y negro, en la foto de la luna de miel en Sevilla.

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La tía soltera y delicada de salud, pero la más valiente de la familia, que quedó a su cargo. La camuflada orfandad.

Grandes dosis de protección infantil de la madre adoptiva en el cortijo, junto a los hombres bereberes que trabajaban los campos. El perro, la carretilla, el barreño, la pila y el jabón casero de aceite y sosa. El piojo verde y el horrible corte de pelo al ras.

Encajaba pieza a pieza y a medida que crecía, las partes del relato de su historia familiar.

-¡Eh, tú! ¡la Roja!- le llamaban las señoritas de la Sección Femenina durante el Servicio Social de aburridos e inútiles bordados a máquina. Ese desprecio, no lo entendía.

Trabajó en una oficina muy joven. Contabilidad y manos manchadas por los cambios del carrete de tinta de la máquina de escribir. Papeles, archivos, privaciones, responsabilidad y secretos. De vez en cuando imaginaba una vida mejor. Las mujeres no trabajaban pero las pobres, solteras y huérfanas sí.

-Calla y no preguntes más, curiosa- la tía le reñía, mirando con cierto temor alrededor-  ¡Tanto preguntar!¡Si las paredes hablaran!

El tiempo transcurrió para Alejandra amarrándose fuerte con redes de afecto a la madre, al marido, las hijas, los fantasmas, el miedo, las leyendas y los recuerdos.

El Casino, la Avenida, la Hípica, el cine y el Monte Gurugú. Toda Melilla recorrida y discutida en las sobremesas familiares y en la distancia de la emigración. Más de treinta años de su marcha y llegada a Madrid, apostando por un cambio. Tiempo de trabajo, bonanza, melancolía y babyboom.

Hasta que se fueron perdiendo las piezas de su relato. Sin historia Alejandra caminaba con el cambio de siglo sin fatiga ni rumbo. No reconocía su propia voz grabada en el contestador del teléfono, ni su imagen en el espejo. Sin recuerdos la vida se deshacía, hasta que en más absoluto mutismo y muy despacio fue soltando los cabos de las redes de los afectos, que le liberaron para marchar junto a sus héroes y fantasmas, secretos y temores.

En el verano de 2007 se le paró el corazón y junto a éste, su arrebatada historia.

Fin

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La niña en el centro izquierda, más a la izquierda la madre adoptiva, familiares, hombres bereberes y a la derecha el padre(1933 aproximadamente) Reproducción imagen de álbum familiar   

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