El autobús serpentea por la estrecha y sinuosa carretera, me siento aturdida, al final del trayecto espero encontrar mis orígenes. Por fin respuestas a tantos interrogantes.
Mi tía sólo tuvo valor para revelar antes de su muerte parte de mi historia familiar, aunque suficiente para determinar que puedo y debo, por fin, intervenir en ella.
Empieza a anochecer, el cielo se está volviendo de un gris azulado, lentamente la luz va perdiendo su vigor, a lo lejos ya pueden distinguirse tintineantes puntitos de luz. Es allí donde todo comenzó, donde empezó mi existencia.
La velocidad del autobús se ralentiza, gira por tortuosas callejuelas…Yo muevo mi cabeza compulsivamente para ver si puedo reconocer un rostro. Una mujer, algo desaliñada, que aparenta más edad, coincide con la foto que me dio mi tía. No, no me cabe en la cabeza que ella pueda ser mi madre. Necesito cerrar los ojos para salir de este mal sueño, seguro que cuando los abra todo esto se habrá disipado…
Ya en la pensión, entre sorbito y sorbito de un reconfortante café, la propiestaria me cuenta que conoce a mi madre desde que era casi una niña. Lo que me cuenta me deja estupefacta.
_ ¿Usted lo sabe todo? Dice es, y no fue, mi padre. Cuénteme, por favor.
_ Mira, yo no quería, pero creo que no te mereces más mentiras; sin más rodeos, el cacique del pueblo es tu padre, el señor de la casa donde tu madre está sirviendo desde pequeña. Su mujer hace como que lo ignora; pero… ¡cómo no lo va a saber esa arpía!
Conversando también con mi madre, y después de múltiples rodeos, comienza su relato.
_ Yo estaba perdida, era muy pequeña, tenía miedo, hambre…
_ Sí, sí, más o menos…, esa parte ya la conocía pero qué pasó después. Explícame, no tengas miedo.
_ Bueno, yo me puse mocita y cada vez más veces me «tropezaba» con el señor. Un día irrumpió en mi habitación…, yo no sabía qué pensar. Primero me dio pavor y asco, después como estaba tan sola y falta de cariño me sentí arropada con sus abrazos y pequeños obsequios.
_¿Entonces no tenías contacto con la tía, con tu hermana mayor?
_ No, no tenía ningún contacto con ella, ni siquiera sabía si vivía. Nunca dije nada a nadie, bueno sólo a la Florentina, la dueña de la pensión, pero ella ha sido una tumba… Después vino el embarazo y el señor se puso a buscar desesperadamente a algún pariente mío. Así me reencontré con tu tía.
_ Entonces, usted…, tú, ¿tú me tuviste en Barcelona, donde he vivido tanto tiempo con la tía?
_ Eso es, y estuve allí un mes más o menos después de dar a luz.
_ Mamá, tengo ideas, ¡se me agolpan las ideas! Mejor de momento no te digo, pero verás, creo que te va a gustar lo que pienso.
_ ¡Ay, ay, miedo me das, hija!
Esa noche me arreglé lo mejor que pude y entré en el casino del pueblo, me miraron asombrados, no es habitual que una mujer entre y menos sola, allí estaba el señor, y noté que su mirada lasciva recorría mi cuerpo. Mi plan empezaba a funcionar…
_ Buenas noches y gracias por todo, señor.
_ Mañana nos vemos si quieres, pero mejor nos vamos al pueblo de al lado que están en fiestas, así te distraes y conoces un poco la zona ¿Te parece?
Ya casi anochecido me encuentro con el señor y me subo a su coche.
Antes de llegar al pueblo vecino ya era noche cerrada, durante el trayecto una mano ansiosa recorría con desespero mi muslo, su contacto me turbó pero permanecí inmóvil, notaba que sus caricias eran rítmicas al unísono con su alterada respiración; tuve que reprimir mi impulso de rechazo y cerré los ojos, era como deslizarse por un tobogán interminable. El muy cerdo no tiene escrúpulos, sería capaz de mantener relaciones sexuales con su propia hija, porque él sabe perfectamente quien soy.
Mi venganza ya es por las dos.
Un día conseguí que viniera a la pensión, su desespero lujurioso le hizo perder la prudencia.
Yo instintivamente iba retrocediendo, pero a la vez llevándolo hacia mi habitación… En esa inequívoca situación irrumpe la dueña de la pensión con una cámara de fotos, que utilizó rápida y certeramente.
El miedo le llevó al señor a la súplica para que no se descubriera todo. Todo, era todo, lo de mi madre, quién era yo, lo que había querido hacer conmigo…
Finalmente pactamos que nos iríamos del pueblo en silencio, pero sólo si él ingresaba una importante cantidad de dinero en la cuenta de mi madre.
Florentina hizo más fotos comprometedoras, que no le mostramos. Con ella pacté que si ese hombre intentaba abusar de otra mujer, nosotras llevaríamos nuestra venganza hasta el final.
Y así ocurrió, no pasó demasiado tiempo y el señor volvió a las andadas con una nueva sirvienta; ella, menos timorata que mi madre, se rebeló y lo contó. Nosotras mostramos nuestras fotos y pudo demostrarse que no era la primera.
La retribución esta vez no fue económica, fue una mejor recompensa; el matrimonio se separó.
La mujer desapareció del pueblo, no sin antes sacar lo que pudo del patrimonio matrimonial. El hombre envejeció solo y nadie de su familia quiso saber de él, ni ninguno de sus legítimos o ilegítimos hijos. En el pueblo lo miraban con cierto recelo, pero ya sin ningún respeto ni temor.
El círculo se ha cerrado y el miedo casi vencido. Ni mis hijos ni mis nietos desconocen mis orígenes para que, sobre todo ellas, jamás tengan que soportar a ningún SEÑOR.
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