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Ramón (un aborigen de la tribu Querandí,de la provincia de Buenos Aires, (el nombre cristiano se lo había dado su padre, obligado por las circunstancias, ya que el hambre y la miseria podían hacer que un hombre orgulloso, dejara por un rato de lado sus enraizadas costumbres) entró en su humilde rancho, volvía de trabajar el campo ajeno de algún estanciero rico que lo explotaba pero que por lo menos le permitía llevar un poco de pan a su diez hijos, que lo esperaban junto a su esposa para comer y medianamente sostener el terreno heredado de sus padres, una pequeña parcela de tierra que pertenecía a un campito que el padre repartió entre sus hijos.

Esa noche llovía copiosamente y Ramón salió a poner a resguardo su famélico caballo que era su herramienta más importante, cuando en la oscuridad vio una figura, era su hermano Remigio, que visiblemente alcoholizado le reclamaba algo que no escuchaba bien, de repente Remigio se le vino encima empuñando una cuchilla, Ramón no tuvo más remedio que sacar la suya de la cintura y se trabaron en una feroz lucha, no solo estaba en juego su vida sino la de sus hijos porque sabía que el no se conformaría solo con matarlo a el, sino que luego iría por sus hijos y su esposa, ya que su interés era sacarle la parcela de tierra.

La lucha duró solo unos instantes porque Ramón en su desesperación, insertó una puñalada en el corazón de su hermano y lo mató instantáneamente, desesperado tomó su caballo y huyó pero al enterarse las autoridades, salieron en su busca y lo apresaron de por vida.

Como era de esperar, al día siguiente se llevaron a sus hijos menores del lado de su madre, que a raíz de la situación y por no estar casada legalmente perdió sus tierras y todos sus derechos y quedó a la buena de Dios.

Las hijas menores, Teresa y Juana fueron llevadas a una estancia que oficiaba de orfanato para niños desamparados, un lugar bello por fuera pero terrible por dentro. Los menores eran pelados y llevaban un guardapolvo gris pasando las rodillas y se los hacia trabajar duramente en el campo y en quehaceres domésticos.

Teresa era una niña que con escasos trece años tuvo que aprender  en carne propia los usos y abusos a que eran sometidos estos niños, en especial los de su origen pero como era sumisa, no tenía problemas, no así su hermana Juana mucho mas pequeña y rebelde, ella siempre se metía en líos y su hermana pagaba los platos rotos, como una vez en que a punto de ser castigada por la celadora (una mujer adusta y fría que acostumbraba castigar duramente a los niños) tenía a Juana con la cabeza entre sus piernas y cuando estaba a punto de pegarle, Juana mordió uno de sus muslos y esta la soltó dando un grito, entonces la niñas escapó, claro seguida por su hermana que no la dejaba sola, fueron cazadas por peones de a caballo, y castigadas durante un día de rodillas en el maíz sin comida ni bebida.  

Teresa soportó esa vida hasta ser mayor cuando fue enviada a la casa de una partera, esta fue la primera vez que tuvo un trato amable. Pasado un tiempo vino a pasar unos días en la casa de la mujer, un joven de ciudad, que venía a reponer su salud con el aire puro. El al ver a Teresa en encaprichó con ella y exigió a su familia que quería llevarla con el y casarse, a lo cual su familia accedió de mala gana,  le permitieron casarse pero Teresa nunca pasó de ser una sirvienta para todos ellos.

Esta bondadosa mujer de cabello negro y muy largo recogido en una trenza (que fue conservada por muchos años en mi casa) le dio cinco hijos a Roberto, tres varones y dos mujeres que eran las menores, (la ante última  fue mi madre) y el le pagó con una vida de servidumbre, maltrato e infidelidades, que terminaron en el abandono total de ella y sus hijos, que igualmente a pesar de todo, vivieron una excelente vida, gracias al coraje de mi abuela. 

Teresa falleció a lo noventa y dos años de edad dormida en su cama, sin sufrimiento y rodeada siempre de su familia.

Este relato es mi humilde homenaje a mi abuela materna, a quien conocí de muy joven pero que no supe apreciar como corresponde, quizá por mi escasa edad o por la presencia de mi abuela paterna que siempre estaba conmigo, no lo se.

Gracias abuela Teresa por lo mates en la cama, alguna vez que podías quedarte en mi casa,aunque me quejara por lo temprano que era, una comete errores cuando es muy joven, que luego se recuerdan con los años y ahora pienso, que mujer valiente fue mi abuela, yo no hubiese sobrevivido a  lo que ella pasó. Perdón por no haber prestado la debida atención a vos y a mi orígenes indígenas. 

Realmente estoy orgullosa de ser una mestiza, mezcla de indígenas argentinos, belgas, españoles e italianos, quizás algunos piensen que no tiene nada de especial pero a mi me fascina. 

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