Estoy en medio de un salón sin puertas donde oigo los gritos de las cosas que antes fueron y ahora no son. Pero laten. Las escucho en mi mente, me susurran su historia y me dan respuestas.
Mira allá adelante, en la pared. Están observándonos desde sus ventanas pequeñas y grises. ¿Se quieren meter en el salón, o soy yo el que quiere saltar por ellas? ¡Pero si allí estoy!, en la más nueva, la de color. Prisionero de un instante. ¿Es esto la eternidad?: Vivir por siempre o adornar una pared de un salón.
Ven, no te alejes. Sígueme hasta esta mesa. Sobre ella y bajo un vidrio choca el sudor y el engaño que se funden en metal y te acuñan la vida. Ves aquella águila verde, se come los pequeños perfiles. Pobre de ella, se está comiendo a sí misma.
¿Qué es esa caja que cuelga en la otra pared? ¡Ah, es el juez que nos conduce la vida! Es nuestra cadena perpetua. Pero está infartado. Aquí su ley – de minutos y segundos – no es válida: ¿Libertad o muerte?
Hay muchas cosas aquí, suspendidas en la animación de un olvido esperando que un recuerdo les sople el polvo de lo inservible.
Ya sé, el salón es un altar. No me mires así, ¿qué crees tú? ¿Será una tienda?, porque hay todo tipo de cosas.
Unas están muy cerca y otras parecen mezclarse con las del fondo. ¿Será un cementerio? Ya no viven estas cosas.
Sólo me miras y no dices nada. Comparte mi soledad.
Ven. ¿Me llamas?
Allá voy. ¿Te acercas a ayudarme?
Gracias.
§
En medio de un salón sin puertas se quebró un espejo.
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