Un rumor de agua susurraba lejano. Pocos, o quizá nadie,  lo escuchaba. Ella si lo hacía. El silencio y la observación fueron sus compañeros inseparables.

Allí estaba aquel apretón de manos, de esos que se dan los hombres grandes y que siguen con un abrazo y palmadas en la espalda.

_ ¡Hola primo! ¡Tanto tiempo! ¡Cuánta alegría de verte!

_ ¡Hay hombre… deberíamos de juntarnos más a menudo!

Las mujeres, aquellas primas que, pese a no verse desde hace mucho pero mucho tiempo, mantienen unido ese vínculo que surge de corazón a corazón. Ese misterio que tal vez se lleva en la sangre, en el apellido, en los antepasados o, por qué no, en los recuerdos de momentos únicos vividos en un tiempo que ya fue. En un tiempo que solo se atesora dentro, muy dentro. En ese tiempo detenido en el cual somos niños o adolescentes eternos.

_ ¡Pero estás igual! ¡Me encanta tu pelo!

_ ¡Ese atuendo que tienes se ajusta a tu personalidad por siempre rebelde!

_ ¡Falto yo para que las tres mosqueteras estén completas!

De pronto, y como diría Becker, “del salón, en un ángulo oscuro”, una señora elegante hizo su aparición en la escena. ¿Quién podría ser? Pues esa tía soltera que se pasea por el mundo conociendo todos aquellos lugares que en su juventud no pudo. “¡Que sus hermanos pequeños!”-primero. ¡Qué sus sobrinillos!” –luego. Hasta que se decidió a tomar las riendas de su destino y de las alturas solo consiguen que baje las playas, campos poblados con tulipanes y lavandas, los castillos medievales y uno que otro crucero selecto, por supuesto. 

_ ¡Que emocionante verlos a todos nuevamente! Ustedes saben que son mi vida, son mis amores…

Ella continuó desplazándose y observando el lugar. La música acompañaba el sonido de cada alma o quizá sucedía a la inversa. Estoy en dudas. Pero lo real era que las miradas no dejaban de cruzarse con chispazos de éxtasis.

Los niños jugaban afuera, sobre la verde grama. Sus voces llegaban hasta el universo, seguramente, y sus abuelos sonreirían felices de ver como un poquito de ellos todavía seguía aquí, en este hermoso mundo, respirando, saltando, soñando…

_ ¡Oh, pero si llegan los protagonistas de la reunión!

La música cambia su ritmo y una melodía romántica dice presente. El aplauso comienza.

Una hermosa mujer de largos cabellos rubios con un ramo de flores naturales en sus manos llega del brazo de su amor. Alto, simpático, distendido y jovial, el nuevo integrante de esta familia tiene entre sus manos a las de su amor. Parece cobijarlas como a un tesoro; las acaricia dulce y suavemente. No quiere soltarlas. Luego pasa uno de sus brazos por la espalda de la novia y desliza su mano hasta la cintura de ella. Ya son tres. Una nueva ramita del árbol está naciendo, nuevos brotes conocerán la luz muy pronto.

La alegría invade el ambiente y es la primera bailarina en este escenario.

El novio tiene pocos invitados. Sus amigos, hermanos de la vida, hermanos por elección.

La suegra, madre de la novia, viuda la señora, estudia la situación. Solo piensa en su hija menor, en la “niña de sus ojos”, en su mimada.  ¡Qué decisión es ésta de formar una familia! ¡No lo puede creer! Se siente desolada, aunque con entereza soberana, no lo demuestra. Solo las personas que conocen su interior, que la vieron educar a su familia, que la conocieron adolescente y acompañaron su camino hasta hoy, que atraviesa la barrera de los 60; saben, o intuyen, pensamientos, dolores, angustias, deseos que se mezclan en ese corazón de madre.

Le es difícil reconocer que, como se dice “no pierde una hija sino gana un hijo”, porque es su “niña pequeña, su hijita”. El tiempo ayudará para que la suegra comience a aceptar al yerno. Es un buen hombre, eso se nota en su sonrisa abierta, en su trato franco y en sus palabras sin dobleces.

Un vals comienza a desfilar por el salón y dos copas de champan se alzan en un brindis único o irrepetible. Esa familia eleva su copa por el futuro pero también lo hace desde el pasado, desde aquellos lazos que los unen y los unirán por siempre.

Los hermanos de la novia, que habían permanecido casi en el anonimato durante toda la velada, sienten que es el momento de tomar a la ardillita que los hacía atravesar muchas aventuras y danzar junto a ella, acompañándola en la aventura más maravillosa de su vida: una familia.

¡A los sobrinos se les va la tía que los hacía divertirse! Varias lágrimas aparecen en los ojos de esos muchachos de brazos largos y voz que no encuentra la nota justa para hablar. Igual nada los detendrá para bailar con ella y demostrarle a “ese maridito” que ellos llegaron primero al corazón de ella y que de ahí nadie los saca. Se ha dicho.

Las hermanas y las sobrinas en la mesa principal disfrutan de la fiesta, brindan y conversan sobre la novia.

_No sabe cocinar, va a tener que aprender.

_Eso no importa porque él vivió solo siempre y cocina muy rico.

_Ahora no va a poder estar a la moda ni salir a todos lados con sus amigas. Tendrá que hacer más vida en casa.

_Lo primero será terminar de estudiar. Le falta poco para concluir la universidad.

_ ¡Cómo les gusta opinar sobre la vida de los demás!

Ella se había paseado por todo el salón y escudriñado cada instante y cada palabra sin ser advertida su presencia. Se adentró en las miradas, en las caricias, en los roces y fue invisible. Hasta que la novia dijo:

_Familia, nunca nos reunimos todos juntos. Vengan que nos vamos a tomar una foto.

Entonces resonó lo que escribió José Ángel Buesa, “y seguiré viviendo de la misma manera, que es vivir cada instante como una vida entera”, y al apretar el disparador, capturó la imagen de su familia.

familia.jpg

Fin

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