Ahora que esa esponja por la que se escurren los recuerdos en la que se ha convertido mi memoria, me permite todavía algunas veces rebobinar los clichés sin revelar de ese tiempo que fue, recupero del cajón de los capítulos cerrados el dibujo. Ese último dibujo que me regalaste tan pocos días antes de partir y perderte para siempre en el laberinto de luces de colores que hay al otro lado…
Y ahí está papá, con unas alas de ángel como presagiando quien sabe lo que encontrarías a donde fuera que pudieras llegar. Y ahí está Jonás, tu hermano, no nacido, no engendrado, ni deseado aún en aquel tiempo. Y los arboles del jardín a los que tanto te gustaba trepar y ese sol que ya no podía acariciarte si no era desde detrás de la ventana. Pero no estoy yo. Como si no existiera. Como si no importara. Como si mi presencia hubiera sido necesaria solo para resguardarte durante nueve lunas de un mundo en el que no quisiste quedarte demasiado tiempo.
Tu ausencia me dejó a mí desangrada, malherida y aún viva, tan viva…, demasiado viva para seguir viviendo. Y resistí como solo yo sé hacerlo borrándome de todo, como de tu dibujo y me pregunto ahora si fuiste alguna vez algo más que un ángel en un papel emborronado que sujetan unas manos viejas, cansadas ya, deseosas de arrugar de una vez para siempre ese maldito pedazo de papel en el que he mantenido viva tu existencia y perderme también yo en ese laberinto de colores que hay al otro lado.
Arrugaré el dibujo como arrugué mi piel y dejaré por fin a mi memoria alada vagar en busca de recuerdos perdidos, jamás encontrados y en ese laberinto buscare la salida de mi misma y de ti. Y ya no seré más, tampoco seré menos. No sé ni si seré algo más que una figura que no aparece en ese tu dibujo donde no soy ni fui.
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