Cuando alguien nace no escoge su familia, sus padres o su país. Su fortuna o miséria han sido lanzadas al azar y a algunos les toca algo gordo.. ¡Muy gordo!.

De familia inmigrante, no contaba con abuelos, tíos, primos, no tenía nada como referencia o para apoyarse.

Lo realmente importante era su postura delante de la vida, siempre trasteando y metiéndose en todo que podía, sin medir consecuencias ni peligros. Era la aventura lo que le impelía, era su combustible y nada ni nadie podía controlarla. La noche le fascinaba pero también la asustaba, las sombras y el plenilunio, muchas veces jugaban con su imaginación y sus miedos, eran gigantes como los dragones de los cuentos de hadas. Tenía pavor a su casa, no era un sitio seguro, para ella era un espacio demasiado pequeño para poder defenderse de las palizas que le daba su madre.  Le tenía muchísimo miedo y temía que cualquier respiración más profunda o cualquier accidente que ocasionara en casa, fueran motivo suficientes para despertar su ira.

Fueron muchas luchas insanas con millones de emociones, sentimientos tan fuertes que llegaban a dañar. Emociones controvertidas, queriendo y odiando a quien no podría por cuestiones morales.  Las pesadillas, la eterna sensación de culpabilidad por sentir lo que no le parecía correcto. La agobiante soledad de pensamientos y sentimientos, sin poder compartirlos con nadie… Su héroe, su padre, con quien siempre contaba, muy poco podía estar a su lado, siempre luchando para llevar la familia adelante, dejándola a merced de sus temores y pesadillas y a quien muchas veces tenía que encubrir las palizas, para evitar odiosas y violentas discusiones entre ellos, a lo que después, tenía aún que asumir la culpa por el infortunio y desgracias del matrimonio.

Quizás por eso estaba siempre enferma, así tenía la atención que no recibía estando con perfecta salud, era su única oportunidad de sentirse protegida y libre de humillaciones y palizas.

El ansia de querer saber, ver, correr al aire libre y la sensación de libertad un tanto salvaje, eran de las pocas cosas que le alimentaban y proporcionaban cierto confort a su espíritu.

Lo peor era no entenderlo, sabía que algo importante faltaba, algo que sus amigos tenían, amor, apoyo y cariño de sus madres, eso que jamás o muy pocas veces ha sentido de la que justo más horas pasaba a su lado, y de la que quería huir siempre, corriendo para las calles, olvidando de las horas y sin ganas de volver a casa.

Años y años, deseando no haber nacido. Le molestaba ver a sus amiguitas y el amor que tenían por sus madres, para ella, en su cabeza era un monstruo, alguien que no debería tener perdón, porque no querer a la madre era sin duda, un gran pecado. Entonces venían las pesadillas, de esas que la despertaban en medio a la noche a los gritos y con el horror en su cuerpo, pero jamás corría hacia ella, se quedaba a los gritos en su cama, hasta que sí, venía ella a decirle que eran sólo pesadillas.

Eran épocas tranquilas en las escuelas, no había acoso escolar, se llevaba bien con todos, respetaba a sus profesores, y nadie jamás se había quejado de ella. Sólo no se atrevía a tener mucha intimidad con sus amiguitas, porque no podría abrir su corazón al punto de decirles lo que pasaba en su casa, ni para explicarles las marcas que llevaba visibles a lo que siempre decía que habían sido hechas por su gato. Le daba mucha vergüenza, más aún por los sentimientos que sentía hacia su madre. Todos y tantos regalos de esos que se hacen en la escuela, rotos y rechazados por no estar a la altura que ella se creía estar, sin darse al menos cuenta de cuánto le costaba escribir aquellas palabras que no le salían realmente del corazón.

Odiaba la estúpida pregunta: ¿A quién quieres más, a mamá o a papá? Se tragaba la respuesta que automáticamente le venía a la cabeza, pero se contenía, tenía que contenerse y responder sin mirar a los ojos del interlocutor: a los dos.

Su héroe, su papá, que mal estaba en casa por su trabajo, pero que mucho se reía al saber de sus travesuras, era su cómplice, su protector y su salvación, pero por cortos períodos entre las cenas y la hora de dormir.

Quizás por eso la oscuridad le asustaba tanto, era el horno en donde se cocinaban sus mayores temores, al punto de saltar de lejos a la cama, para que no la cogieran los pequeños monstruos que habitaban bajo ella. Quizás por eso la puerta jamás podía cerrarse, quizás también por eso muchísimas veces despertaba a los gritos por tantas pesadillas, que eran muy reales, demasiado reales..  Hasta el payaso que había ganado en unas Navidades y que tanto le gustaba durante el día, había noches que no la dejaba dormir. Aquellos ojos de botones cosidos en cruz parecían mirarla acusándola y amenazándola por ser una niña mala.

Creció, pero hay cosas que no se borran de la mente, y ese dolor aún duele, porque se pregunta ¿Qué hubiera sido si…si todo hubiera sido diferente?. ¿ Qué hubiera sido si en casa hubiera amor, haciéndola quedar al lado de quien debería ser su protección y no su carrasco, si le abrazara y no la golpeara por nada, si le ofreciera el gusto por estar y no la ansia por no estar.

Hoy, después de tantos años, su madre es una sombra de lo que ha sido, dos estancias por hospitales psiquiátricos, ya no sabe quién es, ni quienes son los otros. No se acuerda de haberla pegado, porque dice que no tiene hijos, vive pequeños destellos de recuerdos, que parecen escogidos a dedo, y la peor noticia que el psiquiatra podía dar a la hija es que ese tipo de enfermedad suele justamente volver el enfermo en contra a quien más quiere.

¡Habrá que agradecerle por haberla querido tanto…!

Fin

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