A paso lento y con ojos llenos de curiosidad, Elvira inspeccionaba la gran casa en la que se encontraba por primera vez conscientemente, era una casa bastante grande y con un especial encanto a la que se le notaba el paso del tiempo al igual que su inquilina de más de cien años, sus padres le habían dicho que cuando era más pequeña ella había estado bastantes veces, pero esos recuerdos eran lejanos, de cuando aun creía que los juguetes los traían los Reyes Magos en Navidad. Pero ahora con catorce años dudaba de casi todo a la par que se interesaba por más bien poco, pero esa casa le parecía curiosa, tenía un aura que la atraía irrefrenablemente, al observar los cuadros que colgaban de las paredes y las fotografías enmarcadas encima de las mesitas que poblaban los largos pasillos y anchas habitaciones de la casa, tuvo la corazonada de que ese día podía suceder algo interesante.

-Elvira, vamos al salón que nos espera La Tita- le dijo su padre que se encontraba a su lado, era un hombre alto bastante delgado de pelo castaño y ojos esmeralda.

-Sí, si- le respondió sin demasiadas ganas, Elvira estaba más interesada en la casa que en la anciana que vivía en ella y que a pesar de ser familia para ella era una total desconocida.

Cuando entraron Elvira vio a una mujer muy mayor, bajita con el pelo largo y blanco como la nieve virgen que le caía por la espalada como la capa de una reina de los cuentos de fantasía que su madre le contaba de pequeña, le impactaron sus ojos, unos ojos de color hielo pero que trasmitían una calidez que invitaba a dejarte hipnotizar por ellos. Cuando la anciana la miro fijamente le dirigió una amorosa sonrisa que acentuaba sus arrugas pero que la hacía vérsela más hermosa.

-Vaya, vaya la pequeña Elvira, estas guapísima, hacía mucho que no te veía la última vez apenas tenías cuatro años y ahora pareces una princesa- las palabras de La Tita la hicieron sorrojarse un poco a Elvira. – Como pasa el tiempo…pero que le vamos a hacer, en fin, vamos a comer que estaréis hambrientos-

La comida sucedió sin incidentes remarcables su primo pequeño Víctor que tenía siete años no paro quieto hasta que tiro la copa de vino de su padre y le castigaron a sentarse en la silla sin  postre, su madre se pasó toda la comida hablando de su hermano mayor y de cómo le iba en Londres y el resto…pues la verdad no le interesaba así que apenas presto atención, una vez que estaban en los cafés se hicieron el protocolario selfie de familia y en cuanto pudo Elvira se escabullo para explorar la gran casa en la que se encontraba y perderse en sus pensamientos.

Cuando salió al pasillo se sintió aliviada, ya podía estar tranquila, dirigió su mirada a una foto en blanco y negro de dos chicas adolescentes que deberían tener su misma edad, se fijó en la de al lado que mostraba a un perro pequeño el cual no llego a identificar la raza. Luego de deambular por unos minutos vio un retrato de un hombre joven vestido de gala, a su lado había un cuadro de unas flores dentro de un jarro de cristal y al lado otra mesita en la que se encontraban otras fotos dos a color y otras tres en blanco negro todas tenían imágenes muy diversas en una por ejemplo se encontraban un grupo de mujeres en un café todas lucían alegres y joviales y parecían que estaban debatiendo, en otra había un niño sonriente vestido de comunión y la otra un hombre corpulento de mediana edad que sostenía entre sus grandes brazos un bebe adormilado.

– ¿Te gustan? – le susurro una voz risueña a su espalda. Al girarse Elvira vio la pequeña figura de la Tita que la miraba sonriente.

-Si me parecen que todas están muy bien tomadas, además, los cuadros son hermosísimos- respondió Elvira. -Quienes lo hicieron realmente sabían que se hacían- matizo para acabar.

– ¿Ah, ¿sí?  – dijo la tita con una mirada picara. -Dime, Elvira ¿te gusta la fotografía y el arte? –

-Pues si la verdad para es algo fascinante es como coger un pedazo de tiempo y congelarlo- la respuesta pareció agradarle a la Tita. -En especial, me gusta la pintura de las flores y la foto del perro pequeño-

-Vaya a mí nunca me gusto como quedo el cuadro de las flores, pero mi Ramón, en paz descanse, insistió en ponerlo, y en cuanto a la foto de Tato, bueno…dio mucho trabajo hacerlo estar quieto para que la foto saliera bien. Cada vez que veo estas fotos me invaden a toneladas de recuerdos preciosos- la voz de La Tita esa vez pareció algo distante y melancólica.

– ¿Y tú Tita dónde estás? – se apresuró a preguntar Elvira.

– ¿Yo? en ninguna- dijo pícaramente-

– ¿Cómo…por qué no? – eso le había pillado por sorpresa.

-Porque yo era la fotógrafa- respondió orgullosamente.

– ¿Y los cuadros? – Elvira cada vez tenía más curiosidad por aquello.

– ¿Los cuadros? También- la voz le sonaba tan vivaracha.

-Pero, ¿Por qué? – pregunto sorprendida.

-Elvira, cielo, porque me gusta, además la fotografía y el arte al igual que los libros y películas son como el legado que dejas atrás cuando te vas, es tu mensaje al futuro para decir esta era yo y esta es mi historia-

FIN

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