Decía la abuela que era su hermano

un muchacho corpulento

de cabello rubio y rizado,

con manos tan grandes como su corazón.

 

Eso y nada más.

Se vino a América,

como tantos,

a buscarse la vida,

a probar suerte.

Acarreaba costales de semillas,

en el Barrio de la Merced

de la ciudad de México.

Decía que uno lo provocaba a diario

llamándolo Ricitos de Oro

aunque él le advertía que, un día,

lo sacaría de sus cabales.

Cuando se cumplió el plazo,

harto de burlas,

de un solo manotazo,

lo hizo volar por los aires.

Eso y nada más.

Dijeron que el golpe fue mortal,

el socarrón cayó al suelo, tan inerte

como sus sueños en América.

La autoridad se lo llevó en el acto

y para evitar la cárcel,

lo dieron por loco,

lo encerraron en La Castañeda.

Decía que una vez al año

lo dejaban viajar

a visitar a su madre.

Pero un buen día ya no pudo ser,

se volvió violento,

demasiado,

parecía un loco.

Eso… y nada más.

FIN

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