Ahora recuerda con añoranza aquellos años de su infancia. Su familia le quería, y no es que ahora hubiera dejado de hacerlo, pero no era lo mismo. Besaban sus fotos, hablaban en voz alta de él sin saber que los estaba escuchando, recordaban momentos muy entrañables… Quería integrarse en el grupo, charlar con ellos, pero su estatus se lo impedía. Lo que si tenía muy claro era que jamás podría hacerles daño, por mucha necesidad que pasara. No, jamás los atacaría.

El fatídico hecho ocurrió cuando solo tenía diez años. Jugaba con sus amigos en un descampado, ajeno a lo que se le avecinaba, hasta que el objeto del juego, una pelota, se alejó hasta el cercano parque. Fue a buscarla cuando la encontró a los pies de un desconocido que no hizo el más mínimo intento de acercársela empujándola con sus pies. Tuvo que aproximarse tímidamente hasta aquel hombre. Cuando estuvo lo bastante cerca oyó unas palabras, pero le sorprendió que salieran de aquella boca impasible, de aquellos apretados labios que ni siquiera se despegaron. Sin embargo, la dulzura del timbre de voz le cautivó y no pudo resistirse a desobedecer la orden dada por aquel individuo, que tan solo dijo “acompáñame”. Volvió la vista hacia sus amigos que lo veían marcharse con él, paralizados por el miedo, mudos por la terrible situación en que se veían inmersos. Nadie más se encontraba en los alrededores, seguramente por el frío reinante a esa hora vespertina. No sabía muy bien por qué motivo lo estaba acompañando, ni adónde lo llevaba, pero continuó a su lado.

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Llegaron hasta un gran árbol. El individuo lo agarró por los hombros y, con un rápido movimiento, lo puso contra el tronco, de cara a él. A continuación bajó su cabeza hasta el cuello del chico y despegó sus labios dejando entrever unos afilados colmillos que le sorprendieron. Sintió el pinchazo producido por la mordedura y, a continuación, una desazón muy profunda hasta entonces jamás sentida. Después el individuo desapareció repentinamente.

Aquella noche le asaltaron unos sueños muy extraños, sudaba abundantemente, y se despertó en varias ocasiones con horror por lo presenciado en aquellos episodios oníricos que le parecieron de lo más real.

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A partir de entonces su vida cambió. Sus amigos lo abandonaron por sus injustificadas y frecuentes ausencias, por sus evasivas cuando se le preguntaba qué es lo que hacía o por dónde andaba. A ellos, al igual que a su familia, no los tocaría. Su amistad era tan fuerte que traspasaba los umbrales del nuevo mundo. Tenía muchas más oportunidades en el colegio, en la calle, en el barrio. Tantas que le faltaban horas del día. El problema era convencer a sus padres para estar más tiempo en la calle. Su madre lo notaba extraño desde aquel día y, naturalmente, vio la mordedura, hecho al que él respondió sin nerviosismo con la excusa de que había sido picado por dos abejas al importunarlas en su pequeño enjambre cuando la pelota con la que jugaban fue a parar accidentalmente hasta el matorral. La herida cicatrizó pronto y no se volvió a hablar del asunto.

Sus dotes de persuasión se desarrollaron notablemente. Es sabido que el hambre azuza el ingenio, y la capacidad para relacionarse asombró a todo su entorno. Para los adultos, el niño no presentaba ningún problema. Podían dejarlo solo en cualquier situación, y a los pocos minutos se le veía acompañado. Lo que sí era llamativo es que desapareciera, siempre, durante unos minutos.

Su modus operandi varió respecto de su “creador”. No se dirigía al cuello de sus víctimas, pedía la mano de sus acompañantes con la falsa pretensión de intentar adivinar el futuro leyendo las líneas de la mano. Después proponía que, para una correcta predicción, necesitaba unas gotas de sangre que extraería de un leve mordisco en la muñeca. Nadie se negaba ante la perspectiva de conocer su futuro solo con la penalidad de sentir una pequeña incisión. Unas gotas de cada niño eran suficientes por aquel entonces; podía contactar con varios a lo largo del día.

Con la adolescencia la táctica cambió. Los chicos fueron dejados de lado, sustituidos por las chicas. A estas les llamaba la atención aquel atrevimiento de morderle en sus delicadas muñecas. Lo interpretaban como un incipiente encuentro sexual. Pero a él no parecía importarle este punto. No se le conoció ninguna relación, era un chico muy raro.

Fue pasando el tiempo de su vida terrenal hasta el día en que lo volvió a ver. No había cambiado. Tenía el mismo aspecto que la primera vez. Incluso iba vestido de la misma guisa.

  • Te he dejado experimentar tu nueva condición unos años- pronunció con su gélida voz – Ha llegado el momento de que pases a mi servicio. Te enseñaré cosas que aún desconoces, pasarás a ser mi discípulo incondicional y, a partir de ahora, experimentarás aún más poder. ¿Estás preparado?

  • Tengo miedo. ¿Por qué no has estado a mi lado en los malos momentos que he pasado todos estos años? ¿Por qué ahora tengo que seguirte?

  • Era necesario. Debías aprender, sólo, a asumir tu nueva vida. Ahora debes unirte a los nuestros. Perteneces a otra familia.

Él se conforma con eso y sabe que ellos no le olvidan.

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