De los recuerdos de mis viajes al pueblo, es recurrente el de una tarde noche de agosto en La Calahorra, un pueblo cercano al mío, en el que estaban de fiestas, y al que fui de buena gana con mi primo Pepe, porque me habían dicho que también iría una chica de la que yo estaba muy enamorado y que al final no apareció. Miro en el álbum familiar, y, junto a la foto de los dos en el puesto del ‘tiro al blanco’, encuentro el relato de lo que sucedió aquel día:

“Es agosto, mes de ferias, como lo llaman por aquí, y estoy en el pueblo como siempre que tengo vacaciones desde hace bastante tiempo. Todos mis amigos tienen novia y yo he de buscarme compañía para salir, y ese verano, ese día, mi compañía iba a ser alguien mayor que yo, de larga carrera y mucha labia: mi primo Pepe. Figura fina, pelo castaño ondulado que empieza a clarear, andares de torero retirado que mantiene el orgullo de la torería; separado de su primera mujer por olvidar los deberes que se impone quien libremente acata la compañía de alguien con quien compartir los días y, sobre todo, las noches. ¡Ay, las noches! Ahora anda por el pueblo de caza. Más adelante descubriré que buscaba volver a  asentar la cabeza y que su pieza era una amiga mía con la que más que asentar la cabeza la pondría sobre un polvorín, pero… A pesar de que debía mostrar ante su ‘pretendida’ propósito de enmienda, esa tarde  le propongo ir a la feria de la Calahorra y el deseo puede más que el deber. Dice que sí sin pensárselo dos veces. Y allí nos encaminamos. Entramos en el bullicio de la calle donde están los puestos de la feria e inmediatamente no puede evitar dirigirse al primer grupo de chicas que ve:

–  Ea, guapas… No había venido nunca a esta feria pero se ve que hay mucha animación.

Las chicas se miraban como preguntándose: “¿Y éste viejo verde qué querrá?” Yo me mantenía un paso por detrás de él que era quien llevaba la voz cantante.

–  Sí, está muy animá – respondió una de ellas.

–  Vosotras, ¿sois del lugar?, – preguntó Pepe.

–  Pues claro, ¿de dónde vamos a ser si no?

–  Hombre podríais ser de dónde quisierais, con esas caras tan preciosas. Por cierto, ¿sabéis por dónde queda la plaza de toros? – les volvió a preguntar.

Yo no tenía ni las más remota idea de por dónde iba a salir, pensaba que en la plaza de toros habría algún espectáculo esa noche y pretendía que fuésemos, pero no era así:

–  Sí – respondió una de ellas. Sigues hasta el final de esta calle y a la vuelta…

–  ¿A la vuelta a la izquierda o a la derecha? – preguntó él de nuevo con su gracejo natural.

La chica se puso de frente y haciendo un gesto con su mano izquierda le señaló la izquierda.

–  Y, si puede saberse, ¿a qué vais a la plaza de toros ahora si allí ahora no hay ná de ná? – preguntó otra.

–  No, si no vamos ahora, es que mañana, aquí el maestro –me señala a mí- torea allí y quiero saber cómo se va para venir a tiro hecho –les respondió mi primo, que antes -me aclaró después- había visto un cartel anunciador de la novillada que se celebraría el día siguiente, y a mí casi me da un soponcio.

Se quedaron tó pillás al ver a un torero de carne y hueso; volvieron sus ojos hacia mí y yo noté cómo la sangre me subía a la cabeza. Ante ellas, incrédulas, él continuó su parrafá; ya no había mejor defensa que un buen ataque y le contó mi supuesta batalla de la corrida anterior con un novillo muy malo en la plaza de Linares, nada menos. Ellas me preguntaron si era cierto lo que contaba y yo no tuve más remedio que decir que era cierto. Al fin y al cabo una mentira piadosa no hacía daño a nadie. Ante la parquedad de mis palabras, pues no sabía por dónde salir, él les decía que el chico es muy callao, que sólo le gusta hablar en la plaza, que allí no pasaba ninguna fatiga y que es muy echao pa’lante, y que si era un tío mu apañao, que se le daba bien casi tó...  Labia no le faltaba al gachó. Las chicascasi estaban en el bote.

–  Yo soy el maestro de espadas y su apoderao – dijo él estirándose,  tomando aire e hinchando el pecho.

Mientras hablaba, pasaron a nuestro lado unos chicos del pueblo, nos saludaron con la mano, y nos preguntaron a grito pelao:

–  ¡Niños…¿cómo va la caza?!

Le habían visto y al día siguiente su pretendida sabría que el pretendiente había estado de ligue en la Feria de la Calahorra, seguro, y decidió cortar la conversación con ellas, haciendo caso omiso del requerimiento de los intrusos:

–  Bueno, mañana espero veros por la plaza, y poneros un saquito que hace fresco. Condiós, guapas.

Antes de marchar nos dijeron que si se podían hacer una foto con nosotros, a lo que él respondió que quedaría mucho mejor que nos la hiciéramos mañana en la plaza, o fuera de ella, con el maestro vestido de faena, a lo que ellas accedieron gustosas. La realidad era que no quería fotos con mujeres, por si acaso llegaban a su amada.

Ellas siguieron su camino comentando eufóricas la suerte de haber conocido al valiente que iba a torear mañana y nosotros partiéndonos de risa con la trola que, según él, se habían tragado. Mañana él tendría que lidiar otra corrida más difícil. Pero esa será otra historia.

Nos dirigimos al tiro al blanco, fallé los tres tiros, y posamos los dos, escopeta en ristre, para la posteridad”.

F I N

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