“Creo que la vida tiene mucho de forma y nada de contenido. Soy absolutamente incapaz de encontrarle algún significado: pienso que sólo se justifica por la diversión que comporta”.

   WILLIAM SOMERSET MAUGHAM

El primer hotel que conocí tenía cuatro estrellas. Yo sólo tenía dos años y medio. Me llevaron mis padres y  evidentemente no recuerdo nada de nada. Mi padre se llamaba Arturo y era un abogado muy prestigioso. Mi madre se llamaba Ana y era veterinaria del zoológico. Tenía dos hermanos más: Francisco, tres años mayor que yo, y Marta, que era un año y medio menor que yo. Éramos una familia de clase media bastante adinerada. Recuerdo que pasé una buena infancia.

El segundo  hotel sólo tenía una estrella. Era más bien un hostal en dónde se comía muy bien. Íbamos con Pepe, mi novio, a follar sin preocupaciones. En aquella época estábamos muy enamorados. Y éramos muy, muy jóvenes. Además, Pepe era una delicia de hombre.

Cuando acabé la carrera de Filología Inglesa, conocí a Alfredo y también mi tercer hotel. El tercer hotel tenía cinco estrellas: fue durante el viaje  de recién casados. Fuimos a Nueva York. Lo pasamos bastante bien. Pero acabamos separándonos al cabo de cuatro años. Estaba cansada de él. Era un buen hombre pero era muy, muy aburrido. Y demasiado serio y poco positivo. Le engañé con Carlos.

Con Carlos íbamos a hoteles baratos. Él no tenía dinero, pero era un tipo muy divertido y me lo pasé muy bien  en la cama. Carlos era un caradura: me enseñó el lado calavera de la vida.

Después vinieron muchos más hoteles, y todos de alta categoría. Los conocí con Juan José, mi segundo marido. Íbamos con nuestros dos hijos, Mateo y Clara. Juanjo era el hombre ideal. Era un gran arquitecto. Sólo tuvo un defecto: murió  joven a causa de la rotura  de un aneurisma.

Mi último hotel fue uno de la Riviera Maya. Fui con mis hijos. Hacía mucho tiempo que  estaba viuda. Era la gran abuela de la familia. Mateo vino con su pareja,  Raúl,  y su hija adoptada Anaïs. Clara vino con Sergio, su segundo marido, y sus cuatro hijos (dos de Clara, uno de Sergio y uno común, Arturito, el benjamín.)

Hoy me ha dado por repensar y escribir mi vida y le busco un sentido. Recuerdo a toda mi familia: mis padres, mis hermanos, mis hijos y todos los hombres con los que he estado. Y me da la sensación que he vivido plenamente la vida. ¿O quizás no?

La lástima es que ahora  vivo con María, enferma de Alzheimer, en esta estúpida residencia para la tercera edad.

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