Cada tarde al volver del colegio pasaba por la tienda Reluxe era la más refinada y preferida del pueblo. Era también, la primera tienda por departamentos que allí se abría. Casi todas sus amiguitas tenían una muñeca exclusiva de la tienda Reluxe, aunque eran modelos idénticos, eran de aquélla afamada tienda, motivo suficiente para ostentar de tener una.

Era la última de cuatro hermanos y en su casa se podía encontrar juguetes viejos y olvidados de sus hermanos mayores. Trompos medio rajados, carritos de fierro oxidados y sin llantas. Patines descuadrados y sin pasadores, pelotas desinfladas pero de muñecas nada.

En su casa nunca se oía música ni se tenía por costumbre conversar unos con otros. Languidecía con las puertas cerradas, oyéndose muy de vez en cuando, onomatopéyicos saludos entre los hermanos. Balbuceos sin cruzar miradas. Era para una niña un espacio tan amplio tan vacío tan desoladoramente ordenado que la turbaba la empobrecía.

Podía llorar a gritos y reír con estridencia, el efecto era el mismo, ecos de dolor y de solitarias carcajadas que recorrían desde el salón hasta el tendedero. Una tarde su hermano Claudio la encontró mirando los escaparates de la tienda Reluxe en donde exhibían sus preciadas y costosas muñecas, estaba tan abstraída que no notó que su hermano la observaba. Él, dejó de estudiar al igual que sus hermanos para trabajar en la fabrica de zapatos y zapatillas Bata, muy de moda en esos días. Cada uno aportaba una parte de su sueldo para vestirla, alimentarla y pagarle los estudios. Aparte de eso nunca se les ocurrió llevarla al cine o comprarle alguna vez un regalo, ni preguntarle cómo se sentía. Menos aún festejarle su cumpleaños, de hecho, nunca ninguno de ellos se saludaban en los suyos. Sólo era foco de atención cuando se enfermaba o traía las notas del colegio. Claudio quiso acercarse y abrazarla, contarle porqué no tiene papá ni mamá, tomarla de la mano y volver juntos a la casa pero no pudo. Aunque ya adulto. Claudio seguía tan mutilado y amargado como el día en que se dio cuenta de que sus padres se habían ido que los habían abandonado. Se retiro sin que ella lo notase.

Con los años uno a uno los hermanos se fueron muriendo. Sólo Claudio todavía soportaba los embates y maltratos del tiempo. Su hermana hacía mucho que se había retirado de la casa dejándolos con sus onomatopéyicos saludos, encerrados y mutilados por su amargura, en su casa tan desoladoramente ordenada. No es que no los quisiera ni que los había olvidado. Ella no quería vivir porque sólo respiraba, ni tener que balbucear sus sentimientos. Al morir su hermano Claudio, los del seguro encontraron entre sus pertenencias, una muñeca estaba intacta en su caja, era una de las muñecas de la tienda Reluxe pegado a la caja tenía una tarjeta medio amarillenta por el paso del tiempo que a tenor decía:

«Hermanita querida…» nunca la pudo terminar…                       

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