Erase una vez un mundo cuyos reyezuelos se llamaban Mercados. Llegaron a dominar todo el mundo conocido, que entonces era solamente el Planeta llamado Tierra.
Ellos vivían en una nube mágica, aislada de todo dolor y carestía. El lujo que los envolvía dio en llamarse el Mundo Financiero. Tenían sus propios Paraísos apellidados Fiscales en lugares estratégicos distribuidos por toda la Tierra en donde podían refugiarse del clamor de la plebe. Nunca antes se había conocido tal nivel de riqueza y fastuosidad, ni siquiera en tiempos de Catalina La Grande Emperatriz de Rusia.
Lujosos carruajes tirados por los mejores caballos árabes o españoles, descapotables cuyo valor se estimaba en millones de la moneda más valorada del momento, helicópteros y aviones familiares les llevaban de una punta a otra de la, para ellos pequeña, bola del mundo.
Entre ellos se hacían la competencia, rivalizando en poder y en ansia de mayores riquezas que ostentar. Llevados por la codicia no pararon mientes en engañar a sus pobres súbditos con un producto tóxico llamado Hipotecas Basura, mediante el cual les vendían las casas que habitaban a cambio de llevarse para sus arcas casi todo el sueldo del mes de las familias, cuyo poder adquisitivo bajaba y bajaba. Tanto bajó que un día la mayoría de los súbditos dejaron de pagar el producto tóxico porque ya no les alcanzaba. Ya prácticamente no podían comprar casi nada, ni siquiera les llegaba para alimentar a sus hijos a finales de mes. Las fábricas de productos de consumo acumularon pérdidas y empezaron a despedir a sus empleados, de manera que muchos súbditos se quedaron sin ingreso alguno. Llegado este momento, Los reyezuelos llamados Mercados expulsaron de sus casas a la mayoría de sus súbditos por haberle hecho daño a su Mundo Financiero y las calles del mundo empezaron a llenarse de pobres.
Cada vez había más pobres en las calles de las ciudades de todo el mundo: ancianos enfermos, niños hambrientos, mujeres y hombres famélicos y desesperados, pidiendo una ayuda para sobrevivir. Paradójicamente las casas de las ciudades se iban quedando vacías y abandonadas; pero ellos, los pobres, no podían entrar allí a refugiarse, ni en invierno cuando las nieves cubrían las calles, ni en verano cuando los cuarenta grados a la sombra amenazaban con deshidratación severa la vida de niños y ancianos. Todos estos edificios vacíos formaban islotes de barrios fantasmagóricos en el centro de algunas ciudades, por dónde daba respeto transitar, a pesar de la belleza de las avenidas y jardines que los rodeaban en algunos casos. Pasaron a ser propiedad del Mundo Financiero, cuyos pequeñas empresas se llamaban Bancos; pero no bancos para sentarse y descansar, o para dormir si vives en la calle, sino bancos para el descanso de Don Dinero, el más poderoso señor de todos los tiempos, por encima incluso de los reyezuelos llamados Mercados. Paradójicamente en los atardeceres de invierno se acumulaban pobres de toda clase y condición en sus puertas compitiendo por entrar al portal de acceso al Cajero (grifo por el que Don Dinero salía para habitar en los mejores bolsillos) con el fin de refugiarse del frío extremo durante la noche.
Todavía quedaban algunos súbditos de los Mercados que seguían trabajando, circunstancia que aprovecharon los Mercados para extraer de su salario todo el jugo que se pudiera hasta exprimirlos. Necesitaban acumular todo lo posible en su Mundo Financiero ya que Don Dinero no podía casi descansar en los Bancos porque tenían demasiados edificios vacíos de los que ocuparse. Esta estrategia de los Señores Mercados era buena para acolchar la cama de Don Dinero en el Banco; pero además resultó también ser espléndida para aumentar más y más el número de pobres en las calles, ya que estos súbditos cuyo salario seguía expoliándose cada vez más se convertían fácilmente en pobres hasta incluso no poder pagar su Hipoteca (aunque no fuera de las llamadas Basura) siendo así expulsados de sus casas y cargados con una deuda de por vida que los convertía además de pobres en Morosos, etiqueta denigrante y difícil de sacudirse de encima que les privaba de la posibilidad de comprar casi nada más para el resto de sus vidas.
El resultado fabuloso que obtuvieron los Señores Mercados fue un Mundo Financiero cada vez más saneado, con una corte de Ricos, cada vez más ricos, rodeados de lujo y fastuosidad como jamás se conoció entre reyes, jeques ni maharajás del Este, del Oeste, del Norte ni del Sur. Cada vez eran más los ricos y sus riquezas aumentaban inconmensurablemente; paralelamente aumentaba el número de pobres y su pobreza rayaba casi en el infinito.
De lo que un día fue la Sociedad de Bienestar, llamada también Sociedad de Consumo, apenas quedaban pequeños reductos, como islotes, como ruinas que recordaban el paso del tiempo, como el Foro Romano se adivina en el centro de la Ciudad de Roma, como la silueta del Partenón se alza en el horizonte recortando los atardeceres de la Ciudad de Atenas.
Había gran diversidad entre los pobres, inmigrantes provenientes de todas partes, de Africa Sudsahariana, del mundo árabe mediterráneo, de países asiáticos, de Europa del Este, de América Latina,… Unos habían entrado con papeles y otros entraron de forma ilegal, sin papeles, por eso les llamaban “los ilegales” – como si las personas pudieran ser ilegales solamente por su origen. Afectaba especialmente la pobreza al mundo infantil. Pero cada vez eran más los ciudadanos locales, trabajadores de toda la vida e intelectuales de clase media, que se sumaban a las estadísticas de población en los límites o incluso por debajo del umbral de la pobreza. Unos habían perdido sus trabajos, otros habían perdido sus negocios, otros habían perdido sus casas. Algunos desesperados se llegaron a quitar la vida. Esta última circunstancia fue silenciada en los medios de comunicación social con el argumento de que su divulgación podría hacer de efecto llamada y multiplicar el número de víctimas. De hecho muchas personas no conocían ni siquiera el hecho, solamente los más próximos en cada caso llegaron a saberlo. Una bolsa especial de pobreza y marginación se fue haciendo cada vez más grande: la de los Refugiados que huían de zonas en conflicto bélico. Una de las entradas más seguras de Don Dinero en las arcas de Los Mercados era la venta de armas a otros países. Además del ingreso por las ventas se derivaba otra ventaja añadida, la destrucción de bienes de primera necesidad que deberían ser repuestos cuando la guerra terminara, extendiendo así de nuevo el poder de Los Mercados.
La Escuela Pública, que siempre había actuado como colchón amortiguador de diferencias, como elemento de inclusión, se había visto amenazada en su función educativa por la discriminación que pesaba sobre ella al aumentar los privilegios de la llamada Privada Concertada. En estas últimas escuelas elegían libremente a sus profesores; pero también elegían de alguna forma a sus alumnos al tener menos dificultad en rechazar a los más problemáticos y a los procedentes de bolsas de marginación, que automáticamente pasaban a la Escuela Pública. De esta forma los niños se educaban en al menos dos ambientes contrapuestos, uno de ellos con mayor riesgo de exclusión social en el futuro.
Una situación tan desesperada llevaba a los distintos tipos de pobres a luchar entre ellos, compitiendo por la supervivencia como grupo. Unos querían expulsar a los extranjeros de sus países, otros querían hacer desaparecer a los indigentes de las calles de sus ciudades proponiendo leyes tan increíbles como el pago de multas a los que tenían que pedir para comer algo ese día, e incluso hubo quienes pidieron que llevaran a la cárcel a todo aquel que protestara por tanta necesidad sin cubrir debido a la tiranía de Los Mercados.
Como siempre hay una luz al final del túnel y ningún daño puede ser eterno, como por arte de magia se produjo la llegada de las hadas Empatía y su hermana Solidaridad procedentes del Reino de los Sueños, de la Ciudad de las Utopías. El hada Solidaridad bien podría estar dormida en la escultura en mármol de La Caridad desde el Siglo XVIII.
Las hadas Empatía y Solidaridad fueron introduciéndose poco a poco en el tejido social empezando por las Oeneges, asociaciones creadas bajo su inspiración. Después se acercaron a los propios ciudadanos más pobres que poco a poco fueron cambiando su actitud de lucha entre ellos por la actitud de ayuda, generando esperanza, paz y bienestar. Más tarde fueron penetrando en los hogares de la cada vez más minoritaria clase media y hasta se atrevieron a penetrar un poco en las altas esferas. Tocaron el corazón de algún director de banco que pensó que el portal del cajero era demasiado pequeño para tanto pobre y decidió empezar a abrir los pisos de los edificios vacíos.
Las hadas se colaron por las ventanas del mundo financiero llegando incluso a algún Paraíso Fiscal. Finalmente iluminaron la mente de algún Señor Mercado que sueña un mundo en el que – como El avaro de Dickens – él mismo es más feliz, llegue o no la Navidad.
Y el mundo se transformó en un mundo solidario, sin exclusiones, con menos pobreza, recuperando la sociedad del bienestar perdido, que ya nunca más fue la sociedad de consumo porque ya la gente no se encerraba en “cajitas de tiqui taca pequeñitas todas igual” sino que salían a la calle, a la playa, a la naturaleza. Se habían dado cuenta de que lo que está verdaderamente globalizado es el género humano que constituye un ser único llamado HUMANIDAD y no puede sentirse bien si le estalla la cabeza en Gaza o Cisjordania o le pica un abejorro en Ucrania.
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