Alba no es pobre.

Alba no es pobre como esos niños de África de barrigas infladas y cuerpos esqueléticos. De aire cargado de moscas, de bocas secas de agua, de días sin colegio…

Alba tuvo la suerte de nacer en España, un país que está en la mitad norte del mundo, pero en la puntita de Europa.

Ella duerme todas las noches en la calidez de sus sábanas, que comparte con su hermano Quique en la misma habitación donde también duermen sus padres. Y de vez en cuando los oye decir que no tienen “intimidad” pero ella no tiene ni idea de lo que es intimidad, puede que sea una cama grande o algún tipo de infusión para dormir bien, porque sus caras son algo tristes. Alba sin embargo está feliz de dormir allí, los cuatro juntos, en una habitación que su abuela les ha dejado.

Isabel, su abuela, es viuda desde hace bastante y vive de la pequeña paga que le corresponde gracias a su abuelo. Bueno, lo cierto es que ahora toda la familia vive de esa paga. La abuela se ha convertido en algo así como la “breadwinner”, que según la maestra de inglés de Alba, es “la persona que trae el pan a casa”.

Su padre trabajaba en eso de la “construcción”, aunque Alba apenas lo recuerda porque desde muy pequeña siempre lo ha visto “parado”. O eso dicen, porque su padre se mueve y mucho. Se levanta temprano y los lleva a ella y a Quique al colegio y luego se pone a hacer currículos en el viejo y destartalado ordenador de casa de la abuela. Los currículos son algo así como las redacciones que hace Alba en clase contando lo que ha hecho el fin de semana, pero en ellos su padre cuenta los sitios en los que ha trabajado y pone una foto suya. Una foto donde sale bien guapo, que es la misma que lleva su madre en la cartera. Pero Alba no entiende por qué a las empresas les gusta tanto coleccionar currículos. A veces ha acompañado a su padre a entregar algunos y ha visto cajas llenas o montañas apiladas. Tal vez luego se los intercambien unas con otras, como hace ella con las pegatinas repetidas de los paquetes de patatas fritas que le compra su abuela los domingos.

La madre de Alba es peluquera, aunque Alba tampoco lo recuerda, porque tuvo que vender su pequeña peluquería cuando su hermanito Quique nació. Y ahora “no hay trabajo”, eso dice su madre, y que es por culpa de la “crisis” y de “los vídeos de Internet” porque la gente no tiene dinero y las mujeres se hacen ellas mismas los peinados para las bodas, por otra parte escasas. Pero Alba está contenta porque gracias a eso, ella lleva al cole los recogidos más maravillosos que nadie pueda imaginarse: unas trenzas griegas de ensueño y unas coletas de caballo de revista.

Lo que a Alba no le gusta es cuando salen del cole y su hermano Quique y ella se tienen que ir con mamá y papá, “para no hacerle más gasto a la abuela”, a un sitio donde la gente hace cola para almorzar. A ella le gustaría regresar a casa, como muchos otros niños, por eso a veces suelta alguna frase del tipo: “¿Mamá por qué tenemos que ir al comedero?” Y entonces su madre la corrige con una sonrisa y le dice: “Los comederos son para los animales, cariño. Nosotros vamos a un comedor”.

A Alba tampoco le gusta cuando llega la Navidad o el día de Reyes, porque sus padres se ponen muy tristes y a veces los ha visto llorar. Sobre todo una vez que ella les preguntó que por qué los Tres Reyes Magos no les habían traído nada y le respondieron que porque habían perdido su dirección. A Alba le da mucha rabia que sea así porque las de sus amiguitos del colegio sí las recuerdan y todos tienen flamantes muñecos, cochecitos y carritos de capota. El año que viene les escribirá el Remite con mayúsculas, tal vez no entiendan bien su letra.

Los veranos por otra parte, a Alba le encantan, porque no tienen que viajar para disfrutar de las hermosas playas gaditanas de arenas finas y blancas y aguas frescas y limpias. Cuando regresan de las vacaciones, escribe redacciones increíbles sobre sus juegos en la colchoneta inflable de sus primos o los castillos de arena que hace junto a Quique. No le hace falta nada más para ser feliz, más que sus padres, su hermano, su abuela… y las olas lamiendo sus tobillos con una cancioncilla sibilante.

“Su hija tiene un talento innato para escribir” –le dijo la maestra a su madre un día- “Es capaz de convertir un día normal o incluso triste en una aventura maravillosa gracias a su imaginación”. A su madre se le saltaron las lágrimas ante tanta alabanza. Sabe que Alba es una niña especial, con una sensibilidad especial, ¿podrán darle los estudios que se merece? La felicidad se torna en tristeza cuando se plantea estas cuestiones y Alba no sabe si es por su culpa…

Un día, un día que Alba describirá como “muy negro” cuando sea escritora -si le dan la oportunidad de serlo- su padre desaparece. Lo buscan por todas partes vecinos y conocidos y Alba incluso llega a pensar que se ha marchado a Oriente, a casa de los Tres Reyes Magos, para traerles de vuelta todos los regalos que no les han llevado en años. Sin embargo pronto aparece, lo sabe porque llaman a su madre por teléfono y llora desconsoladamente toda la tarde y la noche. Su abuela los abraza a ella y a Quique y les dice que su padre está enfermo en el hospital. Pero lo cierto es que días después en el colegio, una compañera le pregunta a Alba que si no sabe que su padre se ha ahorcado. Ella le grita que eso es mentira, que su padre está en el hospital, pero algunos niños -con la crueldad que da la inocencia de la infancia- le dicen que no, que se ha ahorcado porque ellos son “pobres”.

Alba no entiende por qué los llaman “pobres” desde entonces, si ella ha visto a los niños pobres en la televisión de su abuela y no se parecen en nada a ellos. Ella tiene una cama donde dormir, almuerza todos los días aunque sea en el comedor y viste, aunque lleve ropa de segunda mano o heredada de sus primos mayores.

Alba no comprende que no es pobre de la manera visceral, extrema y tortuosa de los niños de África pero que en la sociedad occidental, de carteles publicitarios luminiscentes y supermercados atestados, su familia ocupa el último escalafón.

Alba no comprende que no es pobre, pero que sí lo es…

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