NO LE MIENTAN A JIMENA

NO LE MIENTAN A JIMENA

Alicia Prack

01/07/2014

Los pasillos de la villa de emergencia tienen charcos por la lluvia caída durante casi todo el día. La pobreza pinta de gris el barrio y la mocosada sale a merodear luego de beber el mate cocido con pan tostado, al regreso  de la escuela.

Jimena y su grupito de amigas se largan a caminar hasta la avenida,  pero deben volver antes del anochecer. Si su padre no la encuentra cuando llegue de la obra le dejará el cinto marcado en las piernas, otra vez. Sabe  que si un día la dejan preñada, la mata. Como murió su hermana mayor durante un aborto, cuando tenía catorce años, como tiene ella ahora.

Las chicas llegan hasta el cordón de la calle. Es hora pico y el tránsito es febril. De pronto, Jimena se aparta y se apresta a cumplir lo prometido.

-No lo hagas, Jimena, puede ser peligroso.

-Jimena, si tiene cámara de vídeo quedas pegada.

-Déjala, cuando la agarre la poli se va a dar cuenta que con ellos no se juega.

Jimena no hace caso de las advertencias de las chicas. Son unas gallinas que le tienen miedo a todo. La jovencita se queda parada sin quitar la vista del local de ropa que está en la vereda de enfrente. Sabe que faltan unos momentos, unos breves instantes para que la dueña, esa rubia asquerosa, se quede sola en el negocio. Ya le iba a enseñar que con ella no se juega y  ¡pobrecito de aquél que le mienta!

Los ojos de Jimena, achinados y húmedos por la ira, inspiraban algo de temor en el grupo de adolescentes, quienes optaron por dejarla hacer, al notar que era en vano insistir.

Unas semanas antes, Jimena se había acercado hasta la coqueta boutique de la Avenida Cabildo, para observar a la mujer mientras vestía a los maniquíes de la gran vidriera, con bonitas prendas. Notaba que la ropa descartada la dejaba a un lado, como inservible para otra exhibición. Con gran desparpajo, entró al local y le pidió a la dueña que le regalara las prendas de la vidriera cuando hiciera el cambio, ya que sabía que no las pondría a la venta, porque seguramente tendrían polvo y manchas de sol. La mujer, para sacarse de encima a la descarada jovencita, le dijo en tono firme:

-“Mira, chiquita, vuelve en dos o tres días y te las doy”.

Jimena lucía un aire triunfante ante la mirada atónita de las amigas, quienes aguardaban en la esquina hasta verla salir del local, llena de bolsas con ropa.

Luego de unos quince o veinte minutos, vieron salir a Jimena del negocio con la cara roja de furia y los ojos vidriosos. La dueña del lugar le había mentido. Le dijo que esperara un rato porque la tenía que ayudar una empleada para buscar las cosas al entrepiso del negocio y que entonces apareció un gordo de uniforme que la tomó de un brazo y la quería llevar para atrás y llamar a la policía. Entonces, Jimena le dio al tipo una patada debajo de la cintura y ella pudo soltarse, pero primero le juró a la rubia del negocio que iba a volver cuando estuviera “solita”, y que le iba a dar lo prometido, sí o sí.

Ahora, Jimena se apresta a cumplir lo que no se cansa de jurar a las amigas.

Cuando faltan unos quince minutos para el cierre del local, el custodio del negocio va como de costumbre a la fiambrería que está a media cuadra, para comprarse la picada y las cervezas para cenar y luego vigilar a su jefa mientras cierra la boutique.

En ese lapso, Jimena, con la navaja enganchada en la bikini, cruza velozmente hasta donde está la rubia del local, salta detrás del mostrador y en un instante fatal le clava en el abdomen la filosa hoja, hasta el mango. La expresión de la mujer y la sangre impresionan mucho a Jimena, pero ya está jugada, y como último accionar toma todas las prendas de la vidriera que le permiten sus brazos y su adrenalina.

Antes de salir, mirando a la camarita de la entrada que enfoca a los clientes, cierra el puño y muestra el dedo medio un buen rato, en ademán de burla, saboreando el momento en que la verían en el vídeo, esos policías idiotas.

Luego empieza a correr a toda velocidad hacia la plaza de enfrente. Las piernas flacas y largas parecen no obedecerle pero logra alejarse lo más posible. Abre la boca seca y el corazón le late muy fuerte. Las amigas la rodean, la festejan y vitorean como si fuera ganadora de un certamen olímpico.

Ni Jimena ni sus amigas advierten la llegada de tres patrullas y una ambulancia que se detienen frente al local de ropa.

Están demasiado divertidas disputándose el botín, eligiendo y probándose las coquetas prendas de una boutique de la Avenida Cabildo.

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