¿qué mundo hemos creado?

¿qué mundo hemos creado?

Maite Ridaura

24/06/2014

POBREZA, MARGINACIÓN Y VOLUNTARIADO.

No hay verdaderas diferencias objetivas  para poder saber si una historia es real o imaginaria.  Ya despiertos, nosotros los humanos, estamos siempre soñando y pocas veces somos conscientes de éste fenómeno.

El pobre sueña con tener suerte para salir de la pobreza pero, y el rico, ¿con qué sueña el rico? Quizás el pobre es más consciente de su pobreza que el rico de su riqueza… de otro modo ¿cómo podemos ver tanta codicia en personas que, aparentemente, viven en la opulencia?

En mis viajes de cooperación por otros países, de los mal llamados países pobres, he visto como la pobreza, incluso la extrema pobreza, no es vivida como en los países donde el contraste entre ricos y pobres es brutal. Si todos somos pobres, nadie sueña con algo desconocido como ser rico, no tenemos referencias. La verdadera consciencia de la pobreza puede ser dramática en un país rico cuando en un anuncio en TV vemos un chico fantástico, con un traje impecable invitándonos a comprar un coche de alta gama, queriendo convencernos  con sonrisa seductora: “No te conformes con menos porque tú lo vales”.  Y nosotros nos sentimos absolutamente excluidos de ese mercado, irremediablemente devaluados.

La pobreza en sí no es una tragedia, seguramente fue un pobre el que pronunció la frase “pobre pero honrado”. Si no estuviéramos orgullosos de nosotros mismos, al menos de una pequeña parte de nuestra trayectoria por este mundo de dios, o del demonio, nos suicidaríamos. Nuestro orgullo puede ser real o imaginario, qué más da, nos ayuda.

¿Cómo sabe el que se sabe honrado si dejaría de serlo si la ocasión se lo ofreciera? ¿Cómo lo sabe si solo ha experimentado la precariedad? Repito, la pobreza en sí no es absolutamente excluyente, puede ser digna. Pero en una sociedad opulenta el pobre puede llegar a sentirse mísero, ese transito es el punto en donde toda dignidad se pierde, porque ya no hay nada que perder.

Hace unos días vi a un hombre, tendría cerca de sesenta años, iba vestido normal, quiero decir que no sería identificado como  un mendigo. Tenía un coche, un utilitario con muchos años. Lo encontré encaramado en un contenedor de basura orgánica; unos contenedores que están a la salida de una urbanización residencial. Buscaba comida y otras cosas en los otros contenedores, como evidenciaban unos hierros que tenía amontonados cerca del coche, posiblemente esos materiales tenían posibilidad de ser vendidos. Seguramente habría sido pobre toda su vida, pero ahora, su cara mostraba signos de angustia. Tenía hambre y vergüenza de tener hambre. Dejó sus pesquisas y fingió estar interesado en la brillante y preciosa Venus que asomaba por el horizonte, al tiempo que el Padre Helios salía ya corriendo buscando otras tierras que alumbrar y nos advertía que la oscuridad se acercaba.

Yo paseaba a mi perro, que come una vez al día todos los días, y pensaba que miles de personas no lo pueden hacer, lo de comer una vez al día. Sentí ganas de llorar, y no lo hice. Mis lágrimas podrían haber sido un insulto para aquel hombre. Lo saludé como se suele hacer cuando paseamos por el campo; Buenas tardes – le dije- y él me devolvió el saludo. Yo también contemplaba al “Lucero de la Tarde”, y soñé, soñé en otro mundo posible, ni rico ni opulento, simplemente justo. Me sentía verdaderamente triste; ¿Cómo se puede disfrutar de una puesta de sol sin haber comido por lo menos una vez al día?

La miseria nos roba el esplendor de la belleza. Nos roba el amor, la solidaridad, la comprensión y la ¡VIDA!

Los países vírgenes, los que no fueron colonizados, albergan a gente RICA. Tienen su cultura ancestral a la que aman como a un dios, tienen sus conocimientos del medio en el que viven, la sabiduría que les permite sobrevivir en situaciones difíciles. Conservan la capacidad de sorpresa que debería distinguir a todo ser vivo. Su inocente sonrisa podría resucitar a un muerto. Cuando se ríen se ríen de verdad, con toda el alma y el cuerpo, poseen una risa completa, y no es el llanto el que polariza a la risa, el opuesto a la risa era la perplejidad, el asombro.

Los países colonizados y más tarde independizados son realmente pobres. Ya no están explotados por gente que llegó allí, ahora son otros países los que los expolian tanto o más que antaño, algunas veces, sin poner un píe en su hábitat. Antaño no soñaban con un mundo mejor, amaban el que tenían; ahora tampoco sueñan, la capacidad de soñar la han cambiado  por el deseo de tener y ser diferentes. Envidian a los países ricos que los han empobrecido. Un pequeño y antiguo televisor en blanco y negro, en una Misión perdida al borde de una selva, les mostraba nuestra vergonzosa manera de vivir, despilfarrando lo que ya no podemos permitirnos gastar.

Camerún, Nepal, Mozambique… son países espléndidos en los que languidece el brillo de su auténtica identidad, sobre todo en las grandes urbes. Nepal todavía puede dirigir su mirada a montañas vírgenes y creer que nadie se ha atrevido a pisarlas, a ensuciarlas o degradarlas.

Fue impactante en Mozambique ver a un batallón de niños (casi todos ellos con horribles secuelas de las mortíferas minas), peleándose por limpiar el parabrisas del coche de los cooperantes, mendigando unas rupias por su trabajo. Nos pedían un lápiz, un bolígrafo, un sombrero… cualquier cosa… y nos regalaban una sonrisa, una mirada que valía más que todo el oro del mundo.

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