Cruzaba a diario por esa Plaza de Cibeles, como si fuera mi carnet de madrileña. Aquel día fue distinto a todos; atendí el teléfono tan desprevenida.
–¡Salió el trasplante, mamá! Entro a quirófano. Los órganos vienen de Madrid.- escuché del otro lado.
No se reconoce la trascendencia del instante hasta que sucede pero
la perplejidad enmudece.
Mil trescientos días de espera, ni un minuto más.
Alguien acababa de morir en la ciudad, quizás muy cerca; miré en derredor buscando al semi-dios. Viajaba tomado del cuello de Cibeles.
–Piensa en ella y ganarás la luz- quise decirle al cielo y sentí que se me astillaba la garganta.
No sé quién me sostuvo por detrás y no caí cuando me desmayé.
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