Mientras miro mi pinta de cerveza negra, suena de fondo el coro de borrachos de esta noche que entona una de tantas canciones melancólicas con las que tú y yo nos abrazamos. Si hay algo que permite abrazar a un desconocido es sin duda una canción irlandesa cantada des de el alma encharcada en alcohol.
Así empezó, una víspera de Navidad como la de hoy. La admiración física y las sonrisas enlazaban besos en los rincones de este mismo pub, cuántas noches bailamos escondidos tras las columnas, murmurándonos sueños, ilusiones ilusas y planes de un futuro próspero.
Tras un nuevo amargo trago recuerdo que en una revista leí que el amor o la pasión dura exactamente cinco años, luego es socialmente rebajado a estabilidad , tranquilidad y cariño. Al nuestro debió restarle dos años mi ingente ingesta de alcohol.
La navidad que hicimos tres años no tenía color, los insultos y las riñas ensordecieron las campanas y los jubilosos cánticos festivos. Nos llenamos de alcohol como era de costumbre pero para aguantarnos, no para disfrutarnos; curioso que la misma droga sirva para dos antónimos tan extremos. Aquella noche, ella se marchó sola del pub tras mi último insulto deslenguado, prometiéndome no volver. Yo me rompí, y un viejo de blanca barba amarillenta en la frontera de los labios sonrojados, a conjunto con sus pómulos e incluso su nariz, se giró y me advirtió que de seguir así no escucharía muchas campanas más de navidad.
Y ahora, a esas horas en las que casi todos engañan a sus amantes, me encuentro huérfano de ti, sin alma ni corazón, bebiendo para olvidar tu pérdida.
Mi vida ya se llenó hace demasiado tiempo de estos días de invierno, tristes, grises y opacos, que cualquiera omitiría en su biografía. Estoy cansado de ahogar las últimas horas de cada día en alcohol y bares, buscándote, a sabiendas de que no estas y que jamás me permitirás encontrarte.
Tambaleándome como casi cada noche salí en estruendoso sigilo del pub, creo que el peso de mis hombros evitaba que notara los golpes contra las paredes y marcos de puertas. El asiento de piel de mi suv coreano parecía el punto de equilibrio a mi tambaleante visión del mundo. Mientras circulaba, las luces de la ciudad pasaban por delante de mí borrosas y deformes marcando un camino a ninguna parte. Aunque, en pleno delirio etílico, me calmaba ver las luces de navidad , imaginar las familias en las casas cenando al compás de los gritos de niños extremadamente emocionados por la llegada del señor Klaus. Podíamos haber tenido eso, pero no quisiste mi reino de mugre.
Dejé de mirar, dejé de ver luces, dejé de pensar, dejé algo atrás, sólo un estruendo y nada; excepto un ruido metálico muy fuerte e infinito. ¿Campanas de navidad?
De repente lo supe, no era Nochebuena, las campanas esta vez no anunciaban la Navidad…
La gélida tierra reutilizada caía sobre mi lecho de ébano, mientras el eco resonaba en llantos de mis allegados. Me arrebataste mis sueños , pero sólo fue por que los construí en torno a tí. Las campanas seguían atronando a cada pala de tierra, al unísono compas de una marcha fúnebre que aquel viejo me anunció y yo no supe ver.
Canción: the pogues
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