blues non-stop

blues non-stop

Lou

04/07/2023

Blues non-stop 

El azul no es un color, el azul es un sentimiento, cantaba aquel viejo loco. Sus ojos en blanco, los dedos golpeando sin piedad esa sucia guitarra, todo su cuerpo era pura actitud. Me recordó, no sé por qué, a Robert Johnson, aquel viejo bluesman que dicen que una vez vendió su alma al diablo y la música se lo agradeció. No sé por qué me lo recordaba, porque si ese viejo había pactado con el diablo, estaba claro que el diablo le había tangado. Qué alaridos pegaba el hijoputa. Le eché en su sombrero unas monedas que rasqué del bolsillo para ver si así se callaba. Surtió efecto.

Chaval, me dijo, oye, chaval, escucha, tengo la garganta seca, invítame a un trago y te cuento una buena historia, no te arrepentirás, es buena, te lo aseguro. Su voz era una cueva, el fondo de una bodega. Yo no tenía nada mejor que hacer y por una buena historia mato, así que le dije que sí. Nada más hacerlo, pensé que me iba a arrepentir.

Pidió al camarero un whisky y se lo bebió de un trago. La mano le temblaba y le pedí otro, le hacía falta. Empezó a relatar su historia. Su discurso era inconexo. La historia, no tan buena. Pero hablamos un rato, y desbarramos. Me preguntó que qué hacía allí, en el puto culo del mundo y no supe qué contestarle. Le dije lo primero que se me vino a la cabeza. Le dije que estaba buscando la casa del padre. Eso, me dijo bajando la voz, lo hemos buscado todos, y el que no lo busca es un desalmado. Los whiskies empezaban a afectarme a mí también, mis palabras fluían rápido pero tropezaban con la lengua. Me di miedo. Me conocía. Apuré el último trago y nos despedimos.

¿Te gusta la música?, me preguntó antes de irse. ¿Y a quién no?, le dije. Sonrió. Pues si quieres…, si te interesa… te puedo decir dónde conseguirla, dónde vender tu alma al diablo, siempre está de guardia en ese cruce de caminos a la salida del pueblo, allí fue dónde me lo encontré yo hace ya… Silbó un blues. Te cambia el alma por la música, me dijo. Es un buen cambio. Los hay peores. Sonreí y agarré mi maleta. La tarde estaba muy rara, o quizás era yo. El sol todavía pegaba duro y deambulé sin criterio por el pueblo empujando mi equipaje y, no sé cómo, pero al rato mis pies me habían arrastrado hasta un cruce de caminos, un lugar entre la nada y la nada, a las afueras del pueblo.

Y no sé si soñé lo que voy a contar, pero no había nadie allí, esperé y esperé, y ya estaba a punto de largarme cuando apareció por un camino una furgoneta destartalada dando botes. El polvo que levantaba con su traqueteo se me metió en los ojos y, cuando por fin fue disipándose aquella dichosa polvareda, entre el polvo apareció Él. Pantalones de mil rayas, camisa amarilla, americana azul, en la cabeza un bombín y en los pies unos zapatos negros de charol, unos preciosos y brillantes zapatos de claqué. Era un dandy. Parecía un verdadero sapeur de esos tan elegantes del Congo. Y sonreía, ¡vaya si sonreía! Los ojos le brillaban al cabrón. Señaló con el dedo mi maleta, y yo se la entregué. Él me devolvió a cambio un estuche, y dentro del estuche una guitarra, esta guitarra, sucia y desafinada. Se montó en su furgoneta sin decir nada y desapareció otra vez entre el polvo, igual que vino. No lo volví nunca a ver.

Desde entonces recorro sin cesar los caminos, de pueblo en pueblo, de taberna en taberna. Y toco, ¡vaya si toco!, esta guitarra que me entregó el mismísimo diablo. Toco hasta que me sangran los dedos, hasta que se me revienta el corazón. Toco por unas monedas, o por unos tragos y por un buen rato de compañía. Y también me gusta mucho contar historias, tengo muchas, y las tengo de todo tipo, historias tristes casi siempre, y también alguna alegre, como aquella vez que J. B. Terence se subió a una torre de alta tensión porque quería hablar con dios y gritaba que en su casa no había cobertura, o cuando a Annie Lee Martin le dio por regalar tartas de frambuesa a la salida de la iglesia, y la muy hijaputa las había rellenado con laxante, ¡se lio una buena aquel día!

Y os contaría más historias, muchas más, pero es que tengo el gaznate tan reseco… y la lengua…, la lengua como si fuera de estopa. Me vendría bien un trago para aclarar la garganta. Ah…, ¿que me invitáis a un whisky? No os vais a arrepentir, os lo juro. Y si os portáis bien, quizás os diga dónde encontraros con el diablo, ese viejo cabrón, y conseguir la música, y entonces podréis bailar con la diosa hasta enloquecer. Así fue cómo lo logré yo. ¡Mi diosa! Aunque, si he de ser sincero, la verdad, a veces pienso que hace mucho tiempo, demasiado, que dejé de buscar la casa del padre, que perdí todo aquello. Otras veces, vete a saber por qué, sólo canto y no pienso en nada más.

#bocadillo


Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS