Estoy recordando que voy a morir, mi intención no es asustarlos, confieso con un vaso de ron en la mano y humo disipado por una friolenta brisa que eriza cada cabello de mi ser.
La percepción sinfónica de un autor remoto me ha vuelto a mostrar la verdad simulada en la que la existo y por ende no comprendo.
El irremediable costo del tiempo me ha llevado a divagar sobre la cercanía de una última exhalación , de modo que termino en el vacío mental generado por mi inconsciente que se asemeja a la búsqueda de una verdad verdadera. Lo que causa un quiebre absoluto en lo que considero una «verdad».
Mi mente divaga en esos momentos, como si se tratase del alarido de las cuerdas de un violonchelo que arrulla con la partitura más hermosa y perfecta que se ha podido escuchar, reiteran y evocan en mi mente los recuerdos más hermosos que en el presente de hoy anhelo más que a nada.
Si hablo de lo que siento ningún adefesio puede contradecirme, la alevosía que conjugo con las letras que sin querer me salvan de mi propia destrucción se formulan como una orquesta sinfónica guiada por la batuta del destino.
La punzada volvió, con ella el dolor que se ha metido en mi cabeza una vez más, había quedado en el olvido o eso creía, era lo más justo.
Pensar en eso es recabar un pozo sin fondo del cual salí por suerte, la afectación de dicho suceso se tergiversó en un significado plácido, pero amargo, parte de lo más hermoso y disfrutable que he tenido en este existir.
Como todo, le achaque los malos pesares a esa voz melodiosa que tan solo al escucharla me regocijaba de tal modo que pareciese una composición de Charly García mientras caía del noveno como Lavoe, no la culpo, pues gracias a esa voz ahora me siento el mejor de todos y no puedo evitarlo.
El dolor se vuelca en una sonrisa de extremo a extremo cada que en mi mente conjura su recuerdo. La punzada me ahoga y cada noche me visita como si fuera parte de una retahíla provocada por esa voz o por una mente ingenua e inadaptada que al término de esta carta ira a la oscuridad olvidada del baúl de mis penas y recuerdos.
Como todo escrito labrado a pulso propio y con una autoría verdadera concluyó con el vacío de mi vaso de ron y con el calmar de las olas del mar, dictaminando el cerrar de un ciclo más que el poeta debe aceptar.
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