ENTRE SOMBRAS Y MEMORIAS.
El rostro de mi madre de repente, se había esfumado de mi memoria. Ya nadie me acompañaría en la penumbra de mi habitación. Mi papá acudió a mi grito. ¿Por qué olvidé su rostro, papá? ¿Su fantasma me abandonó, porque ya empiezo a crecer?
Aquel día de olvido, quedó en el pasado, en un día de aquella infancia de cenizas.
Vivo en la ciudad donde los muertos viven y los vivos están muertos. Dónde los fantasmas sueñan y los niños recuerdan. La bruma nunca abandona las calles, y uno ya se termina acostumbrando. Quizá se disipe cuando los fantasmas puedan descansar, cuando ya no tengan nada pendiente, cuando florezcan las ilusiones de los vivos y los rencores de los fantasmas se difuminen. Quisiera saber si mi madre descansa. A lo mejor y aún tiene cosas que no sabe cómo decírmelas. Sigo en el mismo lugar, madre; en aquel donde cantábamos juntos, donde escuchaba tu voz, dónde me enseñaste a vivir soñando.
Las gárgolas de la ciudad cobran vida por la noche y guían a los espíritus vagos a recoger sus pasos. Escucho sus alas y el murmullo de sus lamentos, pero no me atrevo a asomarme por la ventana, tengo miedo de encontrar a mi madre deambulando por las calles de vapor. Mi padre trató de ayudarme y para eso me entregó un secreto. Me llevó a un cementerio donde los muertos esperan la resurrección. Pensé que encontraría a mi madre flotando entre los laberintos de corredores morada de espíritus, pero al parecer, ella no espera la resurrección. Está esperándonos a mi padre y a mí. Supe eso cuando semanas después escuché las alas y el murmullo de los lamentos y, entre ellos reconocí la voz de mi padre. Cuando amaneció encontré a mi padre con los ojos cerrados, las manos rígidas aferradas a una foto de mi madre, y con el cuerpo helado. Lo único que encontré en aquel cementerio fue a una gárgola que no paró de asomarse a mi ventana todas las noches desde aquella. Con el tiempo me acostumbré a su presencia y nos hicimos amigos. En cierta ocasión procedió a narrarme su historia, de hace siglos atrás, de cuando era humano. Me confesó que tuvo que matar a todas las personas que el amó, y que mientras ellos no hallen el descanso eterno tendrá la condena de guiar sus almas en la procesión de los lamentos. Quería volver a su humanidad, yo fui el único viviente que acompañé. Nos servíamos de mutua compañía. El tiempo avanzó entre sombras y memorias, y la gárgola dejó de venir. Ahora soy senil y aún espero una cosa: recordar el rostro de mi madre antes de partir, para poder reconocerla en aquel lugar en el que esté.
Autor:
Carlos Ruiz Zafón
Título:
La sombra del viento
Álbum:
El cementerio de los libros olvidados
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