El dueto de antaño

Danza criolla



EL MAR

El capitán de La Esperanza era un hombre curtido por el tiempo y sentía que su sangre era agua de mar. Su apariencia tranquila lo hacía ver como un hombre muy seguro de sí mismo, y las tripulaciones lo adoraban. Tenía amplia experiencia en este tipo de viajes. Fueron muchas las veces que departió con ellos en los bares de los puertos. En este buque llevaba cerca de quince años, Su experiencia en este tipo de viajes era muy amplia, toda una vida tal como el afirmaba, así que mar y buque se fueron convirtiendo en los amores de su vida. Cada vez que salía a navegar sentía como el mar entraba en su pecho que ante sus ojos se presentaba como otra obra magnifica del Creador. Reflejaba en sus aguas ahora tranquilas, en esta linda mañana otoñal, como un espejo todas las bondades del cielo. El buque rasgaba con suavidad la tela de agua que cariñosamente se abría para permitir su paso. No era muy común que este tiempo se presentara así tan tranquilo. Este pensamiento lo perturbaba un poco. A pesar de no recibir reportes meteorológicos anunciando mal tiempo, no dejaba de pensar que esta quietud del mar presagiaba lo contrario. Así que decidió con su tripulación por prevención trincar todos los elementos sueltos que podrían en determinado momento causar una avería severa. Después de tan ardua tarea se empiezan a sentir cambios en el mar, se incrementa un poco la fuerza del viento y la intensidad del mar. Recibe el capitán un reporte anunciando la presencia de un frente frio procedente de un complejo de bajas presiones atmosféricas. El mal tiempo era inevitable y debían prepararse para afrontarlo. Inmediatamente reúne la tripulación y les comunica los pormenores de la situación, distribuyendo eventos de verificación de las tareas realizadas anteriormente o que podrían soltarse debido a las fuertes sacudidas a las que sería sometido el buque al igual que las puertas estancas de la acomodación estuvieran bien cerradas para evitar el ingreso de agua. Poco a poco ven en el barógrafo como va descendiendo la presión y por supuesto como va aumentando la altura de las olas y la velocidad del viento. No pueden hacer otra cosa que esperar, y en su momento capear el mal tiempo. El buque empieza a sentir la fuerza de las olas, mostrando su magnífico poder ante su fragilidad, pero que al igual que el capitán y su tripulación lucha con mucha valentía. Las olas montañosas lo abrazan rugiendo, que en su lucha por no hundirse emerge con la proa al cielo para luego enterrarse en la próxima ola y así danzar este baile aterrador. En la medida que el mal tiempo se va incrementando la tripulación se va agolpando en el puente de gobierno, allí con los ojos desmesuradamente abiertos ven la imagen más aterradoramente hermosa del magnífico poder del mar, sus olas como enormes montañas que ocultan el horizonte se precipitan con violencia sobre el buque que dolorosamente las recibe. El viento en su infernal carrera levantaba las crestas de las olas pintando la superficie del mar de color blanco, orquestando la canción del miedo. Los tripulantes aferrándose a cualquier cosa que pudiera aguantarlos no apartaban la mirada del capitán, atentos a cualquier instrucción que saliera de su boca. Pero no hablaba, su figura se mantenía rígida, completamente inmóvil, sus labios apenas se movían como rezando, seguramente pidiendo a Dios que el tiempo amainara y que el buque lograra aguantar este infierno. No era mucho lo que podía hacer. El mar lo hacia todo, era el dueño absoluto de sus vidas, estaban completamente a merced de sus olas. El buque fatigado ya empezaba a sentir el castigo, y sin poder soportarlo en un fuerte golpe de pantoque perdió uno de sus mástiles que con un ruido infernal como un alarido de muerte se desprende de su base cayendo sobre el puente de gobierno causando una enorme avería. Se veía como una enorme herida, que permitía la entrada del fuerte viento haciendo mella en los aterrados marinos. Ellos sentían que sus fuerzas estaban al límite y presentían que el fin de sus vidas se acercaba. El capitán recibe un reporte anunciando que en un par de días mejorarían las condiciones meteorológicas. Así se lo hace saber a su tripulación exhortándoles a soportar con entereza, los marinos se quedan observándole con la mirada de otro mundo, y con una triste sonrisa le dicen todo. Esa noche fue terrible, las olas se veían mas grandes y el viento no cesaba de soplar con fuerza inusitada. El capitán decide abandonar el barco, envía los mensajes correspondientes de acuerdo con los protocolos establecidos. Y procede a dar la orden de abandonar. Todos deben abordar las dos balsas salvavidas existentes. Estaban listos para la maniobra de abandono cuando muy cerca del amanecer, una ola gigantesca lanza el buque proa al cielo dejando desnuda su quilla. El buque cae aparatosamente produciendo un ruido ensordecedor, era su último alarido antes de romper su casco. El mar inundó el barco. Una de las balsas salvavidas desapareció, Los marinos fueron arrastrados por la fuerza del mar, fueron tragados por ese monstruo hambriento. El buque se hundía con el capitán y su tripulación. Que dolor mas grande. El mar que tanto amaron se los tragó. Pasaron dos días cuando llegaron las autoridades al rescate. Solo encontraron una balsa salvavidas flotando en ese mar de dolor, vacía como un solo testigo de la esperanza, y algunos anillos salvavidas, incluyendo algunas pertenencias de la tripulación. Vestigios quedaron de lo que otrora fuera el orgulloso buque que paseaba su casco por el indomable mar. De los marinos no quedo ningún rastro, nunca se supo de ellos, a pesar de que los cuerpos de rescate duraron mucho tiempo buscándolos. Con profundo dolor marinero los rescatistas descubren sus cabezas y elevan al Señor de los Cielos un Padrenuestro con mucha fe.


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