Después de la tormenta sale el sol. Narra Mia:
No sé cuántas vueltas había dado, pero lo cierto es que decidí salir de mi zona de comodidad o zona segura, ya que, no me gusta caminar en lugares poco transitados, sin importar la hora del día. Ahí estaban, un grupo de señoras de la tercera edad, caminando. Yo con mis audífonos, escuchando mi lista favorita de música; aproveché la compañía indirecta y me mantuve un par de metros detrás del grupito de señoras, hasta que se detuvieron a comprar en una licorería. Decidí regresar. Me di vuelta. Era casi la hora de almorzar. Me sentía cansada, transpirada, y me di cuenta de que me faltaba un poco el aliento. Detuve la música. Comencé a respirar profundamente; inhalar y exhalar hasta que, ya casi llegando al puesto de control de la urbanización en la que vivo, me sentí de pronto mareada. Me apoyé de un gran y amplio muro que había a un costado de la caseta del vigilante, y escuché la voz de un hombre, de un joven hombre. Me giré para mirarlo, estaba dentro de un carro.
—¿Estás bien? —repitió, y me sorprendí cuando vi su cara. «Lo conozco. Lo vi hace poco cuando estaba caminando, eso fue hace unos días, como a esta hora, más o menos», pensé sorprendida, porque es el primer vecino o persona que he visto dentro de la urbanización que ha captado mi atención desde hace mucho tiempo.
Suspiré.
—La verdad, no. Estoy un poco mareada, pero creo que es porque he caminado mucho, y, bueno, solo necesito tomar un poco de agua y ya —respondí con sinceridad.
—Si quieres te puedo acercar hasta tu casa. Te reconocí al verte. Te vi hace unos días, afuera de mi edificio.
Le regalé una pequeña y tímida sonrisa.
—Sí, me acuerdo de eso. Yo, vivo enfrente de tu edificio —admití, y me apresuré a agregar—; y, sí, gracias, no me voy a negar, cuanto antes tome agua, mejor.
Me sonrió ampliamente y abrí la puerta del copiloto. Me subí y cerré la misma. Puso el carro en marcha, pasó el puesto de vigilancia.
—Me llamo Gabriel —dijo después de saludar al vigilante.
—Mia —dije.
—Me gusta. Primera vez que conozco a una Mia —dijo, lo miré y me sonrió ampliamente. Por supuesto, le sonreí de vuelta.
El viaje terminó, fue uno bastante corto.
—Gracias por acercarme —dije mirándolo a los ojos.
—No, vale, no fue nada. Fue todo un gusto, vecina.
Sonreí con gracia.
—Pensé que harías el chiste que hacen todos.
Frunció el ceño con diversión.
—¿Cuál? —me preguntó con curiosidad.
—El de: ‘’vecina, mía‘’ —respondí, y lo hice reír.
Me gustó su risa.
—Claro, tiene sentido, por tu nombre. Qué gracioso, pero no, la verdad no pensé en eso. Lo que tengo en mente es pedirte tu número.
Mi sorpresa no se detuvo, continuaba. «¿De verdad esto está pasando?», pensé mirándolo con cara de sorpresa.
—Déjame darte mi celular para que agregues tu número —respondí, y eso generó otra hermosa sonrisa en su hermoso y sexy
rostro.
Saqué el celular de mi bolso, y se lo di. Metió su número y me despedí de él. Cuando estaba cerrando la puerta de mi edificio, pude verlo a través de la misma terminando de estacionarse en el estacionamiento de su edificio.
Estaba en un lugar oscuro, pensé que no saldría de ahí, me saca una sonrisa escribir esto, porque todo se debe a: una serie de televisión; esta me motivó a seguir adelante, a salir de mi cama. “Una serie hizo la diferencia”.
«No puedes evitar la realidad», «vives en una nube, ¡pon los pies sobre la tierra!». Mia estaba cansada de escuchar y de ver cosas negativas: conflictos, discusiones, gritos, peleas, violencia. Estaba cansada de ser sumisa y de tener que siempre sucumbir ante los deseos de los demás. Ella sentía que todo lo que hacía, siempre tenía una falla para su familia, y me refiero a toda su familia: padres, hermanos, tíos, primos, etc. Desde niña, tenía deberes, y, por supuesto, tenía derechos, los tenía, sí, pero ¿a qué costo? Mia no era feliz y sentía que no sería feliz, jamás; algo muy triste. Pensó que al llegar a los veintiún años de edad, el ser adulta, eso le daría independencia, pero no fue así, no mientras viviera con su familia. Mia estaba dañada. Se sentía culpable, pensaba que ser víctima del maltrato psicológico e incluso físico, era su culpa. El sentir pena por ella misma, estaba mal, o eso pensaba; hasta que un día, pasado unos años, se dio cuenta de lo que quería y comenzó a crear. Dibujaba, escribía, tomaba fotos, componía. Su mundo se volvió creativo, su mundo se llenó de arte. Su escape de la realidad era el arte, fue, es y será. Con lágrimas en los ojos, sorprendida por el poder que tenía un programa de televisión, una serie. La imaginación sin límites en dicha serie, el bien y el mal, buena música, drama, acción, terror, suspenso, misterio, comedia. Una serie la cautivó. Mia tenía quince años cuando la estrenaron y cuando la serie finalizó, ella ya tenía treinta años de edad.
Hoy en día, Mia es productora, escritora, guionista. Está felizmente casada, y esperando su segundo hijo. Ama a su familia desde que tiene uso de razón, siempre. Se perdonó a sí misma y perdonó a toda su familia, porque el amor pudo más. Entendió en sus veintes, que no importa si es tu familia, tu sangre, estos pueden ser tóxicos. Mia no está libre de pecados, se equivocó, ella reconoce sus errores. Hizo las paces con su pasado y con ella. Se dio cuenta que el ser humano comete errores y que los que te aman, tienen el poder de lastimarte. No es tarde, comenzando sus treinta años, dando pequeños pasos y encontrando una motivación, Mia salió adelante.
Autor: Kansas. Título: Carry On Wayward Son. Álbum: Leftoverture. Serie de televisión: Supernatural. Youtube, subido a Youtube por Soraxx98.
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