El mundo está lleno de historias tristes, contenedoras de personajes y personas con nombre y apellidos, con esperanzas, sueños, ilusiones, proyectos, amores, lealtades y todos esos sentimientos y emociones que conforman al ser humano. La historia que estudiamos, la historia que queda para la posteridad olvida todos esos nombres y apellidos y tan solo, alguna vez, locos escritores, las convierten con sus letras en algo más que simples anécdotas. He aquí hoy una de esas simples anécdotas. Partitura triste para piano, el nombre y los apellidos de los personajes elíjanlos ustedes al final del relato…
Partitura triste para piano
En el centro de la ciudad había una espléndida juguetería de grandes vidrieras que reflejaban cómo, desde la acera de enfrente, el pianista callejero embelesaba a la concurrencia tocando la dulce historia de una niña, que allí parada, jugaba con una hermosa muñeca, a la que peinaba y acunaba entre amorosas palabras, completamente ajena a la realidad que la rodeaba. Los turistas, que transitaban por la vía, se sentían conmovidos con la melodía y al pasar, se paraban a escuchar e iban dejando sus monedas en el cesto colocado sobre el pavimento. Pero de repente, una nube se cernió sobre el cielo y su aparición hizo que la partitura se tornara sombría. Con la proyección de las primeras tinieblas, los acordes mayores cedieron su espacio a los acordes menores y con los do-re-fa-la-do el público se afligió escuchando cómo llegaba la madre de la pequeña, que la andaba buscando, harapienta mujer que malvivía de la caridad ajena, y sin consideración, la tomaba del brazo deshaciendo el encantamiento para, juntas, volver a ocupar su lugar bajo la fachada de la opulenta catedral donde mendigaban. Con la marcha de ambas, los espectadores vieron aplastada la temprana inocencia, devaluada por el caminar sin ilusión de los hambrientos, que no pueden permitirse perder su tiempo en soñar despiertos.
Al otro lado de la acera, como un mudo espectador de los acontecimientos, quedó el escaparate de la juguetería hasta el que se había escapado la niña, contenedor de la hermosa muñeca y, reflejado sobre el mismo, la silueta inalcanzable de los infantiles sueños inmortalizados por las notas de un pianista que, acabando su concierto, sería visto recogiendo parte de las ganancias acumuladas, cruzando la calle, entrando en la juguetería, andando después hasta un punto concreto de la eclesiástica fachada, dejando un presente envuelto en papel de traza sobre el regazo de una niña dormida y, perdiéndose luego, en la bruma de una triste tarde de invierno carente de fecha en calendario de la historia.
OPINIONES Y COMENTARIOS