Ayer me encontré con Eva

Ayer me encontré con Eva

Vero Bert

06/04/2023

Un viejo conventillo de San Telmo, fileteado de amores y pasiones… En el patio de paredes descascaradas, sentados sobre el último peldaño de la escalera de fierro, dos inquilinos comparten los amargos y el chisme: el guapo Reynoso se tiró abajo del tranvía.

¡Qué hacés, Gaita! No sabés… Ayer me encontré con Eva. Eva, sí… ¡Y qué! ¿Que cómo fue? Estaba parado en la esquina de San Juan y Paseo Colón, listo para cruzar, cuando, de pronto, la vi venir. Estaba a pocos metros, caminaba derechito hacia mí. ¡Qué papusa! Una bomba… Como cuando la conocí.

En aquel tiempo, paraba a compadrear en la vereda del cafetín frente a la Plaza Dorrego. Recién me había prendido un pucho cuando, de reojo, fiché a una morocha que salía de la panadería. Una pantera que, agarrando por Defensa, se me arrimaba despacito… La venía relojeando, haciéndome el sota, como corresponde a todo varón que se precie… ¡Qué budín! Cuando estuvo bien cerca, le hice una caída de funyi y mandé una sonrisa a medias, que ella correspondió. ¡Para qué te voy a mentir, hermano! Me temblaron los zancos, sí. 




La cosa es que me la encontré otra vez. Primero, me estampó un bife. Al toque, se me pegó bien al cuerpo y me zampó un beso profundo en la boca… ¡A la marosca! Se me aflojaron las tabas, che… ¡No lo podía creer! Más, después de lo que había pasado entre nosotros.

Yo estaba acostumbrado a hacer la mía. Las minas, la verdad, me duraban muy poco; una noche, dos… Algo más, a veces. Pero, a la larga o a la corta… ¡Chau! Cartón pintado. Si te he visto, no me acuerdo. Me daba lo mismo dejarlas o que me patearan, con o sin aviso. A mí, ninguna me iba a enjaular. Cuando era el momento de zafar… ¡Zafaba! La moralina me importa un pito.

Pero, con Eva, todo fue distinto. De entrada, no me dio bola. Le amagaba con todos mis trucos de gavión, pero solo me daba contra la pared. Sin embargo, poco a poco, le fui entrando. Usé todas las maniobras. Vos ya me conocés… En estas cuestiones, soy un maestro. Gana la cancha, viste.

Casi sin darme cuenta, me metí hasta la manija… ¡Qué gil! En mi defensa, diré que era una mina hermosa. Cabellera larga y negra, boca jugosa… Una figura de hembra que encandilaba. Me gustó, sobre todo, que era más arisca que gato sin dueño. La laburé tan fino que, al fin, logré rendirla y llevármela a la catrera. En ese momento, sentí que Eva me concedía algo especial. Ella era especial… ¡Flor de mina! Ahí nomás, caí como un chorlito. Me dio vuelta el estofado, y tan bien, que hasta creo que llegué a quererla mucho… ¡Y cuánto! ¡Para que lo diga!

Todo fue culpa de ella. Me empezó a chamuyar de lo mucho que le gustaban los pibes, de alquilar una piecita, de tomar mates juntos por la mañana… Entonces, me cayó la ficha. ¡Me avivé! Quería meterme en el lazo. Casi enfermé del julepe. Aguanté un tiempo hasta que, un día, me levanté revirado y con la idea fija de que ya me había durado bastante el metejón. Porque otra cosa no era… Al menos, de mi parte. Entonces, sin pensarlo dos veces, me tomé el espiante. La dejé en banda.

Me contaron que, al principio, la pasó fulero. Qué sé yo… La verdad, no la vi más. Después, pasó el tiempo. Pero un día, doblando por Humberto 1°… ¡Casi me la trago! Iba del bracete con un tilingo que no era del barrio. No sé cómo expresar lo que sentí, pero… ¡flor de hachazo en el corazón! 


Ahí arrancó todo. La pensaba noche y día. La tenía siempre encima, bien prendida. Fijo el pensamiento en ella. Si hasta me rebajé suplicándole que nos juntemos de vuelta, no me avergüenza decirlo. ¡No me dio ni cinco de bolilla! Entonces, me rechiflé y agarré la costumbre de seguirla, disimulado entre la gente.

Uno de esos días en que andaba atrás de ella, juné que se metió a un telo con el quía. Las patas se me aflojaron… Me largué a llorar como un purrete. Una noche, no pude más. La aguanté en lo oscuro hasta que pasara y sin mediar palabra, de un empujón, la tiré contra el paredón de la recova y la ensarté para siempre. No miré para atrás… Rajé. Así, creí, me la iba a sacar de la azotea.

Pero eso nunca pasó… Pronto, su recuerdo se convirtió en tortura. La tenía más presente que antes. Su melena, su voz, sus farolazos negros, su risa cristalina… De noche también me perseguía. Todo el tiempo. Siempre, siempre igual.


Eva… Increíble. ¡Qué querés que te diga! No sé qué hacía en esa esquina… ¿De dónde salió? No sé. Qué estará esperando, decime… ¿Que me arrodille y que le pida perdón? Encima, me chantó ese beso… ¡Ese beso!

Pero… pará. Pará. Pará un poco, Gaita. Y vos… ¿Vos qué hacés acá?



REFERENCIAS:

MALEVAJE (tango)

Intérprete: Edmundo Rivero
Letra: Enrique Santos Discépolo
Música: Juan de Dios Filiberto
Orquesta: Héctor Stamponi
Álbum: Edmundo Rivero canta a Discépolo/Tangos que hicieron época. Universal Music Argentina S. A. 2016 (En Spotify).

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