Alfredo Quispe llevaba varios días con la idea de ir a la casa de los elefantes para suicidarse, una casa de suicidio dónde los alcohólicos bebían hasta morir, en una pequeña habitación les daban trago ilimitado, era un edificio abandonado que operaba de forma ilegal en la zona roja del centro de la Paz.
Alfredo tenía 47 años y vivía con su madre, en la mañana del día que decidió matarse abrió una botella de vino y vertió el líquido en un tazón grande, le arrojó tres cucharadas de avena, espero impaciente a qué las hojuelas se remojaran y empezó a tomar -era su desayuno-, se mojo la cara con agua en la alberca del patio y se despidió de su madre dándole el último beso en la frente.
En el barrio rojo, asustado tocó la puerta metálica de la casa de los elefantes, sus babas colgaban y sus manos hinchadas temblaban, tenía una taquicardia inusual.
Un hombre jorobado, con cicatrices en el rostro y un ojo más pequeño que el otro abrió la puerta.
–Hola chango, entra rápido que nos hacemos pescar.
–Quiero matarme –dijo Alfredo en un tono agudo.
–Pues llegaste al lugar cholito, seguí rápido.
La casa era oscura y tenía un olor a pescado muerto mezclado con orina, una anciana decrepita deambulaba en la recepción, había una mesa de madera resquebrajada por la humedad y un hombre alto y delgado con ojeras negras estaba sentado en una silla metálica del otro lado, era don Luis el administrador, miró con el rabillo del ojo a Alfredo y con desprecio le dijo:
–Gallo fino no extraña gallinero, si eres un mariconsito que viene a fisgonear mejor ándate a la mierda chango.
–Quiero matarme don Luis – respondió Quispe.
–Todos quieren matarse, pero no joches los petos, ¿tienes los 500 bolivianos?
–Si los tengo –balbuceo.
–Cada chancho en su teta es el modo de mamar, lo que te quiero decir es que vamos a darte una suite presidencial, con cama y dos baldes para que cagues y orines, no puedes salir y te vamos a pasar el chupe cada 3 horas hasta que mi changuito se vaya al cielo, ¿estamos?
–Sí señor, gracias don Luis.
Había unos costales de chuño y también hoja de coca, esta era la comida en el cementerio de elefantes, al interior de las habitaciones se escuchaban los gritos de los hombres vomitando; Quispe cabizbajo arrastraba los pies, tenía puesto unos harapos y unos tenis viejos que le había regalado su hermana 20 años atras, casi el mismo tiempo que llevaba en el alcoholismo.
–Esta es tu habitación mi changuito, deja de arrastrar el poncho, que ya prontito te me vas a morir, dame el dinero.
–Acá están los 500 bolivianos, yo soy un chulupi, una cucaracha y tengo el alma negra, dame todo el trago que tengas mi hermano que hoy voy a tomar hasta matarme.
–A mí no me digas hermano, yo soy Don Luis, pedazo de mierda, entra rápido a la habitación.
Don Luis le arrojo en la cara un pedazo de charque, la carne deshidratada que le daban a todos los clientes cuando tomaban el servicio de suicidio, luego salió con su ayudante el jorobado, cerraron la puerta con candado y se marcharon, Alfredo se acostó en la cama y espero impaciente la primera tanda de trago.
A los 15 minutos volvió el jorobado y por una rendija le pasó un litro de chicha envasada en una botella plástica, Alfredo temblando empezó a tomar y en menos de 5 minutos había terminado el litro, ahora estaba ebrio, orinaba las paredes y el colchón.
A las 3 horas regreso el jorobado nuevamente, esta vez le paso por la rendija una bolsita con hoja de coca, una botella de agua y seis cervezas Paceñas, Alfredo las bebió en menos de media hora, vomitó bilis y sangre, luego se quedó dormido en posición fetal en el piso. Cuando despertó no sabía si era de día o de noche, ni cuánto tiempo exacto llevaba en la casa de los elefantes, tomo agua y comió unas papas deshidratadas que encontró por el suelo, masco hoja de coca y empezó a beber una botella de singani que le habían dejado, era un aguardiente de uvas fuerte que quemaba la garganta y el estómago, se limpiaba el sudor de manos y frente con un trapo sucio, el balde rojo estaba lleno de mierda y el balde azul tenia vomito mezclado con orina, el hedor era repugnante.
Termino el singani y se volvió a quedar dormido, cuando despertó su respiración se entrecortaba y sintió un fuerte dolor abdominal, sentado en la cama se agarró el vientre con ambas manos y rechino los dientes, sus ojos se perdían en la oscuridad de la habitación, en ese momento entro Don Luis.
–¿Cómo vamos mi changuito? ¿como va mi moreno favorito?, mi cholito del corazón.
–Vamos bien don Luis, ya casito, pero me duele la panza.
–Tranquilo que eso es normal cholito.
Don Luis se sentó en la cama y miro con lascivia a Alfredo, sin mucho reparo le metió la mano en los calzoncillos y le toco los genitales.
–Pero qué asco cholo estas todo orinado, así no dan ganas de estar contigo, venia todo chocho, ¡que macana!
–¿Qué está haciendo don Luis?
–Cholito seguí en lo tuyo, más tarde te traigo guarapo.
Don Luis salió de la habitación y Alfredo empezó a vomitar de nuevo, en el líquido viscoso observo una imagen de un hombre, era su tío Abelardo envistiéndolo fuertemente y desgarrándole un recuerdo del pasado, tenía 8 años cuando su tío empezó a abusarlo.
Pasaron dos o tres días y Alfredo bañado en vomito finalmente colapso, escuchaba los gemidos jadeantes de su tío como cuchillos en su cabeza, se fundió en la oscuridad y con el último trago de aguardiente vio a un niño en la puerta vestido de blanco que le dio la mano y le dijo:
–Vamos a jugar cholito, hoy descansas.
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