No se trata de la gestualidad que acompaña orgánica, coherentemente a la palabra, a la comunicación verbal. No. Es la expresión única, significativa y comprensible exclusivamente para el destinatario.
Un gesto chiquito. La mirada fija y un más que leve movimiento de cabeza levantando al mismo tiempo las cejas. Evita la vergüenza, la humillación pública de ser rechazado.
Debe ser claro, extraordinariamente claro para aquel que tiene que recibirlo, pero absolutamente imperceptible para todos los demás.
Bueno… Quizá la madre, la tía, la hermana mayor, que están allí para observar y calificar, muy atentas.
Che nena… ese chico te está sacando.
Pobre nena que tiene los ojos puestos en el apuesto rubio y detesta a los gorditos.
Con la boca cerrada el apuesto rubio no podrá ver hasta que ya estén bailando que ella lleva ortodoncia.
Empecinada en no bailar con nadie, Haydé no responde, y soporta estoicamente los insistentes codazos de la Iris -su hermana mayor- no sea cosa de que justo salga cuando el apuesto rubio se canse de la Bety y se convierta en una oportunidad real.
Y menos con ese gordito.
Si fuera el morocho, aquel, el del mechón, no sé, sí, tal vez.
El apuesto rubio sentiría celos, la largaría a la Bety y atravesaría todo el salón -codazo- para quitarla del abrazo atrevido del morocho que al no soltarla porfiadamente recibiría un impetuoso empujón que lo sacudiría -codazo- haciéndolo trastabillar y desprendiéndolo de su cintura. Habría un -codazo- segundo de tensión en el festivo ambiente que, a pesar de no afectar a Tito Rodriguez que continuaría recordando, imperturbable y románticamente que existen imborrables momentos que el corazón guarda inolvidablemente, detendría como un congelado de película, al menos a las parejas circundantes, pero nada más, y Clark, el apuesto rubio, a pesar de los codazos, se apropiaría de la Haydé y, envolviéndola en un cálido abrazo la llevaría a bailar por los cielos.
Para eso insististe tanto desde el miércoles para que te traigamos, se queja la Iris, y ahora te quedás sentada así, como una boba, mirando al techo con la boca abierta..!
Con la boca abierta?
Se habrá dado cuenta el Clark de su ortodoncia?
Para su tranquilidad y, sobre todo, para su intranquilidad, el apuesto rubio sigue en danza con la Bety que se rie como una estúpida por lo estúpida que es, aprovechando para apretarse más y más y más contra la sagrada parte del apuesto y anhelado rubio.
No. Por suerte y, sobre todo, por desgracia, el Clark no se dio cuenta.
Si no salís nos vamos, amenaza la Iris. Y el codazo, ahora, ya no es para llamar su atención sino para castigarla.
En ese momento, justo a tiempo, arranca nuevamente el capítulo de cumbias y la mayoría de las parejas se separan.
Bety! Estúpidimbécil! No te diste cuenta de que cambió la música! Qué te quedás pegada al Clark, tarúpida!
La Iris se levanta de su silla.
Eh..! Pará! No nos vamos a ir justo ahora..!
Pero, falsa alarma. Uno de los viejos, como de 22, viene caminando hacia ellas con su sonrisa babosa y pretendidamente seductora que, evidentemente, sin embargo, hizo efecto en la Iris quien, como olvidándose de para que está allí, ha saltado como un elástico y, antes de que el caballero termine de acercarse ya se ha entregado al frenesí del ritmo culombiano.
Mejor así, que tengo el costillar tan dolorido que si el apuesto rubio que ya logró separarse de la Bety… Dios! Mamita!, el Clark ya está libre..!, viniera a sacarme tengo miedo de no poder levantarme.
Mirá nena, dice apareciendo intempestivamente Iris y sin dejar de moverse como los atletas que no dejan de dar saltitos en el mismo lugar aunque paren a refrescarse, voy a tomar algo con este chico, Anibal, interviene Anibal el chico, así que no te muevas de aquí, o movete un poco, sugiere contradictoiamente al estilo de mamá, y cambiá la cara, querés?, ordena.
Será eso?, se pregunta entonces la pobre Haydé.
Se levanta y, lenta, tan lentamente como el dolor del costado le obliga, se abre paso entre las parejas que se mueven al ritmo de la cumbia y, atravesando toda la pista, entra al baño.
Allí, a pesar de las lágrimas que ya empezaron a rodar por sus mejillas, puede nirarse detenidamente en el espejo.
Tiene el pelo rizado, los ojos marrón oscuro, y unas pequitas que son pequeñas islas alrededor del peñon que es su nariz.
Será eso ser fea?, se pregunta. Me verán así los que me miran, y me despreciarán por eso?
Haydé se aspira los mocos y se seca las lágrimas.
Sin ningún dolor que la afecte, sale del baño caminando decidida.
La cumbia se va fundiendo y, encadenado por la hábil mano del discjockey, empieza a sonar un bolero.
Algunas parejas se dispersan, mientras otras, cuyos componentes se mantuvieron separados por el ritmo, ahora se acercan y se convierten en un solo cuerpo que se deja llevar por los sentimientos que la música provoca.
Haydé observa el panorama.
Damas aquí, muchachos allá.
Algunos ya fueron aceptados y se dirigen prestosos a encontrarse con la elegida.
Haydé no espera. Mira directo, decididamente.
Sí. Está solo y su mirada se cruza con la de ella.
Entonces, antes de que él haga algo, ella, sin dejar de mirarlo, en un gesto chiquito, inclina levemente la cabeza y levanta las cejas.
Él, mira para sus flancos verificando hacia donde se dirige la inequívoca señal, y avanza.
Haydé y el gordito bailan abrazados, mientras Tito les susurra que hay amores que nunca pueden olvidarse.
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