En aquel dormitorio se pasaba las horas. Frente al espejo, su rostro envejecido se reflejaba junto a sus libros y su costura. Así dejaba pasar el tiempo, cosiendo, leyendo, y observando la naturaleza por su ventana.
Una vez al día bajaba al jardín, le gustaba admirar las flores y percibir su aroma. Le venían recuerdos de su juventud, cuando paseaba a escondidas con su amado Leo. Su gran amor prohibido por las apariencias entre una familia adinerada y otra, bueno, digamos clase media. Entre lirios y azucenas, Clara recordaba el día en que huyeron juntos en aquel tren. Un viaje apasionante entre San Sebastián y París, hasta que el padre de Leo les separó un mes después, mientras desayunaban en el café del mismo hotel en que se alojaban. Se quedó sola, acariciando el mantel de color rojo con sus manos temblorosas tras escuchar las últimas palabras del padre de Leo; — no dejaré que arruines la vida de mi hijo, muerta de hambre —. Su hijo quiso intervenir, pero recibió tal bofetón que se fue sin rechistar y sin regalarle una última mirada a su amada. Sin embargo, entre lágrimas y con la mirada compasiva de un camarero, decidió su futuro mientras se terminaba su café con tostada de mantequilla y mermelada de fresa. Sin la necesidad del apoyo moral de nadie, terminó su desayuno sabiendo que no volvería a mirar hacia atrás. Su decisión estaba tomada, con su orgullo y su fortaleza, podría labrarse un futuro venturoso en Francia para mantener a su futuro bebé, del que se enteró de su existencia una semana después del amargo desayuno.
Su primer hogar fue un apartamento de treinta metros cuadrados en la ciudad de Marsella. Y para no olvidarse jamás por lo que luchaba, colocó un mantel rojo en su mesa, al igual que en su último desayuno con Leo.
Durante años trabajó en un vivero, donde aprendió todo sobre jardinería. Allí conoció a Bastian, un joven alto de pelo castaño y ojos grises con el que volvió a sentirse ilusionada y jovial. No le importó que Clara fuera madre soltera, es más, se ganó el cariño de la pequeña Lys regalándole momentos divertidos y amorosos. Bastian y Clara se casaron y pronto le dieron un hermanito a Lys.
Juntos emprendieron su propio negocio de jardinería, convirtiéndose en una de las mayores empresas de Francia. Adornaban los jardines más emblemáticos de cada ciudad. A menudo cuando Clara distribuía su economía entre inversiones y donaciones a diferentes organizaciones, recordaba las palabras del padre de Leo, aquellas palabras que se clavaron en su alma como espinas;…muerta de hambre… Entonces su sed de venganza se encendía, pero en cuestión de segundos y con el amor de los suyos, esa sed se ocultaba en algún rincón de sus recuerdos.
Cuando Lys cumplió 15 años, viajaron hasta San Sebastián para disfrutar de un verano en familia. Clara anhelaba pasear descalza por la orilla de la playa, y una mañana bien temprano, aprovechando la marea baja y el buen tiempo, recorrieron La Concha recibiendo la placentera brisa que les producía la costa y el aroma del mar. Esa mañana, al regresar a la casa, mientras los niños jugaban en la piscina, Bastian y Clara pensaron en que sería una magnífica idea comprar una residencia vacacional en la ciudad. Con la ayuda de uno de sus empleados, se pusieron en contacto con los dueños de esa misma casa donde estaban veraneando, informándoles por sorpresa, que estaban interesados en vender. Quedaron en reunirse esa misma tarde, lo que Clara no se hubiera imaginado jamás, es que el dueño de esa vivienda, era el mismísimo Leo. Sus miradas fulminantes se cruzaron causándoles un silencio atroz. Los recuerdos dolorosos volvieron a la mente de Clara, sin embargo, logró recuperar la compostura y saludar educadamente.
— Ha pasado mucho tiempo. Cariño, te presento a Leo, un amigo de la infancia.
— Encantado de conocerte, yo soy Bastian —respondió sabiendo perfectamente que se trataba del padre de Lys.
— No sabía que esta preciosa casa fuera de tu propiedad. Nos interesa invertir en San Sebastián, ya sabes, para veranear.
— ¿Te quedaste en Francia? —preguntó Leo sorprendido.
— Por supuesto. Tú bien sabes que me fui muy decidida y nadie iba a truncar mis sueños.
— Os dejaré solos para que habléis tranquilos. Cariño, estaré con los niños —dijo Bastian pensando en proteger la posible presencia inesperada de Lys.
— Leo, me vas a perdonar pero, no pienso entregar mi dinero a la persona que me abandonó y que dejó que su padre me humillara llamándome muerta de hambre.
— Lo siento, yo…no tenía otra opción Clara. Mi padre…
— No me digas más. No me interesa. Ya me dejaste claro que eres un cobarde y que no sabes vivir sin el dinero de papá. La verdad, gracias a tu ausencia, ahora tengo una familia maravillosa, así que, no hay mal que por bien no venga.
— Será mejor que me vaya. Me alegro de verte Clara. Por cierto, si te sirve de consuelo, mi padre ya está pagando por sus errores. Hace unos meses entró en prisión, por desfalco.
— A todo santo le llega su San Martín.
Después de aquel verano, no se volvieron a ver. Durante años se culpaba por no haber anunciado su secreto tanto a Lys como a Leo, y como quería envejecer con la conciencia tranquila, el mismo día en que Lys cumplió los veinticinco años, le anunció el nombre de su padre biológico.
Ahora Clara disfruta de su jubilación en San Sebastián, con su amado esposo, sus flores, y sus recuerdos.
Música: Tai Chi de Valtteri Kujala (lamusicagratis.com)
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