Ahí estaba yo frente a la pantalla del ordenador, luchando contra el teclado y los elementos para ser capaz de hacerme una cuenta en una conocida red social que significaría mi pasaporte a una nueva vida, con nuevas amistades y nuevos retos.
Cansada estaba ya de tanto sufrimiento, de tanto novio acosador, de tanto maltrato psicológico, de tanta culpa: la maldita culpa que no nos deja avanzar (aunque esto lo aprendería mucho más tarde….)
No sabía todavía que ese trabajo en la lejana Bretaña francesa era la llave para muchas cosas en mi futuro, pero de lo que si estaba segura era de que en aquel momento era la llave para salir del boucle en el que estaba metida: en el que me había metido yo solita y no tenía la más mínima idea de cómo salir. Estaba también claro que Jocelyne, aquella amiga cybernética del otro lado del Atlántico que trabajaría cerca de mí en la Bretaña, podía ayudarme a iniciarme en las redes sociales: ayudarme a, en definitiva, integrarme en el grupo y, por fin, a dar un férreo portazo a mi vida anterior y comenzar una nueva etapa.
Titubeando me dispuse a crear mi cuenta y, estando más segura que nunca, tecleé, al fin, mi contraseña: Libertad 35.
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