Mi computador y yo
Arturo Rueda Erazo
Tengo una máquina electrónica… de las de escritorio, que además de la rutina para la que fue programada, origina señales de humo, desde algún tipo de núcleo luminoso en su interior. Brotan por la juntura superior del marco que rodea la pantalla con destellos de luz y olores agradables. Estas mínimas nubes transparentes, salen de su “querencia” a pequeños intervalos, una por una. El ordenador, debió haberlas encontrado en el más allá de su memoria RAM; no tendría presentación suponer, que por su propia iniciativa, él mismo las creó, sin haber consultado antes, los anales de la historia humana.
Con el tenue resplandor de las señales, el muy atrevido, intenta una comunicación fuera de cualquier lógica, conmigo.
Claro que a esta altura de las cosas, ya se me ha vuelto una pesadez, el hecho sentarme “sin querer queriendo” frente a la pantalla, porque su llamado ha hecho que pierda mi propia autonomía, hasta el punto de que ya ha tomado cierto aire de obligatoriedad. Más ahora que, le ha dado por apresurarme para que lo active.
Mis compañeras de oficina, varias veces han hecho comentarios acerca de mi delicada manera de manosear el mouse y de la delicadeza como guío mis dedos por encima del teclado. Lo mismo hago en el de mi casa. Tal vez el efecto que le producen mis “caricias”, haya influido de manera expresa en su comportamiento; mi cara, mis pechos al descubierto y mis ojos claros, deben hacer lo mismo. Lo cierto es que la máquina esta, quiere que lo encienda cuando a ella le provoque y no cuando yo necesite hacerlo. A veces me cargan sus señales humeantes y olorosas, a más de luminosas, que yo no sé de dónde saca. El caso concreto es, que de manera sutil, del monitor sale humo con aroma de jardín, cuando el “ejemplar” quiere que me le acerque. Tiene su atractivo, ¡no vayan a creer! La primera vez, supuse que era un daño, de modo que llamé a un técnico para que lo revisara. Lo que encontró, solo fue un poco de polvo dentro de la pantalla, y ningún síntoma en la CPU que pudiera explicarse como daño. La segunda vez, la emanación apareció, esa misma noche; por cierto, muy bella. Ya estaba bajo las sábanas completamente desnuda, como me gusta, además porque de ello saco provecho: tengo una condición de incapacidad parapléjica, que dicho sea de paso, solo me impide caminar. Con la puerta de la habitación y la del estudio, enfrentadas, puedo ver la mesa donde está el computador. Esa noche apagué la tele y la lamparita antes de girar hacia la derecha para quedar en posición decúbito lateral izquierdo, que es en la que me siento cómoda, cuando vi de nuevo las nubecillas azul-grisáceas, saliendo una tras otra del marco superior de la pantalla; eran iguales a las de la mañana, solo que estas, más atractivas por la penumbra en la que se hallaba mi casa. Tomé el control con el que manejo los aparatos eléctricos, y comprobé que el estabilizador que le da corriente al computador estaba apagado. Aunque me pareció otra vez muy extraña la visión, no quise levantarme, sobretodo, por el trabajo que me cuesta, así que me desentendí de ella, me di vuelta y me entregué de cuerpo entero en los maravillosos brazos de Morfeo. El asunto se repitió las dos siguientes noches; a la tercera, resolví tomar el riesgo de encenderlo. Con sinceridad, esperaba que la energía ocasionara un corto circuito o alguna cosa parecida. ¡Nada! al contrario, las humosas nubecillas dejaron de salir en el mismo instante, en el que la energía ingresó para darle “vidorria” al artefacto. Comprobé entonces, que el fenómeno ocurre solo cuando el ordenador está apagado. Al recibir la costosa corriente, desaparecen. ¡Vieran lo que pago mensualmente por ello!
La primera vez que decidí no hacer más, uso de mi propio ordenador, porque la situación había pasado de castaño a oscuro. ¿Saben lo que ocurrió? El olor agradable que invade el estudio cuando el enjambre de nubes sale, se volvió nauseabundo; del todo insoportable. Imaginen, un computador que hace fluir olores y humos de colores, como llamada para que lo acaricie. ¡Ja! Y eso no es todo: si lo prendo antes de quitarme la ropa, las flores olorosas en los cuadros del Windows 8 desaparecen; no hay jardines, ni playas, solo cuadros y balances del archivo Excel. Es que las otras, las que él pone a propia intención, son de formas delicadas y bellas, o… algo así. Además, como él sabe de las esencias que me gustan. Quién puede saber más de mí, mujer sola soltera y huérfana, que este aparato. Es con él con quien me descargo; en él es donde dejo plasmadas mis apetencias, mis inclinaciones, mis más íntimos deseos.
Un día de aquellos que todos tenemos, saturados de soledad, le escribí una carta… ¡Sí! Créanlo, al computador. Fue una noche sensual de esas ligadas íntimamente al fenómeno psíquico que hace que respondamos incoherencias a una situación de extrema soledad. ¿Quién puede decir donde empieza el impulso carnal diferenciándose del psíquico? Le dije linduras con mis manos; desde entonces, apenas oprimo el botón para encenderlo, lo que primero aparece en el escritorio es la misiva desplegada, como si quisiera que le escribiera más ternuras. ¡No sé qué voy a hacer! Varias veces he enviado la dichosa carta a la papelera. Desde allí la rescata, y no vayan a pensar que no la he desocupado, cuando lo hago, una copia aparece en mis documentos… instantes después, otra en el escritorio.
Antes de terminar de contar esta especie de mefítica evolución, que no se le puede atribuir como causal a nadie, así esté empeñada mi reputación, debo hacerles una confesión: la paso bien mientras trabajo con sus teclas, sobre todo con el ratón cuando toma vida propia. Porque es lo que ha venido pasando últimamente: se suelta de mis manos, recorre la mesa del escritorio, sube por mi brazo, por mi cuello, baja y… para qué les cuento.
Cuando leo en la pantalla sus mensajes, también me gusta. Todo lo que escribe me gusta. Bueno casi todo… estar supeditada a una máquina para que lo alague a uno, no deja de ser triste.
Supongo que la tecnología llegará al punto en que ya no se tenga que usar las manos para trabajar en un ordenador; va llegar hasta el extremo de que solo con la voz, hará todo lo que a uno le plazca. El mío, sin ser de los más modernos, ya me complace en mis más íntimas inclinaciones: abre, según la hora en la que me siente frente a él, mi periódico favorito, las revistas que me gustan, las ofertas de ropa y de electrodomésticos innovadores que me puedan ser interesantes. Aquí entre nos, advierte sin equivocarse, mis momentos más sensibles, y entonces, una página erótica se despliega en la pantalla y…
Dios mío, ¡qué voy a ser sin el ratón!
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