El último de los humanos

El último de los humanos

Liliana Gimenez

26/03/2014

Tengo en mis manos un escrito que leo mientras  mi barba puntiaguda acaricia el árido suelo.Espero la lluvia.Extrañamente  cada página que doy vuelta desaparece y la siguiente se escribe sola ante mis ojos húmedos.

Y ésto dice la página que sigue:

Transcurría el año 2999;  (en lugar de otoño en Argendroide desde hacía tres siglos era verano en marzo,abril y junio) temperaturas excesivas se avecinaban exclusivamente los primeros días de abril.Aunque  la casi totalidad de la población no se viera afectada con  temperaturas de 45 grados,Roberto y Analía sólo podían sobrevivir encerrados gracias a los beneficios del sistema de refrigeración  de más de quince mil frigorías con que contaba su modesta casa.Miraban películas viejas como Metegol y  Corazón de León insertando un chip milimétrico del tamaño y forma de una de esas agujas antiquísimas que se usaban en las máquinas de coser eléctricas en el pasado milenio.Lo introducían por un orificio en la pared para encender una pantalla gigante adherida al techo y del tamaño del mismo.El aparato hacía las veces de cielo estrellado si así lo deseaban o de cielo lleno de pájaros volando de árbol en árbol.A veces lo programaban con la función LLUVIA y entonces sus oídos saboreaban las bondades de dormir acompasados al ritmo artificial de gotas cayendo sobre un techo de chapas de cing haciendo la noche más romántica y rememorando aquellos años en que la sequía no se había comprado una estadía eterna.Los sistemas de lluvia artificial ya estaban funcionando con déficit;el agua se alejaba y se ubicaba formando un océano paupérrimo en el polo sur,los ríos se secaban cada vez más . El agua del planeta entero se acababa y los países más poderosos ya se habían comprado el agua de los planetas Acckuassi y Helópuro recientemente descubiertos.A pesar de la  sutil persecución que padecían,trataban de ser relativamente libres y para salir a cosechar los alimentos que necesitaban para comer  y seguir vivos debían camuflarse cubriéndose con unos trajes nacarados semi cromados simulando la piel de los otros.

Cuando los otros los veían agacharse y retirar los frutos de la tierra no dejaban de preguntarse qué hacían «los extraños seres»,además les resultaba muy rara esa expresión en la cara que a veces los invadía acompañada de un balaceo de la  cabeza hacia  atras y hacia adelante y otras tocandose el abdomen,mostrando los dientes y emitiendo ese brillo diferente,muy diferente a los suyos, en los ojos.Un sonido especial acompañaba ese movimiento;hasta entonces(y creo que si aún existiesen para cuando estés leyendo ésto, no lo habrían descubierto aún) desconocían que eso se denomina risa.

En sus charlas recordaban lo curioso de haberse conocido por una red social cuando él buscando a otra Analía la encontró a ella y le envió una solicitud de amistad.Ella lo aceptó sólo por despecho; porque había descubierto a su marido chateando con una ex novia de la adolescencia.Y entonces,sudorosos y felices,  desenterrando zanahorias y rabanitos..

Roberto y Analía debían cosechar sus alimentos porque ya no existían los minimercados,ni las verdulerías,ni los quioscos.No se enfermaban porque ya no existían las enfermedades por ende no había centros de salud ni farmacias.Ya no existían los celulares ni las computadoras ni las cámaras fotográficas,no existían los centros de estética ni los especialistas en reiki,ni en pilates;no eran necesarias y además los seudohumanos,dueños del planeta, habían desarrollado capacidades telépáticas  y sólo de humanos tenían la apariencia.

Cuando Roberto y Analía salían a disfrutar de una tarde en la que al viento se le daba por visitar el pueblo no dudaban  correr hacia el escaso río y poner los pies en agua y recordar aquellos tiempos en que había peces y caracoles.Analía se ponía la mano en la frente y miraba al horizonte como buscando algún barco «cerealero»-les costaba desprenderse de los recuerdos y asumir que los transportes de antaño ya no existían-y,claro está,tampoco el comercio «cerealero»-y luego se abrazaban o caminaban nostálgicos por la orilla pisando tierra y arena más seca que los huesos de los otros que no podían ni percibir el aroma de una hoja de alcanfor partida.

Solían sentirse a salvo si cada vez que salían se disfrazaban con  sus tarjes de piel de androide.

Los androides saludaban con simulado gesto amistoso y confiable,pero Roberto y Analía sabian que constituían el blanco de su curiosidad.Los androides sabían muy bien que sus vecinos  eran  los últimos humanos puros que quedaban en el mundo pero aún no descubrían,a pesar de la suprema inteligencia desarrollada hasta entonces,cómo tenían recuerdos y mañas del siglo pasado y por qué superaban la fecha de vencimiento del más longevos de los habitantes del lugar.Decir longevo es usar un superado léxico humano;digamos vida útil.

Una mañana,en que los androides habían logrado la recarga total y se disponian a programar sus actividades diarias;reciclar baterías,seguir investigando la existencia de galaxias nuevas,activar los sofisticados sistemas de riego,crear nuevos habitantes y reducir a chatarra a los inservibles o casi vencidos,un sonido nunca jamás escuchado sacudió sus artficiales oídos.Primero unos quejidos desgarrantes como de  sufrimiento o  de un dolor nunca percibido antes. A continuación un llanto y luego silencio y más tarde eso que desconocían; risas.Nada entendían y nada preguntaban,sólo temían a sus extraños vecinos y planificaban su captura sin saber que ahora sus victimas eran tres;Roberto,Analía  y Adán.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces.Desde mi captura y la muerte de mis padres hasta ahora me despojaron de todo,incluso del último reloj que escondía en mi cartera.Parece que ha pasado mucho  tiempo;veo cabezas de latex flotando en mi rio,cordilleras de chatarra rodean mi huerto y miles de trozos de extremidades constituyen el ondulante muro en el que me he resguardado.Sentado,sólo y con la barba puntiaguda acariciando el  árido suelo,espero la lluvia.Leo y re leo éstas hojas de…-no se de qué materia- escritas que mis padres guardaron para mí enterrado en el huerto como un tesoro de historia (pero…¿quién es el redactor?.Este libro tiene millones de hojas con hechos muy divergentes  pero tengo tiempo-eso creo-y estoy sólo-de eso estoy seguro-nadie me molestará.Así que recuerdo,analizo  similitudes y me pregunto;-¿Será que en cualquier momento vendrá Dios a visitarme?

¿Me hará caer en un sueño profundo para extraer una de mis costillas?

Mi nombre es Adán,lo dice el libro,lo digo yo.Y estoy a punto de dar vuelta la hoja

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