I
“Los armarios compactos funcionan con un sistema informatizado, controlado por un ordenador central y con un programa que sincroniza todas las operaciones de apertura de los pasillos de trabajo, incluso para llevar el inventario al día”, le explicó la directora el día que se incorporó al trabajo; “tú sólo tienes que apretar un botón, y abrir los módulos que los archiveros te pidan”. “El futuro está aquí”, pensó Arturo, pero de eso ya hacía dos años, y el trabajo no había resultado tan estimulante como había imaginado… Además de aburrido, los maravillosos armarios compactos funcionaban un día sí y otro no.
– Es por culpa de los ladrones de la compañía eléctrica -se queja el operario de la empresa proveedora- Nosotros vendemos un buen producto, pero las compañías cada dos por tres nos regalan un apagón.
– Pues si no hay garantías de suministro de energía, que no fabriquen armarios eléctricos -protesta Arturo, todo indignado-.
– ¡Ay Arturo, no te quejes tanto, que mientras la tecnología no sea perfecta tendremos trabajo y no nos moriremos de hambre!
II
“Es una suerte trabajar aquí”, piensa Martina, mientras observa la foto de un bombero en plena acción. Tiene por delante doscientos mil expedientes y un gran reto profesional: un contrato para clasificarlos e inventariarlos en nueve semanas y media, ni una menos, ni una más.
El archivo donde presta sus servicios no es un centro convencional. Ni rastro de polvo, y mucho menos de malditos roedores, que se coman los documentos, como si se fueran un manjar. Aquí todo es aséptico e inmaculado, parecido a un hospital. Son seis plantas, perfectamente diseñadas, con estanterías ultra modernas repletas de documentos del Cuerpo de Bomberos de la Comunidad.
Todo es inteligente en este edificio, hasta los microorganismos, que no entran porque saben que en menos de lo que canta un gallo, los pueden exterminar. Un complejo proyecto de ingeniería vela por la perfecta conservación de la documentación, que no puede alterar su temperatura ni su humedad. En todas las plantas, cámaras de seguridad protegen los documentos generados por los bomberos, tan admirados por la población, en general.
Martina está encantada con el encargo. Sus contratos anteriores la habían obligado a encerrarse en antros inmundos y en locales putrefactos, donde los documentos se deterioran y los archiveros corren el riesgo de coger una infección. Por eso, desde hace un par de semanas, cuando pasa su credencial ultra moderna por el lector de tarjetas digitales, sonríe satisfecha y piensa que, al fin, podrá ejercer su profesión con dignidad.
En la planta cero, a la derecha, se encuentran los espacios de atención al público, y a la izquierda, la zona de ingresos y de limpieza y desinfección de la documentación. En la primera, los servicios de restauración, y de la dos a la seis, los depósitos de custodia y de conservación. Cada uno de ellos cuenta con un servicio de control y una sala de clasificación.
Todas las mañanas, Martina, equipada con su bata blanca impoluta, saluda al agente de seguridad de la sexta planta y le indica el pasillo donde tiene que trabajar. Éste, acciona el botón y ella accede, sin problemas, a los módulos compactos donde se guarda la documentación. Debajo de la bata Martina va forrada de ropa, porque los depósitos tienen una temperatura adecuada para los papeles pero no para las personas, y cuando permanece mucho rato allí, se queda más congelada que un granizado de limón.
III
“¡Pero qué calor hace hoy aquí!, dice Martina en voz alta, extrañada por el sofocón que acaba de sufrir. ¡Esto no es normal, tengo treinta y dos años, algo debe estar pasando con la climatización!”. Se quita la bata blanca, se desprende del polar y de la camiseta, y se hace una coleta, recogiendo con gracia su castaña y cuidada melena. El agente, desde su cabina, la observa a por el monitor y, por primera vez desde que Martina trabaja en el archivo, se queda prendado de ella. Con tanta ropa que lleva siempre encima parece una esquimal, y nunca había pensado que debajo de la bata se escondiera tanta sensualidad.
Mientras, ella, ajena al resto del mundo, continúa –embelesada- su trabajo de catalogación. Concentrada en los expedientes, se mueve por los pasillos, archivando y desarchivando documentos, anotando signaturas, repasando los listados, hasta que una gota de sudor se desliza lentamente por su columna, y Martina, frunce el ceño, con cara de preocupación.
– Perdona- dice Martina al agente de seguridad-. Algo pasa en el depósito, con la climatización. ¿No te has dado cuenta? Ha subido la temperatura y hace un calor horroroso.
– No, aquí no hay ninguna luz encendida – contesta el agente-, y el panel de control nunca se equivoca.
– ¡Pero, qué tonterías dices, por favor!
IV
La avería del sistema de climatización se ha convertido en una pesadilla para Martina. Lleva ya tres semanas sudando la gota gorda ¡y eso que se encuentra en el archivo más supersónico de la Comunidad! “Aunque no todo está resultando tan desastroso, reflexiona con una sonrisita en la boca; al menos Arturo es simpático y agradable… Está claro que muchas veces me equivoco con la primera impresión”.
– Lo que más miedo me da es que empiecen a aparecer hongos de un momento a otro, si esto no lo arreglan a tiempo – dice Martina, sorbiendo un granizado de limón que Arturo le acaba de regalar.
– ¿Te refieres a los champiñones?- dice él-, con la cara cómica de Jerry Lewis.
– ¡No hombre, no! Me refiero a las plagas de microorganismos que actúan contra la documentación y que la destruyen por completo.
– Pero esta documentación no puede ser tan importante, ¡si sólo son papeles del Cuerpo de Bomberos!
– ¡Eh, que el Cuerpo es el Cuerpo! ¿Es que no has visto el calendario de Navidad? -dice Martina-, con los ojos en blanco y sin reconocerse a sí misma. Pero, acto seguido, vuelve en sí y prosigue. -Estás muy equivocado, Arturo. Informes cómo éstos son los que analizan los investigadores para escribir los libros de Historia. Los bombardeos de la ciudad durante la Guerra, por ejemplo, los estudiaron con estos expedientes. No olvides que los bomberos son los primeros en llegar cuando hay una emergencia…
La séptima semana de trabajo Martina se siente muy satisfecha consigo misma. Lleva un ritmo fenomenal, y la ayuda de Arturo está resultando muy efectiva. Desde que el panel de control se atrofió, los compactos se tienen que accionar de forma manual, por eso Arturo trabaja junto a Martina en el depósito documental. Ella con minifalda y top y él con el uniforme de verano, ambos están radiantes y entusiasmados echándose una mano… Martina introduce los datos en el portátil mientras él archiva los expedientes, desarchiva y prepara las cajas siguientes e, incluso, habla con entusiasmo de la documentación.
– Tanta tecnología para acabar trabajando como en la Edad Media -se queja Martina, de vez en cuando-. No lo entiendo, la verdad. ¡Con el dineral que vale todo esto y que no hayan previsto un plan “B” por si fallaba el plan “A”!
– Sí que lo han previsto Martina, el Plan “B” soy yo, jaaja…
– No te hagas el gracioso, Arturo, que esto es muy serio. ¿Sabes el riesgo que corre todo este patrimonio cultural?
V
-¡Misión cumplida! -dice Martina, con cara de satisfacción-. Doscientos mil expedientes en nueve semanas y media, a pesar de las dificultades y del horrible calor…
-¡Manos arriba! –dice el agente, pistola en mano-, arrancándole la bata de un tirón.
– Arturo…-dice Martina con voz temblorosa-, su respiración se acelera, casi no puede hablar…
-Martina…-susurra él-, poniéndole las esposas y tumbándola de espaldas en el frío estante de metal.
-Arturo…-se estremece Martina-, y un granizado de limón resbala por su columna vertebral…
– Martina…- grita él- ¡los compactos se están cerrando!
– Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo- y, suena un disparo.
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