Después de una semana de angustiosa espera, Arturo fue por fin conducido a juicio. Su comportamiento díscolo ponía en peligro la paz social, al menos la de su entorno. De hecho, fue alguien muy cercano quien había hecho la denuncia.

La paz social había llegado prácticamente a todos los rincones de la Tierra. Tras siglos de renuncia a una porción de libertad individual, la Humanidad había dado un paso definitivo cuando aceptó renunciar a una parte de la libertad individual mental, no solo de pensar, sino de sentir emociones. Era el precio de la paz universal.

Las personas cercanas a Arturo habían observado cierta desviación de su conducta. Su rendimiento en el trabajo estaba alterado, alternando días de entrega frenética con días de desgana y resultados pobres. Su estado emocional mostraba altibajos continuos. En estas condiciones su comportamiento imprevisible era un riesgo permanente. No quedaba más remedio que corregir esa desviación.

Hacía tiempo que los jueces ya no presidían los juicios. El Oráculo los había sustituido con una eficacia arrasadora. El Oráculo era el mayor prodigio tecnológico creado por el Hombre, un sofisticadísimo sistema informático capaz de realizar trillones de operaciones por segundo. Su descomunal potencia de cálculo era posible gracias a una red de millones de procesadores, que consumían energía vorazmente.

Cuando Arturo entró en la sala del juzgado, el público y el jurado estaban esperando. Entró en la cabina acristalada de los acusados y se sentó. Los sensores del Oráculo se activaron y comenzaron a explorar su cerebro.

Los días anteriores Arturo había tenido la osadía de practicar técnicas de meditación para vaciar su conciencia en el momento de enfrentarse al Oráculo, aunque sabía que sería una lucha desesperada. Esa máquina despiadada no le infligiría ningún dolor físico, pero su poder de penetración iría escudriñando todas las capas de su mente, sacando primero a la luz los hechos más superficiales almacenados en su memoria, para seguir por todas las bifurcaciones de sus pensamientos y terminar exprimiendo los secretos mejor guardados en su conciencia.

—¿Cómo se declara el acusado? —preguntó el Oráculo.

—Inocente —contestó Arturo al momento, pues de nada se arrepentía. Quería mostrarse sereno pero en el fondo se sentía aterrado.

El Oráculo comenzó a examinar la mente de Arturo. Una pantalla mostraba ante el público un sinfín de gráficos incomprensibles, números, letras y figuras que aparecían y desaparecían sin cesar. Era solo una pequeña muestra de su actividad. Su sistema de sensores era capaz de llegar a cada rincón del cerebro de Arturo. Podía detectar cada impulso comunicativo de sus neuronas y la activación de cada pequeño circuito neurológico.

La voz del Oráculo comenzó a dar datos muy pronto.

—En efecto, el comportamiento del acusado se ha alterado en los últimos tiempos. Es consciente del irregular rendimiento en su trabajo.

A Arturo no le preocupaban demasiado los análisis superficiales. Cualquier compañero suyo podría haber notado eso mismo. Sin embargo, las siguientes observaciones sacaron a la luz algo que nunca habría querido hacer público.

—El acusado ha estado recientemente leyendo libros no recomendables por atentar contra el orden público. Todos ellos tratan sobre las creencias, hace tiempo abandonadas mayoritariamente, en una fuerza exterior a nuestro universo que interviene misteriosamente en nuestro devenir. Él la llama Destino, aunque no es un nombre correcto.

Arturo sabía que esas lecturas le supondrían una cuantiosa multa. Por más que se esforzaba en mantener su mente vacía, el Oráculo encontraba sus pensamientos más ocultos y sus recuerdos más antiguos.

—La creencia del acusado en el Destino es muy reciente. Al parecer la recibió clandestinamente de niño, pero la abandonó después. Es preciso encontrar la causa del renovado acercamiento a esa creencia.

Arturo deseaba ansiosamente que la exploración de su interior se detuviera. Era muy desagradable que sus pensamientos íntimos fueran extraídos de su interior y mostrados públicamente, pero nada podía hacer por evitar que su conciencia quedara al desnudo.

El Oráculo estuvo un rato callado, durante el cual la pantalla mostraba una actividad frenética. La máquina exploraba recovecos, examinaba los datos de la memoria de Arturo y sacaba conclusiones. 

—Parece ser que la lectura de libros no recomendables está relacionada con la aparición en la vida del acusado de una persona.

A Arturo le dio un vuelco el corazón. Temía lo que vendría a continuación. Por un lado, deseaba gritar al mundo sus sentimientos, los más íntimos, los que nunca compartía con nadie aunque a él le gustaría hacerlo. Por otro, deseaba conservarlos en secreto ya que no tenía a nadie con quien se sintiera cómodo para compartirlos de verdad.

—El acusado ha conocido a una mujer llamada Clara. Es una mujer prohibida para él por razones que no es necesario detallar ahora.

Ya estaba dicho. El corazón de Arturo latía con violencia. Al dolor de ver su secreto desvelado se unía el temor por lo que pudiera pasarle ahora a ella. Pero la crudeza del Oráculo no había concluido aún. Su examen estaba llevándolo al lugar en el que se alojan los sentimientos más profundos del ser humano, de los que Arturo solo era medio consciente.

—Al parecer, el acusado ha transgredido los límites de felicidad que le estaban permitidos. Tiene una vida razonablemente plena y satisfactoria, pero ha dejado aflorar un sentimiento de vacío, una especie de nostalgia por una emoción que hoy consideramos totalmente superflua. Esa mujer ha evocado el recuerdo de una frustración de la que él no era consciente, haciendo que emerja desde lo profundo de su subconsciente. Él está convencido de que ella podría llenar ese vacío.

Arturo experimentó un brote de dolor inmenso. El Oráculo estaba adivinando sus emociones y le estaba forzando a ver con crudeza algunas cosas que solo intuía tímidamente. Por un lado le avergonzaba que la gente supiera que se había acercado a una mujer prohibida. Por otra, la plenitud que ella le había aportado era algo a lo que ya nunca querría renunciar.

—El acusado tiene en su pensamiento a esa mujer constantemente. Esta es la fuente de su comportamiento desviado. Cree que esa mujer no ha aparecido por azar, sino que es un regalo del Destino. Por esa razón está leyendo libros no recomendables. Durante un tiempo, habría sido posible eliminar fácilmente su apego a ella, pero desde que el encuentro entre ambos fue pleno ya no es tan fácil. El único modo de recuperar a este individuo es borrar la parte de sus recuerdos que le ha hecho cobrar conciencia de su frustración. La recomendación del Oráculo es borrar de su memoria todos los recuerdos de Clara y, para que esta medida sea eficaz, es preciso borrar también la parte recíproca de la memoria de ella. El jurado debe decidir.

Arturo no pudo resistir más y rompió a llorar con el corazón roto. Había oído hablar de casos parecidos y la gente seguía viviendo, pero renunciar al recuerdo de Clara se le hacía insoportable.

Todo estaba listo para que el jurado emitiera veredicto, cuando el portavoz formuló una pregunta.

—La decisión más prudente parece el borrado de memoria. Sin embargo, nos gustaría saber qué fue lo que provocó la irreversibilidad del apego del acusado a Clara.

—No ha sido fácil averiguarlo —respondió el Oráculo— porque era el secreto más íntimo y profundo de su conciencia, pero resulta ser un hecho algo absurdo y decepcionante. Sucedió que una noche despejada, mientras se amaban a cielo descubierto, el hombre creyó haber creado en la mujer la ilusión de haber econtrado un alma gemela y de estar viendo realizado el sueño de toda su vida: el emocionante y embriagador sabor del beso perfecto.

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