Pascual es un hombre triste y gris. Es delgado, casi desgarbado, y hay algo desconcertante en su mirada. Nunca eleva la voz, nunca se queja. Hace su trabajo de una manera sistemática y precisa y todos sus compañeros piensan que es el tipo más educado con el que jamás toparon en una oficina. Pascual trabaja desde hace veinte años en la misma empresa y no se le ha oído jamás un comentario ambicioso acerca de conseguir algo mejor. Es un ser humano transparente, casi invisible. Ceniciento y mustio. Es un perfecto empleado para su jefe y un correcto eslabón en la cadena de trabajo en la que consume sus días. 

Yo siempre he pensado que es un hortera. Sí, es un casposo. Pero creo que viene de su melancólica pasión por lo retro, y de la estúpida forma en que confunde en su mente lo clásico con lo aburrido. A mí nunca me ha caído del todo bien. Suelo desconfiar de los tipos como él .Alguien que siempre pasa desapercibido es porque oculta algo. O quizás no. Quizás de verdad es un tipo de lo más aburrido y punto.

Pascual siempre toma dos tazas de café por leche por las mañanas mientras ojea las noticias en el periódico digital. Le gusta estar al día de economía. Mastica 48 veces cada pedazo de su siempre idéntica tostada de mantequilla y mermelada mientras alimenta su ego comprobando cuantas visitas ha recibido su ultima reseña en la revista on-line para la que escribe cada semana como mera distracción. Escribe de cine. Le encanta el cine. Yo creo que hasta para eso carece de pasión. Tampoco me gusta su estilo literario. Es soso y repetitivo. Pero a él le encanta pensar que más allá de su trabajo diario es un escritor talentoso aún por descubrir. 

Tonterías. Pascual no sabría jamás lo que es tener talento. Le falta sangre y sudor en su esquelético cuerpo de dandi trasnochado. 

Una hora después del segundo café se viste siempre con la misma pulcritud. La milimétrica perfección de su nudo de corbata hace que sus compañeros de oficina bromeen acerca del rato que pasa arreglándose. Él lo sabe y no le importa. No soportaría salir a la calle con un aspecto descuidad. Es de perdedores. El es un ganador.

Vive solo hace ya años y no le preocupa en absoluto no haber encontrado a nadie con quien compartir su vida. No hay mujeres como las grandes divas del cine a las que Pascual admira y desea. No consentiría que una cualquiera entrara en su casa a desbaratar su existencia. 

Mira el móvil. Nada. Suele ser así. Pascual tiene pocos amigos. A mí siempre me ha parecido un tío raro, de los que dan miedo. Pero el piensa que los demás hombres de su edad son vulgares y soeces. Prefiere leer a Dostoievski mientras saborea una copa de vino un sábado pro la noche que salir a perder el tiempo a lugares de moda. Snob.

Ni siquiera tiene gusto para el vino. Es mediocre hasta para eso.

Listo, a punto, baja al garaje y monta en su coche gris metalizado con tapicería de los sesenta. Conecta el manos libres y hace la llamada de rigor a su madre. Ella piensa que él es un hombre de éxito. Hablan de que harán ese día y de si ese domingo irá a comer o no a casa. Siempre va, no sé porque ella pregunta, igual es porque no tienen nada más de que hablar. 

Llega a la oficina siempre puntual y saluda con un gesto de cabeza y unos buenos días cordial a todo aquel que se cruza. Ahí está la fresca de la empresa con sus faldas demasiado cortas sonriéndole al móvil mientras escribe algo, su compañero desde hace 10 años tomándose un café de maquina con sacarina mientras enciende el ordenador, su envidiado y orondo jefe tras el cristal de su despacho haciendo no-se-sabe-bien-el-qué y esbozando su típica mueca de satisfacción personal . Maldito sea, Pascual también sería feliz con su sueldo. En realdad ninguno le cae bien pero jamás sería tan obvio como para dejarlo ver. 

Pasan ocho horas, cada día ocho horas, ocho horas reglamentarias, largas, densas y condensadas, ocho horas entre falsas sonrisas, educadas respuestas y ruido de impresoras, ordenadores, puertas, ventanas, ocasionales risas y más que habituales broncas del jefe. Ocho horas cada día consumidas y perdidas, ocho horas que solo hacen que separar  a Pascual de lo mejor de su existencia polvorienta. 

Yo lo veo desde mi mesa y siempre intento saber que piensa. Sé que es más raro de lo que aparenta. Ningún tío normal llevaría esas chaquetas de pana marrón oscuro y esos mocasines de saldo.

A las cinco de la tarde suena el timbre y todos salen precipitados de la oficina. Todos menos Pascual. Es el único que siempre deja sus cosas en orden para el día siguiente. Apaga el ordenador, pone el teléfono en modo nocturno, cierra los cajones con llave, ordena sus papeles, se pone su horrible americana y sale de la oficina. 

De vuelta en el coche conecta el manos libre de nuevo. Llama a su hermana cada día a las cinco y media. Siempre hablan de nada alrededor de 15 minutos, lo que le cuesta llegar a casa. Hablan de nada y de más nada, y luego concluyen con nada de nuevo. Así es su relación. Como todas. Pascual la envidia porque ella se casó y parece muy feliz .Pero nunca lo dirá , ni siquiera si mismo . 

Pascual llega a su casa siempre a la misma hora y lo primero que hace es descalzarse. Cuelga su chaqueta en el perchero del recibidor y enciende la luz del pasillo. Le encanta preparar el escenario. Va a la nevera religiosamente y abre una lata de cerveza. Cada fin de semana compra siete, una para cada día, ninguna más. Nunca ha soportado a los hombres que beben demasiado. Se toma el primer sorbo con deleite mientras se pone las pantuflas de estar en casa. 

Hasta las pantuflas son feas, de cuadros, sacadas de otra época y contexto. Parecieron viejas desde el día en que las compro A él le encantan, piensa que son elegantes. 

El tacto del botón de encendido del portátil es su primera sensación real del día.  Se sienta frente a su mesa con la cerveza en una mano y espera. El sonido de bienvenida del aparato le alegra cada tarde su amarga existencia. Los dos minutos de arranque se le hacen eternos siempre. Ya está.

Apura un poco más su lata. Le gusta tomar los placeres con calma.

Abriendo bandeja de entrada. Siete mensajes nuevos. Dos personas han comentado su artículo en la revista digital. Lee por encima lo que escriben. Aficionados. No entienden nada de literatura. Cinco mensajes de páginas a las que está suscrito. Ya le quedan solo dos días de espera para que le lleguen las cremas que compró la semana pasada por internet. Si va a quedar con ella no quiere parecer más viejo de lo que es. 

El último, el de ella: Te estaré esperando en el chat al a misma hora de todos los días. Sonrisa, sonrisa con beso, sonrisa con ojos de corazón. La cosa se iba poniendo calentita entre ellos dos. Lupita33 estaba empezando a coger confianza. Dentro de poco le propondría un encuentro. Pero no quería precipitarse. Él no era un tipo de esos que agobian a las mujeres. Sería paciente y esperaría el momento idóneo.

Se conecta. Ella está ya conectada. Hola, he estado esperando este momento todo el día. Yo también. Sonrisa, sonrisa con guiño. 

Pascual es un hombre triste y gris que en el chat se llama «corazónlatino» y «Lupita33» le tiene el cerebro absorbido desde hace ya tres meses- No es como las demás. Es culta y lista y entiende sus sentimientos, es paciente y tiene un humor sutil. No es una fulana. Es toda una señora y resulta que él le gusta. Y vive solo a tres calles de allí. Pero no le meterá presión, esperara a que  ella le diga de quedar. Aún no entiende por qué no lo ha hecho ya.

A once mil Kms. de distancia, tras  andar dos cuadras, dos calles a la derecha, en una casa enorme con jardín una adolescente que no se siente adaptada en su clase ha encendido su ordenador hace una hora. Está cansada de que los críos de su clase se metan con ella por su aspecto. Desde el otro lado de la casa su padre la llama a gritos: ¡¡Lupeeee!! No pueden ser tan inoportunos. Es el único momento en que ella es feliz. Cuando habla con su único amigo del mundo, el joven y a apasionado Pascual “corazónlatino”.

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