Amé a Naomi tanto como quiero a mi familia y ella me amó aún más. Matarla fue la única opción tras varios meses de doloroso tratamiento. La matamos aunque intentemos convencernos de que sólo la dormimos. Por qué la Eutanasia empleada en mascotas no es pecado ni siquiera es delito. Fue doloroso sepultarla, fue increíblemente despiadado sentirse asesinos de un ser a quien se amó tanto, tanto que ni las oraciones del Padre Nuestro amortiguaron el dolor de sentirse culpable. Lloramos por meses su ausencia. La habíamos amado tanto.
Naomi fue la bóxer más hermosa que había visto y desde la primera vez que la vi me enamoré de ella y aunque no era mía sino de mi hermano éramos cómplices y compartimos momentos únicos.
Pero Naomi fue amada por todos los miembros de mi familia y ella amaba también a todos y nos hacía sentir queridos y bendecidos. Verla morir tras meses de luchar rabiosamente contra la muerte fue tan desalentador que apenas los recuerdos de su singular existencia nos brindaban fuerzas para esbozar débiles sonrisas. 
200 dólares pagó Ezequiel por ella. Se lo compró al amigo de un amigo que vivía en Miraflores y criaba Boxer puros, era una oferta porque esos bóxer son carísimos y según el amigo el precio era por amistad porque era una cría de un linaje puro. Según el amigo el papá bóxer contestaba el teléfono y hacía otras gracias propias de perros inteligentes.
Nos burlamos cuando Ezequiel nos explicó por qué había pagado tanto por una perra y le decíamos en “chacota” que lo habían timado. Pero, no, no, no fue una estafa. Naomi fue una bendición, porque nuestra Naomi no sólo era amorosa y juguetona como todos los perros, sino que era una genio: compraba el periódico los domingos y caminaba oronda con el diario El Comercio en su negro y ñato hocico y hasta los carros se detenían porque vivíamos en una avenida. Además, ayudaba en las compras diarias de verduras en el mercado, siempre cargaba una pequeña bolsa con zapallos o papas. Pero, eran los conductores de micros y combis quienes no se resistían a recogerla en el paradero cuando —parada junto a mí—ella cargaba en su hocico un bolso. Ya instalada en el micro, se acomodaba en el pasadizo, quietita con la mirada soberbia y atenta a los halagos del conductor y cobrador. Con ella hasta viajaba gratis, claro, distancia cortas, nunca largas y jamás en horas puntas.
Yo amaba Naomi como nunca había amado a ningún perro. Naomi era exclusiva para mí en mis horas de ocio. Era admirada. Era mimada y era independiente. Era también brava con los desconocidos sospechosos de tener el corazón sin sentimientos, pero amaba a los niños y a la gente de buen corazón. Ella los olfateaba sin pudor. Ese era su defecto, era imprudente, pero en el barrio amaban a esa enorme boxer de color atrigado.
Era juguetona. En el barrio la bautizaron como Naomi, Cambel, la modelo. Y era la arquera oficial en los partidos de futbol en mi segundo barrio de la cuarta, los niños la amaba y la buscaban, ella esperaba esos días de verano para jugar con esos vecinitos traviesos que vociferaban con emoción su nombre.
Yo la observaba orgullosa de su astucia para atrapar las pelotas en el arco, pero a ella no le gustaba ser arquera, pero no le quedaba de otra. Pero, apenas terminaba el juego y había un ganador, con su hocico empujaba la pelota en señal de empezar una nueva ronda de juego, y todos los niños corrían tras ella para intentar quitarle el balón, algo imposible por su habilidad para dominar el esférico con su ñato hocico. 
Sin embargo, Naomi fue siempre una campeona en todo, incluso en el amor. Ella no se dejó cruzar con ninguno de los fornidos y sementales bóxer machos que mi hermano trajo para iniciar su negocio de venta de cachorros de Naomi, que antes de nacer estaban pedidos y sin importaba el precio de venta, sólo importaba tener un cachorro de esa perra inteligente y astuta. Pero Naomi se mantuvo firme, los ladraba, los gruñía, los mordía y era imposible siquiera acercarse y aún más intentar el cruce. Dije campeona en el amor, porque se enamoró de rabito, un perro viejo, chusco, negro y callejero, con quien huyo, una mañana que mi hermano jamás olvidará. 
Y en verdad se enamoró. Y uno de los días en que ella estaba “lunada” huyeron juntos. Emprendieron una huída veloz como el coyote y el correcaminos. Pero esa vez, ambos eran el correcaminos y mi hermano el coyote, quien a ni a toda velocidad en su carro azul pudo alcanzarlos y evitar que consumaran su amor. Los encontró cerca de lo que sería mi nuevo hogar, ya estaban pegados y era imposible separarlos. 
Una lágrima cayó de los ojos de mi hermano, en esos momentos angustiosos. Sus horas de entrenamiento, la mejor alimentación balanceada, los gastos de veterinaria y su negocio infalible de cachorros de la perra bóxer màs inteligente y amiga de todos en el barrio se esfumarían de la forma más absurda y tonta. 
Noooooo¡, gritò para sì…..Nooooo……y apenas La dama y el vagabundo, se separaron cogió a su perra y la llevó a su veterinaria para darle la píldora del día siguiente. Pero no…..sus esperanzas de que abortara de desvanecieron apenas la doctora le dijo que debía de continuar con su embarazo perruno. Desde ese día Naomi fue más mía que nunca. En esos días de preñez no salía a jugar con los niños, no saltaba, no jugaba ni caminaba junto a mí. Fueron días en los que su tristeza y desánimo por la indiferencia de mi hermano ocuparon sus días y sus noches.
Sus cachorritos nacieron un día antes del cumpleaños de mamá. Eran seis y como era de esperarse todos fueron acogidos rápidamente por familias que prometieron amarlos y hasta la doctora de Naomi se quedó con una…..continuara….

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