Cerro del Huitepec, segunda vereda a la derecha, única cabaña. Chiapas. México.
Noé, mi adorado perezoso.
Desde que llegué a esta ciudad, no dejo de pensar en ti. Los folletos la exhiben como el triunfo del mundo industrializado, orgullo de este lejano país de oriente. Lejos de las gozosas horas que promete la publicidad turística, una nostalgia constante me invade y me ha dado por recordar aquel atardecer que acostados sobre la arena, tomados de la mano, me hablabas de Lafargue y su “Derecho a la pereza” y me decías que la adicción al trabajo deriva de la avaricia y que eso llevaría al hombre a producir cualquier cosa por conseguir una “ganancia” sin importar lo innecesario que fuera o el mal que hiciera al mundo. Extraño de ese día el sol, el mar, la arena, el aire, tu mano. Todo aquí es gris, color concreto, sabor metal. El alma duele. Tenías razón “hay cosas que el hombre nunca podrá fabricar”.
Naturalmente, te amo.
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