Hace tanto que lo sé, adiós.
Estas son las últimas gotas de tinta que desperdicie en ti, amor viejo y acabado. Sé que hace tiempo que no te importa dónde esté. Tranquila, ignora mis lágrimas, quizá tu mirada recorra el escritorio al leer esta carta pero ya no me encontrarás.
Has elegido y no suplicaré. Pero sospecho que, demasiado pronto quizá, te darás cuenta de tu error. Cuando la novedad pase, recordarás, como si fueran de nuevo nuestras, las chuletas en tu muñeca, las notas enamoradas que escondías en los cuadernos de matemáticas, cómo celebramos la última palabra escrita en tu tesis o, tal vez, el día que vimos a V. Llosa en la estación y te conseguí su autógrafo, ¿aún lo conservas? No importa.
No te dará nada de esto. Sé que te dolerán los ojos, cansada de mirarlo; las manos, hartas de buscar las palabras que tú y yo no buscábamos, porque brotaban irresistibles entre los dos, al encontrarnos a solas, escondidos de miradas furtivas.
Estas son las últimas palabras que escribo y lo que más me duele es hacerlo sin ti.
Sin amor, tu boli fiel, Bic.
A mi mano derecha,
escritorio del salón
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