Desde este punto nos hemos visto muchas veces, hemos hablado de nuestras inquietudes, de nuestros deseos, de nuestros secretos. Horas, minutos y segundos que el viento ha llevado quien sabe donde diluyendo entre su brisa aquellos susurros de complicidad.
Hoy es un día especial, no es como cualquier otro, he venido aquí consciente de que mi último deseo me lo ibas a regalar con una sonrisa en los labios y unas lágrimas en los ojos. Me has acompañado durante muchos años y hemos hecho de este lugar un santuario de peregrinación para curar nuestras heridas y para festejar las alegrías.
Cuando miramos a lo lejos como hoy, en esos días despejados que nuestra Tierra de Campos nos regala, podemos incluso escuchar el tañer de las campanas que convocan a los feligreses a la celebración de los rituales cristianos. Más allá, al fondo, nos observan impertérritos los picos que engrandecen nuestra exquisita montaña. El Curavacas, que tantas y tantas veces me ha visto pisar su cima no ha querido perderse el momento de la despedida. Quien sabe si un nanogramo de mis partículas aterrice sobre su cumbre.
Ha llegado el momento, abre la urna y déjame ir.
Te quiero, nos vemos.
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