Querido Fabián:
Te escribo desde esta inmensa sala de silencios, de verdes-anaranjados y naranjas-amarillentos, de madurez y ocasos compartidos, donde las hojas ruegan al viento por su libertad, y las ramas lloran por una pérdida inminente, donde las aladas nubes blancas quieren ya oscurecer.
Aquí es donde mi camino diverge del tuyo, donde desprendo, por fin, tu imagen de mis sienes. Aquí es donde digo adiós a esa triste melodía que desde hace tiempo toca en soledad. Y lo hago desmayada sobre nuestro primer beso, y sin apenas darme cuenta de cómo el recuerdo de tu nombre secciona mi pálido vientre.
En esta sala de silencios, en este lienzo de tierra y polvo –ahora enrojecida por la herida arrancada–, es donde escribo lentamente, y por última vez, la palabra “queriendo”.
P.D.: No me busques, por favor, acabo de doblar la esquina hacia mi futuro.
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