¡En qué hora se me ha ocurrido veranear en mi querida Zamora!
La ola de calor más fuerte de las últimas décadas me obliga a encerrarme en la refrigerada habitación del hotel. Estoy cansada de leer, de los juegos de mesa, de la insulsa programación televisiva.
Hoy, después de cenar, he salido a dar un paseo. A las diez y media de la noche la temperatura sobrepasaba los treinta y cinco grados. ¡Y pensar que cuando era niña tenía que ponerme una rebequita a la caída de la tarde!
El ambiente era desolador; a ras de suelo no me he tropezado con nadie. Sin embargo, en lo alto, decenas de aves zancudas se habían enseñoreado de la ciudad; atraídas por las aguas que la circundan descansaban en los tejados importantes, en las torres o en los campanarios de las numerosas iglesias.
Al llegar a la Plaza de la Catedral me ha sorprendido verla desierta. Densos nubarrones negros, amenazantes, coronaban el incomparable cimborrio bizantino. Sólo las cigüeñas habían llegado hasta allí y se arracimaban sobre sus pechinas.
El gránulo de la fotografía se nota grueso por forzar el objetivo para contarlas.
Son veintitrés.
Carmen y José Pomares
Dr. Olivares, 54
Santander
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus