Querido Alejandro:
Nunca te interesó, pero hoy sabrás mi nombre. Durante siete días me inundaste de caricias entre los asientos ocultos del tren que circunda la Costa Dorada. Cada mañana me acomodo en el que fue nuestro refugio y tu aroma sigue allí, mezclado con la tímida luz del alba. Imagino tus dedos deslizándose sobre mi piel y me estremezco. Los trayectos aún transcurren con un periódico ante los ojos de mi marido: es la ventana por la que antes huía para encontrarte y la que ahora me conduce al placer solitario. Sentí rabia cuando desapareciste. Fuiste tan efímero como esas estrellas que cruzan el cielo sin darme tiempo a pedir un deseo. Perdóname por haber hurgado en tus bolsillos durante los momentos de pasión; pero gracias a eso puedo escribirte y sé tantas cosas de tu vida. No tengas miedo, no pretendo apagar ese fuego con el que aún te observa Laura: tu dulce esposa. Sé que por unos segundos me rescatarás del pozo amargo del olvido y eso me hace feliz, ya que me acerca a los instantes vividos a tu lado.
Jezabel
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