Querido,
después de treinta años regresé a aquel mismo lugar. Salí de Jerez a pie, dirección hacia el Cortijo de los Girasoles. Caminé algo desorientada durante horas. Intentaba recordar el lugar exacto. Estaba segura que lo encontraría. Dejé el camino y entré en el espeso pinar, ¿lo recuerdas?, ya no podía estar muy lejos. A cada paso que daba, dejaba atrás maleza y tristeza, intuía que me acercaba y pronto acabaría todo. Llegué. Seguía allí, intacto, con sus paredes vivas. Seguro de su poder. Sabedor de esperanzas puestas en él y de infinitos secretos guardados en sus entrañas. Lo miré de diferente manera a la primera vez. Lo hice con recelo, con resentimiento, con enfado.
Aproveché la sequía y bajé por las escaleras de hierro enrobinado, ancladas en él. Llegué hasta el fondo y allá estaba la culpable de mi desazón y de nuestro fracaso. Y él, no menos culpable, dándole cobijo durante tanto tiempo. Pude arrancar la moneda incrustada en el lodo. No era una moneda cualquiera. Era la nuestra, era nuestro deseo. Ahora, nuestro gozo en un pozo.
Te rescaté de mi.
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