Cuando disparó el arma tenía la mente en blanco, era cuestión de hacerlo o no hacerlo y no era momento de despistarse, no había nada que reconsiderar. La sólida culata se ajustaba al hueco de la mano, notaba la yema del dedo índice sobre la estrecha superficie curva del gatillo, era un ligero movimiento, desplazar el punto de apoyo medio centímetro, activando la bien estructurada articulación de las falanges venciendo la resistencia del mecanismo, muelles, clips, percutor que como una prolongación anatómica provocaría la detonación. Otro dedo índice, en algún lugar, había señalado a la víctima; pero era el suyo el que ahora se apoyaba sobre el disparador una vez que el pulgar hubo desplazado el seguro sobre la lisa y fría superficie metálica del arma. Un juego de presiones y líneas de fuerza, el cañón apoyaba directamente sobre la piel. A quemarropa, a bocajarro con decisión, sin pensar. Pensar es peligroso en estos casos, quizás en todos, siempre te crea problemas. Las instituciones lo saben y evitan que lo hagas, y si lo haces que actúes en consecuencia. No, no había que fallar. Medio centímetro de recorrido en un segundo. Como la vida misma, como la misma muerte.
Un sobre por debajo de la puerta, dentro unas fotos, datos relevantes para identificar y localizar a la víctima, itinerarios, direcciones, lugares, amigos, hábitos y costumbres; toda una biografía a la que escribir el punto final. Inequívoco, sin margen de error. Sólo que en este caso era su foto, su dirección, sus hábitos y costumbres… Al margen de ser preocupante ya que podía llevarle a cuestionar su profesionalidad en el oficio, no dejaba de ser interesante verse desde fuera, con los ojos de otros. Claro que se cuestionaba el error en la entrega, el sobre del “punto negro” entregado al ejecutor erróneo, ¿habría otro sobre?¿otro encargado de vigilar que la orden se cumplía?. Resultaba interesante ver la precisión con la que su vida quedaba resumida en una secuencia con unas pocas variantes y en el fondo poco emocionante. Incluso él mismo parecía no ser consciente de algunos detalles relevantes de su propia biografía a la que tocaba escribir el final. ¡Qué predecible parecía todo en alguien que precisamente tenía que evitar serlo! ¿Quién había preparado un informe tan detallado? Se supo seguido, observado, fotografiado. ¿debería buscar micrófonos ocultos en sus lugares habituales? Irrelevante. No debería actuar según la típica rutina procedimental, organizar un seguimiento, elegir el lugar, el momento y en consecuencia el formato más adecuado para llevarlo a cabo, el arma, la ocasión. Teniendo en cuenta que la víctima iba a ser consciente de los preparativos podría ser conveniente pedir apoyo logístico de forma que no se produjeran imprevistos que pusieran en riesgo la operación; pero en ese caso su profesionalidad se podría cuestionar. No, era su responsabilidad hacerlo y tendría que proceder según la rutina de costumbre. Procedería, pues, como ejecutor vigilante, meticuloso y, a la vez, como quien se ve a sí mismo como víctima potencial, ya que no se puede dejar de saber el riesgo que se corre cuando en algún lugar puedes ser seleccionado como víctima. Él lo sabía. Sabía su trayectoria. Sabía que lo que sabía lo convertía en elegible. Instintivamente dirigió la mirada hacia la ventana, al otro lado de la ancha avenida una constelación de ventanas parecían señalarlo como el punto de fuga de una perspectiva inversa, no era el suyo el ojo del observador sino el observado por miles de seres anónimos. ¿Quién había preparado un informe tan detallado?. Podría haber habido un rifle con mira telescópica detrás de cualquiera de aquellas ventanas, empuñado por un tirador de precisión si no hubiera sido él mismo el encargado.
¿Iría a visitar a su chica? Hacía tan poco que se conocían, se le aparecía ahora vívidamente en todos los detalles de su cuerpo, en todas las texturas de su piel, en todos sus susurros, en todos sus sabores, en todos los movimientos de su cálida consistencia, en todos y cada uno de los botones de una blusa que se desabrochaban lentamente, sin prisa deteniéndose en cada centímetro de piel que la retirada de tejido dejaba al descubierto y cuya tersura exploraban las yemas de sus dedos, su lengua, sus labios, notando el leve estremecimiento, el abandono, la oferta del cuerpo entregado. ¡Cuando los labios y la piel recuerdan! Cómo sus cuerpos se irían desprendiendo de las ropas a la vez que desaparecía el mundo, mientras las bocas buscarían pliegues y superficies, el sabor del cuerpo, el olor del cuerpo, la suavidad, la tersura, la calidez que avanzaba para transformarse en temblor. Sabría que sería principio y fin, que no volvería a tener sus labios, sus pechos, su vientre, su clítoris, sus muslos, su ano, sus caderas, sus manos, sus dedos, sus ojos, su cuello, sus brazos, no volvería a tenerla. Los espasmos y movimientos de su vientre concluirían y concluirían los suyos deseando volver a desear. No querría acabar, no podría porque no volvería a comenzar. No, no iría.
Mientras el arma desmontada sobre el blanco paño había sido limpiada, engrasada y reensamblada cuidadosamente, no se encasquillaría. Activó los mecanismos desplazables, limpió el ánima, seleccionó una bala. ¿Cuál?¿Por qué? Una cualquiera de la caja, elegirla al azar, plantearse la individualidad de cada uno de aquellos objetos que iba a ser tan importante para él durante un microsegundo. Pasó la yema de sus dedos sobre las redondeadas puntas en su compacta formación, pezones o clítoris que sabrían a muerte. Sujetaba ya una entre sus dedos, la encajó en la recámara. Volvió la vista hacia el exterior, los cientos de ventanas lo observaban, focalizadas en él, como el interior de un vientre cóncavo. Imaginó rifles de precisión con potentes miras telescópicas apuntándole. No valía la pena esperar. Lo que has de hacer, hazlo pronto, resonaba en su cabeza. Cuando disparó el arma tenía la mente en blanco, era cuestión de hacerlo o no hacerlo y no era momento de despistarse, no había que reconsiderarlo.
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