Todo comenzó con un beso, uno frio, de esos que enmascaran despedida, que claman la distancia. Al ver mis manos congeladas me di cuenta que siempre pidieron el rose con las tuyas, una caricia, que curioso… ¿no es así? El más pueril calor que invadía mis extremidades al tenerte cerca, esa sensación húmeda en ellas que odiabas, pero que a la vez era muestra no solamente de mi amor por ti, sino de mi vida, de la sangre que recorría mis venas.
Pobre de Dante que en su dolor afirmaba que el amor es el motor del mundo, el summa summarum que une cuerpo y alma. Como él, destrozado, dividido completamente en dos seguí mi vida sin ti a mi lado, sin esa persona de muchos rostros, sin tu amor, ese que ha sido marcado en tantos semblantes.
Pasaron mil cosas que quizá ya no recuerdo, pero todas ellas tienen una silueta, todo el mundo, incluso él, tiene una silueta; mi existencia marcada por apariencias fue cubierta por el suave brillo del tiempo, en ese velo, mientras notaba como mi cuerpo y mis pensamientos eran ocupados por un nuevo amor, también podía percibir como la vida se me escapaba entre las manos.
Pero siempre fue lo mismo reposando en un objeto diferente, yo que me acuartelaba en incontables ciclos de amor y desamor, no ellas, no los que nos observaban, no el mundo. Mis pasos acarreaban el peso penetrante de cargarla siempre a mi lado, pero que nunca fueras tú, la veía con una sonrisa burlona, pues los dos sabíamos que, desde el momento de mi nacimiento, desde que fui humano, mi destino se encontraba junto a ella.
Más me rehusé a aceptarte, y a la vez lo hacía cada vez más, todos los intentos de mi especie, de mis antepasados, siempre fueron una eterna lucha por ganar gloría, por postergar su herencia, por volverse parte de la conciencia colectiva para así poder permanecer por siempre en este mundo, muchos lo lograron, ¿Eso evitó el miedo?
Seguí mi camino; perdidos entre la angustia y el miedo hemos intentado oponernos a nuestra naturaleza finita, detrás de todo, inclusive en la más poderosa esperanza pude percibir que siempre se enmascaraba el miedo, que él era la única razón por la que nos era posible no renunciar al mundo. Así debía de ser, al menos mientras el sentimiento no nos aplastara.
Pero en la angustia, amada mía, es donde en realidad nos encontramos a nosotros mismos, ese miedo infinito, ese miedo a la nada, el miedo a la infinitud, donde mientras más nos sumergimos nos es posible percibir nuestros seres, la angustia creadora.
Estuvieras o no junto a mí, esa sensación permanecía, pero sabía que era innecesario temer, cuando llegará a mí, simplemente dejaría de ser, y esa angustia donde se revelara lo que soy ya no sería necesaria, cuando ella no es, yo soy.
Siempre me percaté de ella a través de los otros, todos aquellos que la conocieron antes que yo, que se bañaron en sus labios oscuros, la conocí en infinitos roses con todas las personas que dejaban de rodearme, ahora eran dioses, se habían vuelto mis enemigos, se habían ido con mi acompañante eterno, mi viaje ha terminado, al fin está conmigo, me voy con mi amada, la muerte.
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