…Mi soledad y yo decidimos separarnos por un tiempo. Nos sentamos y charlamos tranquilamente sobre nosotras, nuestras vidas, nuestras inquietudes. Llevábamos tanto tiempo juntas que poco a poco la rutina, la costumbre y el paso del tiempo nos estaba convirtiendo en dos desconocidas. Ya no solíamos hacer cosas juntas, no manteníamos aquellas charlas metafísicas y filosóficas de la adolescencia que nos quitaban el sueño, ya no resolvíamos los pequeños problemas juntas, no compartíamos más que el mismo cuerpo.
La charla duró todo el invierno, ambas éramos conscientes de que tal vez sería el último que pasábamos juntas por lo menos en muchos años, por eso lo recuerdo de manera muy especial, con mucho cariño y a la vez con tristeza.
Llegó la primavera y el tímido sol comenzó a acariciarnos tiernamente tras los cristales de la habitación y un buen día al salir a la calle levanté el brazo para llamar a un taxi y cuando volví la cabeza me encontré con sus ojos que me decían adiós, fueron solo unos segundos pero nos dijimos todo con una sola mirada. Ella se quedó en la acera mirándome y yo marché en aquel taxi con los ojos llenos de lágrimas rumbo a la maternidad. Aquel día di a luz a mi primer hijo, era consciente de que a partir de ese día no volvería a estar sola durante muchos años. Tal vez, cuando fuera una anciana volvería a ver a mi soledad, pero mientras tenía un pequeño ser indefenso que necesitaba toda mi atención…
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