Los Ángeles del Último Aliento

Los Ángeles del Último Aliento

Gornesa

25/05/2017

Cuando las vi por primera vez, pensé que eran familia, por lo menos eso era lo que decían. Siempre las veía juntas reír, llorar, bailar, viajar. Cuando una de ellas llegaba al bar, sabías que a su espalda verías a su fiel confidente.

Eran sin duda un «dúo dinámico» increíblemente explosivo, la comunidad masculina sucumbía irremediablemente a sus encantos. Siempre me quedaba perpleja, porque lograban que los hombres más guapos del perímetro se rindieran ante ellas como unos verdaderos idiotas. Flores de las más costosas, halagos, adulaciones, joyas y ostentosos obsequios desfilaban a diario por sus opulentas mansiones.

Muchas veces, se convertía en algo realmente deprimente ante mis ojos. Creo que olvidé la última vez que recibí alguna rosa, tal vez haya sido en el San Valentín del colegio, cuando tenía 15 años. Hoy ya tengo 30.

Eran la clase de chicas, que te recordaban a esos odiosos especímenes populares de tu adolescencia, que prefieres no recordar, porque siempre quisiste ser ese tipo de persona, pero tu timidez era tan aguda que sabes perfectamente que por más que te esforzaras, nunca lograrías ser como ellas.

Son aquellas del tipo extravertida, fascinante, audaz, con una espontánea sonrisa que derrite hasta el Ice Berg más feroz de la Antártida, como ese que resquebrajó al mismísimo Titanic y un brillo natural que las convierte en el alma de la fiesta. ¡Oh Dios, quisiera ser una de ellas!

Aunque eran de apariencias opuestas en cierta medida, no dejaban de ser bastante atractivas, era imposible que pasaran desapercibidas. Mis amigos, mis hermanos, mis primos, hasta el tonto de mi ex novio, quería conocerlas. Salir con ellas se había convertido en una tortura, era como ir de paseo con los Ángeles de Victoria Secret y yo me había convertido en su mascota inanimada, pero sobre todo, invisible al resto.

Por un lado, tenías a Rachel, morena, de cabello negro largo, voluptuosa y de curvas peligrosas, que enloquecían a cualquiera. Además, se distinguía por ser de carácter bohemio, alegre, amante de las buenas fiestas, los tragos y los viajes. No conforme con ello, también le apasionaba el arte moderno, la lectura y la pintura. Sin mencionar, que era políglota.

Miranda por su parte, alta, de tez blanca, cabello rubio, de una delgadez envidiable y cuerpo tonificado. A diferencia de su compañera, ésta era más sobria, del tipo sofisticada, elegante y con una clase que rememoraba casi a la perfección a la entrañable Diana de Gales. Tenía la estampa de ser toda una mujer de negocios y en efecto lo era.

Eran el paquete completo: bellas + divertidas + inteligentes = mujer perfecta. Incluso yo, tampoco pude resistirme a ellas, no piensen mal. Ellas lograron conquistar mi amistad, eran mujeres que a pesar de su dura apariencia, tenían un noble corazón. Las tres creamos una especie de fraternidad. Porque aun cuando eran capaces de enamorar a quienes quisieran, siempre terminaban solas. Llegué a sentir pena por ellas.

Hasta que un día, de manera repentina, Miranda llevó a mi casa a su nuevo novio. Me quedé estupefacta en el sofá de la sala. Aún cuando sabía que era de esperarse que una de ellas acabaría con su soltería, hubo algo en ese chico, que no logró convencerme. No se trataba de su apariencia en lo absoluto, al contrario, era apuesto por demás. Creo que era algo lúgubre en él, o tal vez significaba otra cosa, no puedo saberlo con certeza, pero de lo que sí estoy segura, es que la situación parecía irreal, inconsistente.

Luego llegó el turno de Rachel, quien un día me llamó para invitarme a almorzar, quería presentarme a su novio. ¡No lo podía creer, las indomables, habían sido domadas!. Llegué al café de siempre, feliz para conocer al afortunado. No podía esperar menos de mi morenaza, su nuevo acompañante era guapísimo. Y aunque todo parecía normal, sentí lo mismo que cuando vi al chico de Miranda, había algo que tampoco encajaba en él, parecía todo tan efímero.

El tiempo pasó, entonces pude notar que algo extraño estaba sucediendo con ellas. No eran las mismas mujeres que eran antes de comprometerse con sus parejas, podría asegurar que el brillo de sus ojos se había apagado, que su contagiosa energía se había dispersado en alguna dimensión desconocida. Nuestros encuentros dejaron de ser frecuentes, para ser fortuitos.

Estaba buscándole una explicación racional a todo lo que estaba sucediendo, quería atar los cabos, entonces decidí a hurgar nuestras fotos de los momentos que vivimos juntas, pasaba una tras otra, al principio no pude notar nada extraño, hasta que al final creí hallar lo que estaba buscando. ¡Eureka!, lo había encontrado.

En esa imagen logré escarbar una complicidad que no podía explicar, que no había visto nunca antes. Creo que comenzaba a comprender todo, no sé como fui tan tonta todo este tiempo como para no darme cuenta.

Fui directo a la casa de Rachel, Miranda acababa de llegar esa tarde de París. Al abrir la puerta, apenas pude musitar; «ya lo sé todo amigas». Sus miradas se encontraron entre si, sus miradas tristes me pedían a gritos un abrazo, juntas lloramos desconsoladamente.

Apenas nos soltamos, subimos a su habitación, ahí estaba todo lo que había descubierto, las fotos de Rachel junto a Miranda, porque ellas nunca fueron amigas, nunca fueron familia, SIEMPRE FUERON AMANTES.

No sólo se amaban, además tenían dones realmente especiales, de esos sobrenaturales que vemos en las películas. Por alguna extraña razón, ellas necesitaban de las almas de los hombres para mantenerse con vida, de lo contrario, sus cuerpos podrían debilitarse hasta morir.

En un intento por ser fieles entre ellas, decidieron no acercarse a ningún hombre por un tiempo. Sin embargo, todo quedó en un hecho frustrado, su amor casi las arrastra a la otra vida. Por eso, buscaron una pareja «permanente» que les permitiera recuperar fuerzas.

Así que cuídense caballeros, porque ellas son los ÁNGELES DE SU ÚLTIMO ALIENTO.

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