–Efectivamente, desde aquí, a esta altura, podemos apreciar claramente a esos gusanos y su torpe trayecto. ¿Pero de dónde vienen y hacia dónde van? No lo saben, tampoco les importa.
»No hace mucho que vos eras una de ellos; ahora estás aquí arriba. ¿Atribuís esto al azar, o más bien a un conjunto de acciones ligada a tu voluntad? No te lo has preguntado, supongo.
»Volvamos a ver hacia abajo, entonces; volvamos a ver hacia la ciudad, hacia el basurero. Miles de gusanos gordos van y regresan, y repiten cada día el ciclo. Comen sin parar, es lo que saben; comer es sobrevivir. Es lo único que existe dentro de su limitada percepción del mundo.
»Te observé, hace un tiempo. Difícilmente hubieras escapado a mi mirada de halcón. El basurero colmaba como de costumbre, de esas criaturas en su constante morder y tragar. La fuerza que ejercían los más apasionados en devorar el mismo trozo de carne putrefacta te empujó fuera del basurero. Caíste. Rodaste. Te viste extraviada, confundida, más que todo por el cambio de escala. Una nueva meta se te presentó: regresar a casa. Elegiste caminos cuya existencia ignorabas, caminos que no suelen tomar los demás gusanos gordos en estas grandes ciudades formadas de cascarones de relleno. Durante la travesía de regreso conociste diversas criaturas que tal vez no habías notado antes. Gusanos que parecían escarabajos, fuertes y ensimismados en su trabajo como si no existiera nada más, la rutina encarnada, ya sabés, de esos devotos de la predestinación. También viste a los que evocaban carismáticas arañas, alzando lujosos edificios, jurándole a las moscas que también ellas podían disfrutar de un espacio igual de confortable que el de los alacranes. Y la lista de insectos continúa, un sinfín de modelos prestablecidos para cada ser errante de allá abajo; aunque para la vista de un ave todos son gusanos.
»Tu viaje llegó a un fin, encontraste tu basurero. Subiste cansada, hambrienta, sucia. Dando gracias a cierta criatura superior, la cual solías imaginar con forma de gusano, te dispusiste a calmar tu hambre. Pero justo antes de reintegrarte observaste a tu alrededor, a los demás, a los gusanos gordos que seguían comiendo sin parar. ¿Es eso lo que querés? ¿Es para esto que estamos aquí? Algo así debiste haberte preguntado. Asco te dio. Y asco dan. Ohh esas minúsculas criaturas de cuatro patas que tienen la osadía de desplazarse en dos, pero que no por eso dejan de ser gusanos, porque viven arrastrándose. Y saliste del basurero nuevamente, esta vez por decisión propia. Mejor ser gusano flaco pero despierto, que volver a ser como ellos, ¿no es así?, que ser un gusano gordo de la masa que aguarda pasivamente el día de su ejecución creyendo que es esa su recompensa.
»Desde aquí todo es más nítido, como podrás darte cuenta, todo se ve como es. De lado a lado solo grupos, aglomeraciones; desplazamientos caóticos; un hormiguero en constante alboroto. Nichos disueltos…
–Sos muy hostil al hablar; al ponerlos todos en el mismo saco. ¿Que los gusanos no tienen la oportunidad de convertirse en mariposas?
–¿Mariposas? Cuento antiguo y gastado, pequeña. Solo porque sean gusanos no significa que sean orugas de mariposa. Cuento antiguo y repugnante, debo agregar, empleado por padres para darles esperanza a sus hijos, para hacerles creer que pueden salir de la jaula en la que ellos mismos los han metido. No obstante, en efecto un puño puede convertirse en mariposas, los que se esfuerzan, los que sacrifican, los que se transforman. Pero las mariposas viven tan poco tiempo… el mundo se vuelve asfixiante.
–No puedo evitar sentir desilusión. Todo sería diferente si los gusanos gordos se vieran los unos a los otros en lugar de… sólo comer. Si pudieran entenderse mutuamente, si pudieran asistirse verían que el mundo es mucho más amplio…
–¿Si pudieran entenderse mutuamente? Cuento antiguo y gastado también. Ahí reposa su derrota como seres racionales: un sentido impuesto de entendimiento hacia los demás, que nunca lograrán. Se ven obligados a actuar según ciertas normas escupidas en algún momento por alguno de ellos, de los más gordos por cierto, y entran en conflicto consigo mismos porque suprimen su propia esencia, aquel grito de exaltación del individuo que ha quedado enterrado y manchado en cuentos de jardines y serpientes. “Caminemos de las manos” dijeron en algún momento, pero mirá la historia, nos ha legado exactamente lo opuesto, grupos, segregaciones… La misma cueva con las mismas sombras; el mismo basurero del que todos se alimentan.
»¡Cuánto depende el mundo de la labor de las abejas!, ¿y vos creés que ellas viven y trabajan con el fin de resguardar el mundo?, ¿con el fin de hacerle un bien a los demás? Claro que no. Son abejas, hacen lo que las abejas hacen porque es su naturaleza. Mutualismo desinteresado, ¡sagrado! Si todos siguiéramos su ejemplo, ¿hasta dónde llegarían estos rascacielos? Si todos nos dedicáramos a lo nuestro en lugar de prestar tanta atención forzada a los demás, ¿no habría sólo una dirección acaso? Pero los gusanos están tan ebrios de los gusanos, tan llenos de su fracaso como especie que se dan asco, pero aun así se obligan a sonreír. Al final, muchos comen más de la cuenta para distraerse de sí mismos.
–Pero… ¿Es la incertidumbre… la clave de la felicidad?
–¿Felicidad? Nunca he hablado de felicidad…
–Es decir… ahora qué hacer; cuál es mi hogar.
Sonríe con malicia.
–Ahora solo dos caminos te aguardan. El de la mariposa que renace y vuela por escasos momentos, o nuestro lado. Si escogés nuestro lado debés estar preparada para comer una vez más.
–No comprendo.
–Comer gusanos, mi pequeña. Estos gusanos gordos viven para ser nuestro alimento. Ellos son nuestros cimientos, nuestro sustento. Gracias a ellos es que nosotros estamos tan alto. Y sus pérdidas no representan cambio alguno para la historia.
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