Podría haber sido de otra manera, pero cuando nací me vistieron de rosa y planificaron mi vida en blanco.

Y yo, en contra de toda expectativa, desde pequeña tuve claro el camino.

Me acuerdo en clase de literatura cuando le pregunté al maestro que si daba igual eso del género, por qué siempre hablábamos en masculino. O al jefe de estudios, cuando le pregunté enfadada por qué las niñas no podíamos ser delegadas de biblioteca.

Por aquellos entonces me movía el sentimiento de injusticia al que me llevaba la lógica aplastante de la más tierna infancia. Y no pasaría esto a tener importancia si no fuera porque todavía continúo hablando de lo mismo.

No me convencen los argumentos de ninguna sociedad patriarcal que clasifica a las personas para mantener el orden establecido; basándose en la tradición y en la religión. No me convencieron de niña, y no me convencen ahora que dicen que soy adulta.

¡…Qué difícil resulta mantener tu idiosincrasia sin alterar el mandato de género…!

Pues eso, yo, a lo mío.

Resulta que aparte de Escribir me ha dado por ser Artista. Nada de tacones ni de formar una familia; sería feliz con vender alguna de mis obras….

Y en esta tarea en la que me hallo, tenía que comprar otro gato para agarrar la madera y poder tallarla; en tiempos de crisis coger cualquier tronco irregular y trabajarlo tiene su dificultad añadida. Caminaba insegura para la ferretería, el poco dinero que llevaba iba a invertirlo en ilusión, una apuesta a todas luces fallida en una sociedad capitalista. Para colmo la tienda estaba llena de hombres que me escrutaron al entrar; claro que quien me manda a mí irrumpir en universo masculino… cada uno a lo suyo…

El dependiente me dio el sargento -o gato- preguntándose para qué querría yo aquel artilugio, pues su respuesta al sugerir que me parecía una herramienta endeble, fue la de que «para lo que yo quería» apretaba de sobra. Por supuesto todos los hombres que había en la ferretería sabían para qué iba yo a querer el gato -o sargento- y apoyaron sin dudar al tendero. Así que ahí me vi yo, presionada por las circunstancias pagando por un gato inservible con el poco dinero que llevaba.

Hoy he sentido lo mismo. Un bote de pintura acrílica para pintar el marco de una puerta no parece tarea inapropiada para una mujer. Pero preguntar por pinceles «de brocha fina»…

He recibido respuesta en el mismo tono que en la ferretería, «…pero esto es que ya es otro tipo de pincel…»; justo el que me hace falta para acabar mi cuadro…

Me pregunto cuándo estos esquemas tan rígidos van a cambiar en la vida diaria, no en planes de igualdad ni en discursos políticamente correctos. Sino cuándo podré entrar en una una ferretería sin que me traten de ignorante y yo pague el precio por semejante osadía; o cuándo podré hablar con un hombre sin que me mire de forma altanera, o cuándo reconocerá un señor que lo haces mejor que él sin sentir cuestionada su hombría, o cuándo los hombres dejarán de sentirse en el deber de enseñar a las mujeres, o cuando nosotras dejaremos de hacernos las tontas…

Ya ves, en el 1948 Simone de Beauvoir ironizaba sobre todo esto. Quién le iba a decir a ella que todavía en el 2017, el tema del feminismo sigue siendo irritante.

Se nos unifica como género y parece que todas las mujeres somos iguales. Y así… claro, ¿para qué querrá un espécimen destinado a perpetuar la especie utilizar una herramienta para hacer fuerza?

Habrá quien piense que soy una exagerada, que son cosas de una «inadaptada» social, que hemos avanzado mucho en estas cuestiones y que no verlo es querer declarar la guerra al género masculino.

Pero el sistema patriarcal busca mil maneras para perpetuarse y continúa ejerciendo su presión sin que nos demos cuenta, como un hábil encantador de serpientes. La inteligencia, el conocimiento, las habilidades femeninas constituyen una amenaza insoportable para muchos individuos; en complicidad con la insolidaridad y el silencio femenino de las que viven cómodas en su rol tradicional, o envidian tu libertad agotadora.

Cuando se trata de hacer sitio a los hombres, parece que no hay problema salvo el individual de cada persona, pero cuando se trata de hacer hueco a las mujeres en el rol tradicional masculino, el subconsciente colectivo se rebela.

La Sabiduría, la Ciencia, la Cultura, la Filosofía… parece que no son «cosa de mujeres». Tendré que entretener mi cabeza para no pensar tanto.

…Pues seguiré con mi cuadro!

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