La vida entre culturas

La vida entre culturas

No podemos juzgar una cultura desde otra, pero ¿existen derechos que se encuentran por encima de la identidad cultural? Difícil respuesta e imposible certeza. El debate lo encontré, bien resumido, en la correspondencia habida entre dos mujeres que se creían muy distintas y que a mí me resultaron semejantes.

Querida mujer occidental:

Me llamo Nazareth y soy iraní.

Te escribo a ti, mujer occidental; te escribo a ti que te paseas sin pudor y sin decoro, contoneando unas caderas concebidas para el buen parir. Te escribo a ti que no conoces la modestia que habita tras el hiyab, que no comprendes la sumisión como expresión del amor y la generosidad.

Mujer occidental, ¿de qué pretendes salvarme?, ¿me has preguntado si soy feliz?, ¿acaso he pedido tu ayuda?

Es cierto que hay mujeres en mi pueblo que no son felices, que reniegan de su rol, que persiguen libertades difíciles de hallar en el seno de nuestra cultura. ¿No pasa lo mismo en la tuya? ¿No conoces mujeres infelices, embutidas en ajustados vaqueros? ¿No hay mujeres infelices aun bañándose semidesnudas en las playas y tomando el sol con provocación?

Sí que las conoces. Claro que sí. Y es que la felicidad, independiente mujer occidental, no se encuentra en la libertad, sino en la sumisión.

No. No hablo de machismo, ni de inferioridad; no hablo de sumisión al hombre. Hablo de sumisión a la vida, a la cultura de un país, a las circunstancias que te rodean. Hablo de aceptación como elección; hablo de evitar la lucha.

Tú buscas la pasión, mujer occidental, y yo busco la armonía. Tú te entregas al conflicto, reivindicando una identidad que yo ya tengo.

No llores por mí. Yo ya sé quién soy, y consciente de dónde vengo, tengo claro a dónde voy.

¿Hacia dónde caminas tú, mujer occidental? Si el mundo es tu enemigo y desconoces la satisfacción de un objetivo que quizá no cumplas. ¿Hacia dónde encaminas tus pasos?

Eres tú la que anda perdida y no yo. Yo sigo las huellas de mi pasado y me abrazo a un futuro que sé. Tú te retuerces de dolor entre la maleza, arañada por las espigas, asediada por los insectos, creyendo crear sendero, creyéndote ejemplo a seguir.

Y nadie te sigue, mujer occidental, porque cada una de vosotras busca una libertad distinta. Cada una se pierde en su propia selva. La libertad es diversa, la aceptación es única; la guerra siempre es distinta y la paz es siempre perfecta.

No llores por mí, mujer occidental, llora por ti que no sabes quién eres, ni a dónde vas.

Nazareth

Amiga musulmana:

Me llamo Adriana y soy española.

Te escribo yo que me paseo sin pudor y sin decoro, contoneando unas caderas que forman parte de mí. Te escribo yo que no concibo, ni comprendo, la virtud que otorgas al hiyab.

Mujer musulmana, ¿por qué no me dejas salvarte?, ¿de verdad eres feliz?, ¿no es tu carta una llamada sutil al auxilio?

Claro que conozco mujeres infelices a mi alrededor, pero son mujeres que pretenden dejar de serlo. Yo tampoco te hablaré de machismo; yo te hablaré de opresión, de cadenas, de pensamientos aprendidos y limitantes.

Dices que yo persigo la discordia y que tú te amparas en la armonía; dices que la libertad habita en la sumisión, en la aceptación. ¿Qué es la sumisión sino miedo? ¿En el miedo a la lucha reside el amor? ¿Existe libertad en el temor?

Lloro por ti, mujer musulmana, por ti y por mí; lloro por las dos. Porque tú eres yo, con unas ropas distintas y en otra parte del mundo. Porque la libertad es siempre distinta y la sumisión es predecible, pero cualquier libertad es una forma de luz y tu opaco pañuelo es el símbolo difuso de nuestra añeja esclavitud.

No sé hacia dónde voy, mujer musulmana, pero sé que no me gusta de dónde vengo. Y pese a las heridas de mi travesía por los matorrales, pese a las infectadas picaduras provocadas por los insectos, pese a no ser ejemplo para nadie, sé que mi objetivo es noble y bueno.

Dices que ando perdida y es cierto, pero me buscaré hasta encontrarme, hallando mi sitio en un mundo nuevo.

Dices que ando perdida y es cierto, pero en mi laberinto habita la esperanza que tú no encuentras en tu cautiverio.

Lloro por ti, amiga musulmana, por ti y por mí. Hoy lloro por las dos.

Adriana

Encontré estas cartas en el cajón de mi despacho. Una era original y la otra era una fotocopia que debió de hacerse antes de su envío.

Me pregunto qué pensó Don Rafael, cuando era él quien gestionaba el departamento de Integración Multicultural. ¿Son los auxiliadores esfuerzos de Occidente una gratuita exhibición de etnocentrismo? ¿Habrá satisfecha elección, y no convicción, en el rol de las mujeres musulmanas? ¿Es libre la mujer occidental? ¿Somos libres alguno de nosotros? ¿Entendemos, acaso, lo que es la libertad?

Otra noche más sin dormir…

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